Las banderas del Mundial ondean en Cuba

Dmitri Prieto

Copa Mundial. foto: Marcello Casal, Jr//ABr

La bandera cubana no está en el Mundial de Fútbol.  Pero las banderas del Mundial están en Cuba.

Hoy pasaba yo al mediodía por frente al cine Yara, el más céntrico de La Habana, y fui testigo de una muchedumbre de jóvenes, la mayoría portando camisetas y banderas de Brasil.  Algunos hasta llevaban vuvuzelas (¿caseras? ¿traídas de China?).  Vistos los juegos del mundial sudafricano en el TV, no tengo hígado para imaginar el sonido de las vuvuzelas dentro de un cine.

Y es que el Yara está proyectando en pantalla grande las incidencias del Mundial – en vivo. Una práctica que según recuerdo se inició en el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, cuando en la sala de cine del Centro se proyectaron para sus trabajadores los juegos claves de Francia 1998 (¡en horario de trabajo!), entre ellos la memorable final en la que Brasil no se sabe cómo logró perder frente al equipo galo.

Tengo dos amigas europeas que odian el fútbol.  No precisamente por la violencia (una de ellas practicó rugby, y la otra, kickboxing tailandés), sino por la mezcla de patrioterismo con populismo y machismo, mixtura perversa de la cual ondear las banderas nacionales es parte indispensable.

Una de ellas –alemana- lamenta que con el campeonato de 2006 se recuperara masivamente el amor germánico por su tela tricolor, después de décadas de actitudes anti-autoritarias y críticas del propio pueblo de la República Federal frente a cualquier nacionalismo teutón.

Supuestos complejos inducidos en los alemanes por las Guerras Mundiales se quedaban atrás, por virtud de la Copa Mundial.

En Cuba no se usa mucho ondear públicamente banderas de otros países, pero como el equipo cubano de fútbol no juega en el Mundial, se ha estimulado una algarabía multicolor donde los estandartes de otros países ocupan un lugar clave.

Traídas del extranjero por amigos, o por algún turista, las banderas se convierten en símbolos de status, junto con las caras camisetas de los equipos que se ven en la Isla cada vez más, y esta vez también con las vuvuzelas (¡!).  Las diferencias de ingresos y de acceso se hacen visibles.

Autos –muchos de ellos extranjeros- hacen ondear las banderas de las potencias futbolísticas de preferencia, y hasta sobre algunas casas y en balcones de los edificios aparecen las enseñas nacionales de Ultramar. Brasil, Alemania y Argentina son las más frecuentes.

Por la TV apareció la Presidenta de la Asamblea Municipal de Bauta —pueblo habanero a unos km de la capital— explicando cómo ya es tradición de los habitantes izar las banderas sobre sus casas.

Un pueblo que aparenta una ciudad diplomática, con la particularidad de que cada país tiene no una, sino varias embajadas. En la sala de video del pueblucho, se nota la algarabía futbolística, con todos los atributos habituales de ir a grandes estadios, frente a la pantalla chica de un televisor.

Un gran efecto de la “apertura mundialística” de los últimos años es que ya no sea posible en Cuba aquel legendario diálogo telefónico generado en 1998 a partir de la llamada de un ciudadano preocupado a una estación de policía:

“Agente, buenas tardes. Han izado una bandera disidente frente a mi casa.”

“¿Y cómo Ud. sabe que es disidente, compañero?”

“Es verde y amarilla, con una consigna contrarrevolucionaria: algo así como “Orden y Progreso.”

“¡Esa bandera es de Brasil, imbécil! ¡Estamos en Mundial de fútbol!” dijo el policía.

Dimitri Prieto-Samsonov

Dmitri Prieto-Samsonov: Me defino por mi origen indistintamente como cubano-ruso o ruso-cubano. Nací en Moscú, en 1972, de madre rusa y padre cubano; viví en la URSS hasta los 13 años, aunque ya conocía Cuba, pues veníamos casi todos los años de vacaciones. Habito en un quinto piso de un edificio multifamiliar, en Santa Cruz del Norte, cerca del mar. Estudié Bioquímica, Derecho (ambas en La Habana) y Antropología (en Londres). He escrito sobre biología molecular, filosofía y anarquismo, aunque me gusta más leer que escribir. Imparto clases en la Universidad Agraria de La Habana. Creo en Dios y en la posibilidad de una sociedad donde seamos libres. Junto con otra gente, en eso estamos: deshaciendo muros y rutinas.