El futuro de una formidable institución (I)

Dmitri Prieto

La libreta de abastecimiento permite comprar un pequeño pan por persona todos los días, foto:Caridad

OFICODA (oficina de control de la distribución de alimentos) –vocablo que en español no deja de sonar a palabra obscena- es el nombre tradicional con el que en Cuba se conoce lo que hoy se llama Registro de Consumidores. Hay oficodas prácticamente en todos los poblados cubanos. Son como oficinas burocráticas de base. Con mesas añejas y archivos despachurrados, los locales de las oficodas constituyen todo un símbolo de un paradigma o modelo social.

Varios funcionarios –la mayoría de las veces mujeres- se encargan de llevar el registro de todas las personas que con carácter permanente viven en el lugar. Sólo el registro del Carnet de Identidad, gestionado por la Policía, posee una amplitud similar al de las oficodas. Porque es obligatorio para los residentes permanentes en el país (tanto ciudadanos cubanos como extranjeros) portar un Carnet de Identidad y además poseer una “libreta de abastecimiento.”

La inscripción en la oficoda correspondiente se exige cuando la persona se muda para la localidad, y constituye un trámite burocrático importante para la legalización de su presencia “oficial” en el lugar.

La libreta de abastecimiento permite comprar un pequeño pan por persona todos los días, así como mensualmente unas libras de arroz, algunos huevos (no muchos), pollo y chícharos, cuya cantidad varía en dependencia del lugar. Los inscritos en las oficodas de Ciudad de La Habana son privilegiados con respecto al resto del país. También viene café, azúcar, sal y cigarros.

La existencia misma de la libreta —para unos símbolo de justicia social, para otros metáfora del atraso— ha sido objeto de debate. Muchos imaginan que es un rasgo exclusivo de Cuba, pero en el Imperial War Museum de Londres tuve el privilegio de ver los Ration Books que usaban los británicos cuando la Segunda Guerra Mundial; hasta se podía adquirir un ejemplar facsímil pagando unas libras esterlinas.

Tarjetas similares existieron en Rusia, Alemania, y otros países que han estado en guerra. A muchos extranjeros les resulta fácil identificar la libreta de abastecimiento cubana como un rasgo de cierto espíritu de cuartel. Y los cubanos todavía polemizamos sobre si es bueno o malo tener ese sistema de distribución, que ya abarca bien poco en comparación con lo que una familia promedio necesita.

Hace ya 20 años desapareció sin penas ni glorias ni aviso previo la libreta de productos industriales, que permitía comprar desde pantalones hasta cámaras fotográficas; pero la de los alimentos sigue allí.

Dimitri Prieto-Samsonov

Dmitri Prieto-Samsonov: Me defino por mi origen indistintamente como cubano-ruso o ruso-cubano. Nací en Moscú, en 1972, de madre rusa y padre cubano; viví en la URSS hasta los 13 años, aunque ya conocía Cuba, pues veníamos casi todos los años de vacaciones. Habito en un quinto piso de un edificio multifamiliar, en Santa Cruz del Norte, cerca del mar. Estudié Bioquímica, Derecho (ambas en La Habana) y Antropología (en Londres). He escrito sobre biología molecular, filosofía y anarquismo, aunque me gusta más leer que escribir. Imparto clases en la Universidad Agraria de La Habana. Creo en Dios y en la posibilidad de una sociedad donde seamos libres. Junto con otra gente, en eso estamos: deshaciendo muros y rutinas.

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