Restauradores

Por Irina Echarry, photos: Caridad

Restaurando La Iglesia de la Purísima Concepción, en Manzanillo, Granma
Restaurando La Iglesia de la Purísima Concepción, en Manzanillo, Granma

HAVANA TIMES, julio — La Iglesia de la Purísima Concepción, en Manzanillo, Granma,  fue construida en 1805, de tabla y techo de guano.  En lo adelante gozó de varias transformaciones.

Los vitrales de la Iglesia fueron elaborados en la década de 1950, a partir de donaciones de los feligreses que estaban conscientes que la majestuosidad de cada pueblo se mide por su Palacio de Gobierno y su Iglesia.

Pero en más de 40 años esta pequeña joya del oriente cubano no había vuelto a recibir la mano dedicada de un obrero albañil, un pintor y mucho menos un vitralero.

Así, hace unos años atrás, cuando una brigada de constructores jubilados comienza su reparación, llegan los hermanos Alejandro y Juan Carlos Fernández, habaneros de nacimiento, miembros de la ACAA, cuyo oficio es el de los más bellos y menos comunes: la vitralería.

Ya han prestado sus servicios en Pinar del Río;  devolvieron los colores a la Iglesia de Paula, en la Habana Vieja; y a la Diócesis Bayamo-Manzanillo. Su mayor reto es la restauración de los vitrales del Santuario Nacional del Cobre.

Así que por estos meses andarán por Santiago de Cuba; porque la Iglesia de Manzanillo ya luce como recién construida, gracias a ellos, a los albañiles y a un pintor que se juega la vida en las alturas, aunque su modestia le impida reconocerlo.

Su nombre es Carlos Sánchez.  Tiene más de 40 años, pero aparenta 20 cuando, herramientas a la cintura, emprende la peligrosa ascención por un andamio que gusta mecerse como si acunara a un niño para dormir.

¿Miedo?

Me mira extrañado cuando le hago la pregunta, porque no se me ocurriría subirme a un lugar tan alto, para pintar el techo con una seguridad y delicadeza que no imaginaría nadie al ver sus manos fuertes.

Es de Manzanillo y hace más de 10 años se dedica a la restauración, ha estado en lugares de peores condiciones, techos mucho más altos que este, andamios mucho más inquietos.  Si se tiene miedo no se puede trabajar en esto, asegura.

Pero el amor a los pinceles, a devolver a las paredes sus tonos originales, le hace disfrutar este trabajo más que ningún otro.