Crítica: Hay un grupo que dice…

Irina  Echarry

cartel-Hay-un-grupo-que-dice2HAVANA TIMES — A finales de la década del 60 el Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográfica (ICAIC), de la mano de Alfredo Guevara, era una de las pocas instituciones que profesaba independencia de criterio cultural y, además, tenía las condiciones económicas para unir a varios jóvenes inquietos en un proyecto sui generis.

La idea era impartir a los muchachos, de manera intensiva, clases de solfeo, armonía, composición, instrumentación y otras herramientas que les permitieran canalizar, en función del cine, la creatividad que les rebosaba; todo mediante un trabajo colectivo de análisis e investigación de la música popular.

Así surgió el Grupo de Experimentación Sonora (GES) del ICAIC. Sus integrantes —una generación poética y en constante búsqueda— eran gente que tenía mucho que decir; por eso Lourdes Prieto nombró de manera acertada el documental que refleja la trayectoria del GES: Hay un grupo que dice… exhibido en los cines durante el mes de enero.

En 80 minutos la realizadora hace un paneo por el contexto ideológico, político, cultural y social que rodeó la creación del proyecto, donde no solo se estudiaba sino que a la vez se creaba música para películas, documentales, noticieros.

Algunos de los fundadores del grupo —o amigos cercanos— nos hablan de cuándo se conocieron, qué repercusión tuvo en sus vidas y cómo llegaron a formar parte de ese proyecto en el que, según Sergio Vitier: “No había afinidad estética, había diversidad estética ecuménicamente reunida”.

Los primeros años de la revolución fueron intensos, convulsos y marcaron —para bien o para mal— la vida de cada uno de los cubanos que los vivieron. Los acontecimientos se producían a gran velocidad: alfabetización, zafra de los 10 millones, Girón, Cordón de la Habana, secuestro de pescadores, trabajos voluntarios, inauguración de escuelas, construcción de viviendas… Los cantautores se sentían impulsados a registrar la época en sus letras; la realidad social daba un vuelco a la canción, la tornaba más comprometida, con nuevos lenguajes.

El GES también parió obras instrumentales y experimentales; era un laboratorio de música contemporánea donde se consideraba el jazz, el rock, el feeling, la percusión popular, la trova, la música hindú o la brasileña; en un momento en que empezaba a sentirse con más intensidad el cierre cultural de Cuba con el mundo, y en el que cualquiera podía ser acusado de diversionismo ideológico por escuchar música foránea.

Por supuesto, el GES, formado por jóvenes innovadores y revolucionadores, tuvo dificultades a la hora de difundir su trabajo. El ICAIC y la Casa de las Américas sirvieron de refugio a varios artistas y ayudaron a que sus obras no se diluyeran en la marea del Realismo Socialista o de la política cultural de esos años.

Pero en el ICR sucedía todo lo contrario. La radio y la televisión les estaban vetadas a algunos de los miembros del grupo; Santiago Álvarez realizó unos videos que la gente podía disfrutar en el cine y así, al decir de Silvio Rodríguez: “rompíamos el bloqueo”. Además, ofrecían conciertos en las escuelas secundarias, los preuniversitarios y las universidades, intentando acercarse al público joven amante de su música y protagonista directo de los cambios y transformaciones que a nivel social estaban ocurriendo en la isla.

Cuando gente inquieta se une, solo puede esperarse algo explosivo; y así fue. A los seis meses de creado no quedó más remedio que levantar el veto y comenzar a radiar el trabajo del grupo.

Un trabajo que no era fácil de realizar pues la escasez reinaba, aunque por suerte casi siempre la carencia viene acompañada de la improvisación. En el documental nos enteramos que Eduardo Ramos tocaba un bajo prestado cuyas cuerdas eran cables telefónicos de diferentes calibres; la batería utilizada era un collage: un redoblante de escuela al que le adicionaron un viejo platillo y un bombo; hasta un llavero repleto de llaves se convertía en instrumento de percusión.

Otro detalle interesante es que varias de esas grabaciones tan cálidas del GES se hicieron con una antigua consola de radio que ampliaron a nueve canales, cuando en el mundo los Beatles grababan sus canciones en máquinas multipistas.

El grupo no fue blanco de la parametración que caló en la mayoría de los centros culturales del país a principios de la década del 70, pero algunos la sufrieron de manera independiente antes de integrarse al equipo.

Aunque el tema ocupa gran parte del documental —y tratándose de gente que en su momento fue rebelde y llamó a las cosas por su nombre—, me quedé esperando un cuestionamiento fuerte sobre las causas y los responsables de esa destructora onda expansiva que tanto daño y sufrimientos generó.

Los cuadros políticos dictaban por dónde iba la cultura, daban su opinión de lo que debía ser la poesía o el teatro, sobre quién podía trabajar o no en el ICR, a qué músico se podía radiar o no, qué pintores podían exponer su obra.

Pero ¿qué motivó el surgimiento y la reproducción de esa política cultural? ¿Quién decidía sobre la autoridad de esos cuadros políticos? ¿Cómo y por qué los intelectuales de la época —y el pueblo en general— permitieron que esos años se convirtieran en los más difíciles y tenebrosos para la cultura cubana? Interrogantes como esas no se responden.

Una sensación agradable acompaña todo el metraje; el sonido de instrumentos de timbres dulces: clarinete, flauta, guitarra acústica, se combina con imágenes de jóvenes tiernos, soñadores, trabajadores, inteligentes, envueltos en la vorágine de construir un mejor país; al menos intentándolo con ganas.

Lamentablemente, Hay un grupo que dice… no ha generado gran impacto en el público; las salas estuvieron casi vacías durante su proyección; y es que la gente solo asocia las voces del GES con loas cansonas a la revolución. El documental es una buena oportunidad de ver a seres humanos creciendo al ritmo de su época.

Una vez fuera del cine sentí mucha curiosidad de saber cómo y en qué momento ocurrió la transición, cuándo esa gente linda, talentosa, espontánea, creadora, generadora de cambios, se convirtió en imágenes encartonadas que repiten hasta el cansancio los mismos temas patrióticos. ¿Qué hubiese sido de cada uno de los integrantes del GES si no hubiesen conformado el grupo? ¿Si, en medio de esos años de cacería de brujas, no hubiesen sentido que su “deber era cantarle a la patria”?

 

One thought on “Crítica: Hay un grupo que dice…

  • Te agradezco la reseña, Irina (¡casi tanto como un pudín de guayaba!). Lástima que no he visto (ni sé si podré ver) el documental de Prieto. Pero sí viví esa época, que al evocarla me trae tantas memorias: los amigos en el barrio, empezando a buscar novias recién salidos de la primaria, y acudiendo a fiestas donde escuchábamos a (y hasta bailábamos con) los Beatles y los Rolling Stones, y con buena suerte a una presentación en vivo de los Almas Vertiginosas, los Flores Plásticas o los Gnomos (del Pre de la Víbora); cuando procurábamos estrechar los pantalones y dejarnos crecer el pelo, huyendo de los propios padres en muchas ocasiones, o de la brigada antipepillos de Ana Lassalle y la fiana acompañante, cortando pelos y rompiendo pantalones; los tiempos en que teníamos el coraje de decir que éramos hippies en Cuba, con todo el riesgo que conllevaba el aserto, viviendo el constante dilema de querer todo esto que he dicho y a la vez apostar por la Utopía (o cada cual por su pequeña y legítima Utopía), lo cual parecían no comprender “allá arriba” (no sí si ya lo han acabado de entender) .

    Y en eso llegó el GES, y los pepillos asimilamos que algo grande estaba pasando en el panorama musical cubano. Y nos asombró escuchar aquellas melodías, letras y arreglos poco habituales hasta en el muy comercial Nocturno, custodiados por las confecciones más convencionales de Fórmula V y Juan y Junior. Y desde entonces nos despetroncábamos cada vez que el GES (que nunca se sabía a ciencia cierta cuántos eran), se presentaba en la sala Chaplin, o en el Amadeo Roldán.

    No creo posible aquilatar en justicia la impronta del GES sin juzgar todas las particularidades del momento histórico en que nació. Como bien dices, a él se integró un Silvio Rodríguez ya “tranquilo”, tras vivir el trauma que siguió a su declaración de principios en Varadero ’70, cuando dejó a unos cuantos boquiabiertos con su vestimenta “antiespectáculo” y aquellos versos de Resumen de Noticias:

    “Pero, pobre de mí, no he estado con los presos
    de su propia cabeza acomodada,
    no he estado en los que ríen con sólo media risa,
    los delimitadores de las primaveras”.

    Hoy, tras más de 40 años, parecen nadería, pero en aquel entonces levantaron muchas ronchas. Para saber cómo esas escoriaciones en la piel de gente con poder condujeron a la transición que mencionas en tu último párrafo hará falta otro documental. Me pongo los espejuelos y quedo a la espera de esa próxima proyección.

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