Lisanka: Nueva comedia cubana

Por Irina Echarry

HAVANA TIMES, 15 julio — No está mala, me reí cantidad.  Esa es una frase muy escuchada a la salida del cine cuando se estrena una película cubana.

Nuestros cineastas gustan de la comedia como vehículo para reflejar la realidad nacional.  Esta vez Daniel Díaz Torres, director de Alicia en el pueblo Maravillas, volvió a apostar por el género y nos regala un film que habla de un pasado reciente haciendo guiños a la actualidad.

Un supuesto pueblo llamado Veredas del Guayabal es asediado por cohetes nucleares, los soviéticos son sus aliados-padrinos y los habitantes del lugar viven en la vorágine de los inicios de fuertes cambios sociales.

Allí, Lisanka (cuyo nombre nos recuerda la obsesión que vivió el pais durante varias décadas por todo lo que provenía del país eslavo) vive asediada por el amor de dos muchachos y luego aparece un tercero: un camarada ruso.

1962, Año de la Planificación, fue (como muchos) un año convulso y peligroso como ninguno.  Se produjo la Crisis de los Misiles, Cuba quedaba al borde de una guerra nuclear.  Sin embargo los cubanos, inmersos en la lucha ideológica de una naciente Revolución (existía una violenta lucha de clases en el país, donde operaban bandas contrarrevolucionarias y se producían pugnas con sectores de la Iglesia),  no calculaban el gran peligro que les rodeaba y pretendían enfrentarlo con la misma rebeldía e ingenuidad de un niño que llega a la adolescencia sin saber qué es.

Seguramente, en medio de esta crisis tuvieron lugar otras más pequeñas,  más personales, más humanas.  Daniel Díaz Torres escogió la de Lisanka para contarla.

Basada en el cuento de Francisco González: En el Kilómetro 32, la cinta nos muestra una muchacha llena de  excesos, que aunque nadie duda que haya existido alguna así, no era esa personalidad libre lo que primaba en una época donde se respiraba machismo por todas partes.

La joven se enfrenta a prejuicios y etiquetas

La joven (al igual que la Isla) se enfrenta a los prejuicios sociales, a las etiquetas políticas que se acuñaban en aquellos años, a los chismes y las malas intenciones de los vecinos.  Por eso, encima del tractor que maneja, Lisanka se siente libre, independiente, poderosa, capaz de decidir su vida aunque ésta en verdad dependiera de Kennedy y Krushev, quienes para demostrar la supremacía ideológica y territorial estaban dispuestos a todo.

Los hombres que dicen amar a Lisanka (uno fue a combatir a la Sierra, el otro quedó luchando en la ciudad y la película muestra rivalidad entre ellos) solo quieren poseerla como si fuera un objeto, ella no se conforma con eso,  quiere ser valorada como ser humano, crecer espiritualmente.

Los demás personajes son reflejos de la época, el militar que quedó inválido mientras cumplía una misión, el otro que está en activo y necesita cumplir con el deber en todo momento, aunque eso le reste tiempo para atender a la hija.

La prostituta del pueblo intenta integrarse a los cambios, pero no es aceptada y los guionistas prefirieron que muriera.  Tal vez en aras de hacer una especie de homenaje a las personas que nunca encajaron en los cambios de esa época porque la misma sociedad no se lo permitió.

Uno de los mejores momentos del film se logra en el recibimiento a los hermanos soviéticos, escena llena de ironía, humor y absurdo donde los cubanos ganan en un juego de jalar la soga y el dirigente político informa que para el próximo deben ganar los rusos aunque la competencia sea de rumba.

Más allá de la risa o de las buenas actuaciones, Lisanka sirve para recordar un momento en el que sí estuvimos en peligro, aunque no es una película histórica, el contexto en el que se desarrolla está muy bien reflejado.

Contada como una fábula, algunas escenas nos hacen pensar en una cinta del pasado vista desde el presente, lo que la acerca al público joven.  Quizá en algún momento se haga otra sobre los acontecimientos de la Crisis de octubre, pero un poco más seria.