Botellas al bolso

Erasmo Calzadilla

No recuerdo cuándo exactamente comenzó mi afán por la basura y los desechos. De niño mi abuelo me llevaba a caminar por las márgenes de las autopistas que bordean el barrio donde vivo. Allí se acumulaban los más fantásticos objetos que eran tirados supongo, por camioneros impacientes que no llegaban nunca al vertedero oficial.

Tal fue mi parque de diversiones privado y la pista desde donde despegaba mi imaginación entonces desenfrenada.

Hoy por hoy no puedo pasar por un nicho sin echarle una ojeada aunque sea de soslayo. A veces hasta recojo cosas interesantes sin pena ninguna de las miradas que se me echan encima, por eso el cambio no fue tan brusco cuando decidí recoger botellas vacías que encontraba por la calle.

En esta ciudad pletórica de desperdicios no es raro tropezar con botellas vacías, sobre todo de bebidas alcohólicas. Al mundo y al país le viene de maravilla el reciclaje, y a un bolsillo tan ordinariamente vacío como al mío no le haría mal unas moneditas ganadas en este entretenimiento de viejo.

Son unos kilos simbólicos lo que paga la Empresa de Materias Primas por cada botella, pero ¿No está un millón constituido por una suma de kilos?

Por si ayudar a la ecología y al bolsillo fuera poco, recoger frascos es también un buen ejercicio físico y mental, hago al menos unas cuclillas por cada uno que encuentro, y mi mente se mantiene alerta al entorno, mientras que antes se ensimismaba peligrosamente al andar.

Además, así me voy entrenando para ganarme la vida de viejo; ya he preguntado a algunos botelleros profesionales (yo solo soy un aficionado que tomo las que encuentro al paso) y si es verdad lo que cuentan, ganan más ellos que yo como profesor en la Universidad.

Este trabajo al aire libre y sin jefes es de los que tengo en mente para ese entonces; si llego a ese entonces.