De vuelta a los 90 para los cubanos de a pie

Estoy deseando que se demore en llegar la gasolina para seguir en mi nueva ocupación

Por Lorenzo Martín

HAVANA TIMES – De veras me deprime tener que escribir cosas tristes cada vez que intento contarles de la vida de un cubano de a pie. Cada vez que tengo una gota de alegría, un atisbo de esperanza, me empapa un chaparrón de desgracias, un aguacero de desasosiego.

Un camello cubano.

Una de las cosas que más nos ha afectado a los cubanos desde la caída del campo socialista es la falta de combustibles. En los 90 del siglo pasado la sufrimos y de la peor de las maneras: por cuenta del combustible cerraron cientos de centros laborales quedando miles de trabajadores sin sustento. Por cuenta de la falta de combustible el transporte colectivo colapsó y nos vimos obligados a inventar el triste “Camello”, un remedo de ómnibus formado por una rastra, la parte trasera era sustituida por una especie de vagón donde nos exprimíamos más de cien personas convirtiéndonos en blanco de carteristas, jamoneros (tipos que se dedican a manosear mujeres y a veces no mujeres) y otras faunas afines.  También nos vimos cocinando con leña por falta de combustible doméstico y sufriendo interminables apagones que traían aparejado todo tipo de insectos molestos y dañinos.

Hasta las elecciones del Poder Popular que tuvieron lugar el pasado 19 de marzo todo parecía ir bien con los combustibles. Apenas una semana después regresaron los apagones. Ya a mí me ha tocado uno semanal, gracias a Dios en horarios diurnos, porque entrando ya en el verano si es de noche me voy a tener que ir a dormir en un parque. También el transporte se ha visto afectado disminuyendo paulatinamente al punto de que me recuerda las interminables colas de los 90. Los odiados “camellos” ya han ido apareciendo en las provincias y la venta de combustible a los particulares ha mermado al punto de crear una crisis en el transporte particular. Lo más molesto de esta vez es que el mismísimo Díaz-Canel se atrevió a decir descaradamente en televisión que no tenían “ni idea de cómo solucionar la situación”… vaya aceptación de la ineptitud cuando no es él quien sufre las consecuencias.

En este contexto ya me vi un domingo caminando desde casa de mamá en Playa hasta mi Habana Vieja. De parada en parada fui acercándome y cuando me vine a dar cuenta ya estaba llegando. Imagínense la crisis de combustible que mi hermana y su esposo, andando en carros del MININT están pasando trabajo con la gasolina.

El pasado martes, Andrés, el vecino de los altos, me ofreció pagarme por hacerle la fila durante la noche en el servicentro de Zapata, en el Vedado y acepté. La fila abarcaba más de seis cuadras, llegando al cementerio. Nosotros andábamos más cerca del cementerio que del combustible.

Al principio pensé que sería un trabajo aburrido, pero algún ingreso extra no viene mal. Preparé el termo de café y merienda para pasar la noche, del desayuno se encargaría Andrés de traérmelo.

La cola para comprar gasolina

La primera noche me sorprendió lo movida que podía ser la historia. Entre una cosa y otra había de todo y era una verdadera representación de la sociedad en general. Estaban los escandalosos con reggaetón compitiendo a ver quién tenía el mejor equipo de música instalado, competencia que gracias a Dios la policía se encargó de darle fin con un regaño y alguna amenaza. Hacían fila también los nostálgicos que escuchaban música romántica o baladas de los 80 y 90. No faltaron los que aprovecharon la noche para vivir algunas escaramuzas sexuales en pleno auto creyendo que desde afuera no se notaba nada. También estábamos los que optamos por socializar y jugar un poco de dominó, por supuesto en este grupo estaban los que aderezaban la madrugada con algún trago de ron.

Se pasa la noche jugando dominó

Desde la primera noche hice amigos nuevos, jugué dominó y hasta alguna propuesta indecente recibí de muchachitas que rondaban la cola. A las diez de la noche la mesa ya estaba puesta y jugábamos alegremente. En algún momento recibimos un par de regaños del carro patrullero que daba vueltas en la zona por el volumen de las voces. Así la noche se hizo corta y amaneció sin apenas notarlo.

En el amanecer se vieron llegar esposas, hermanos y amigos trayendo el desayuno a los que pasamos la noche en la cola. Junto con esposas y familiares fueron apareciendo vendedores ambulantes que traían café, cigarros y algún que otro pan con croquetas y refrescos para aliviar a los que no esperaban a nadie.  Andrés fue puntual y hasta considerado: a las 6.30 de la mañana ya estaba allí con un pan con tortilla, yogurt (¿De dónde lo habrá sacado?) y café caliente.

El viaje a casa lo hice caminando mientras admiraba cómo la ciudad despertaba y echaba a andar. Ya a las 7 am había cola en la tienda de Carlos III y por cuanta pasé. Las paradas estaban llenas y algunos ómnibus pasaban sin detenerse con la consiguiente frustración y molestia de quienes los esperaban para ir a sus trabajos.

Llegué a casa y me acosté a dormir para recuperar fuerzas por si tenía que quedarme la noche del miércoles también. El día transcurrió tranquilo, no tuve necesidad de salir de casa y descansé bastante. Sobre las seis de la tarde me llamó mi amigo para que fuera a relevarlo en la cola y hacia allá encaminé mis pasos.

La noche de miércoles para jueves fue casi una copia al calco de la anterior. En mi caso fue incluso más productiva porque una señora que iba exactamente delante de mí, que es anestesista del Clínico Quirúrgico, tuvo que marcharse por alguna complicación presentada en el hospital y me ofreció pagarme por cuidar su carro hasta que regresara y moverlo si la fila avanzaba. Era eso o perder la cola. Después de intercambiar documentos y teléfonos, para sentirnos seguros ambos, acepté (otro ingreso extra no viene mal), se marchó, cerré su carro con llaves y me senté a jugar dominó.

Entre una partida y otra nos sorprendió el amanecer nuevamente y con los primeros rayos del sol el despertar de la ciudad. Regresaron los vendedores ambulantes, los amigos y los familiares a traer el café, el desayuno y a hacer su turno en la cola. Una vez más Andrés fue puntual y vino con el desayuno y el café recién colado. Diana, la doctora, apareció sobre las ocho de la mañana, trayendo también un desayuno y mil agradecimientos.

Hoy jueves voy a descansar todo lo posible esperando que la gasolina no llegue y así tener otro día más de ganancias extras. Es increíble la capacidad que tenemos los cubanos de hacer de las desgracias de unos el agosto de otros.

Antes criticaba mucho a quienes se dedican a hacer colas por dinero, los archiconocidos coleros, pero ahora haciéndolo yo, comprendí que no es más que una operación comercial conveniente a ambas partes. Por un lado, el colero vende su tiempo y comodidad mientras que el otro paga para poder descansar o realizar alguna otra actividad que le sea imprescindible realizar. Es triste, pero creo que la falta de gasolina va a redundar en mi beneficio y hasta me está gustando el trabajo, en definitiva las noches las paso leyendo hasta bien tarde y de veras necesito poco tiempo de sueño.

Si, creo que encontré una ocupación extra que me está gustando: ganar dinero por no hacer nada más que jugar dominó, dormir en un carro protegido de la intemperie y hasta desayunar a costa de quien paga. Si, estoy deseando que se demore en llegar la gasolina a los centros de distribución y hasta estoy pensando cómo me doy promoción entre los choferes que conozco sin llegar a llamar mucho la atención.

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One thought on “De vuelta a los 90 para los cubanos de a pie

  • Van a habilitar algunos CUPET para vender la gasolina en MLC, y en otros será en pesos, pero cuando haya, y las colas para comprarla en pesos será de semanas, no de días. Lorenzo, tendrás trabajo.

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