Con el éxodo de Cuba abunda la oferta de segunda mano
«Lo que se ofrece ahora es de gente de aquí que se está yendo y no se puede llevar todo lo que tiene»
Por Natalia López Moya (14ymedio)
HAVANA TIMES – Bolsos de mujer, zapatos para bebé y varios electrodomésticos se amontonan sobre uno de los estantes. «Esto es lo último que nos ha llegado pero todavía no lo he clasificado», advierte la vendedora a una joven que señala hacia una batidora de la marca Oster que asoma en una esquina del local en un garaje de El Vedado, La Habana.
«Si quiere le enseño el catálogo de lo que tenemos de cocina», añade la comerciante, que abre unas bolsas negras en las que se ven libros infantiles, accesorios domésticos y un inmenso oso de peluche con un corazón rojo en medio del pecho. «Me dice su número y le paso las fotos por WhatsApp, tenemos televisores de pantalla plana, bocinas bluetooth y un par de microwave. Todo de uso, pero en buen estado».
Con tres años en el negocio de las ventas de segunda mano, Cinthya, de 38 años, nunca había tenido tanta mercancía. «Ya no estoy aceptando nada hasta que no logre salir de lo que se me ha acumulado, porque las ventas van muy lentas, lo que antes salía en unos días, ahora se demora semanas o meses».
Junto a su esposo, que maneja una vieja moto Ural con sidecar, heredada de su padre, Cinthya visita casas para evaluar desde cazuelas, hasta bombas de agua que pueda revender posteriormente. «Tengo una red que me avisa de cuando una familia se está preparando para irse, pero solo acepto clientes serios, gente que venga recomendada».
El negocio de productos de segunda mano ha tenido siempre mucho protagonismo en Cuba, un país que lleva décadas saliendo de una crisis para entrar en otra. Sin embargo, este tipo de comercio no siempre pudo hacerse legalmente. Para los particulares, la autorización de las llamadas ventas de garaje, hace solo tres años, fue el pistoletazo de arrancada y permitió a muchos legalizar un negocio que ya tenían de manera informal.
«La gente asocia de segunda mano con ropa fuera de moda, como la que se vendía antes en las trapi-shopping«, recuerda Cinthya en alusión a los locales estatales que proliferaron por toda la Isla desde finales del siglo pasado con todo tipo de vestimenta importada por el Estado desde diferentes países. «Lo que se ofrece ahora es de gente de aquí que se está yendo y no se puede llevar todo lo que tiene».
«Al principio aceptaba todo lo que veía y perdí mucho dinero, pero ahora mi esposo y yo solo compramos lo que sabemos que vamos a poder vender», describe la comerciante a este diario. «Los electrodomésticos tenemos que probarlos, no pueden tener abolladuras, ni rayones y nada de equipos montados con piezas de aquí y de allá», explica.
En su catálogo, la vendedora prefiere: «televisores modernos, ropa de cama y toalla en perfecto estado, cubiertos, cazuelas, ropa y calzado de bebé o niños pequeños, ollas arroceras, freidoras, vajillas, adornos de cerámica y cristal y hasta hemos tenido plantas ornamentales», enumera.
«La gente empieza queriendo vender la casa con todo dentro para irse del país, luego se da cuenta de que todo puede demorarse mucho si esperan un comprador para la vivienda y entonces se deciden a rematar las cosas y los equipos», detalla Cinthya. «Ahí es cuando nosotros entramos en escena, vamos y evaluamos lo que ofrecen».
Otros, compran de segunda mano en el extranjero, especialmente ropa y calzado proveniente de mercados cercanos como Panamá, México o Florida, y revenden en la Isla. Sin embargo, «el negocio de traer cosas de uso ya no está dando casi nada», reconoce Leo, un joven que hace de mula y reside en Taguasco, Sancti Spíritus.
«Tengo mis contactos en Panamá y hace unos años me hice con un visado para ir de compras con frecuencia, me salía bien, además de las mercancías nuevas, podía mandar como equipaje no acompañado algunos productos de segunda mano, pero ahora hay muchas ofertas aquí dentro y prefiero concentrarme solo en ropa y zapatos nuevos».
Este espirituano, que prefiere el anonimato, asegura que «los propios dueños tratan de vender todo lo que puedan antes de irse con el parole o por otro camino». Así que «hay mucha gente en lo mismo, tratando de salir de una lavadora, de un refrigerador o de la ropa de los hijos. Conocí a unos que vendieron hasta la taza del inodoro antes de montarse en el avión».
Leo opina que aunque los precios de esos productos «no son tan caros como si se compraran nuevos en una tienda en MLC (moneda libremente convertible) hay mucha desconfianza porque se sabe que el que te vendió el equipo de música no va a estar aquí en una semana, cuando empiece a fallar y le quieras reclamar».
«Lo más difícil en estos casos son los teléfonos móviles, las computadoras y ese tipo de equipos que se necesita habilidad y conocimientos para detectar si no tienen algún problema que no se ve a simple vista», explica el joven. «Estuve un tiempo dedicándome a esos manejos, pero tuve un problema con un tablet que le compré a un socio que se fue por Nicaragua y se lo vendí a una vecina, no le duró ni tres días. Ahí me quité de eso».
«Ahora, además de lo que traigo de Panamá, estoy en el mercado de segunda mano de utensilios de restaurantes y negocios. Principalmente mesetas de trabajo, juegos de mesa y silla, tenedores, cucharas, cuchillos, vasos, hasta barras de bar he vendido». Todos esos objetos de uso tienen un denominador común en su caso: «nada de cables ni de bombillos, cero sorpresa, lo que ves es lo que compras. No puede pasar que al otro día no encienda».
Unos escalones más abajo del negocio de Leo, en una mayor informalidad, se extienden las ofertas de esos objetos que han acompañado a las familias cubanas durante buena parte de sus vidas. Tazas de café que pertenecieron a la matriarca de la familia, almohadas sobre las que se han apoyado decenas de cabezas o juegos de sala necesitados de pegamento y nuevas rejillas.
Un sinnúmero de pertenencias destinadas a permanecer al lado de sus dueños por el resto de sus vidas pero que con la estampida migratoria han terminado en las ventas de garaje o en los anuncios de algún sitio digital con una descripción que delata toda la historia que contienen y el desespero de sus propietarios por sacarles algo de dinero antes de partir, o más bien, para poder partir.
«Vendo un exprimidor de naranja, doce platos de cerámicas traídos en los 80 de la RDA [República Democrática de Alemania], una bandeja de cristal que sirve para el horno y una tostadora eléctrica, todo por 10.000 pesos», reza un anuncio en un grupo de Facebook. «La vajilla está muy bonita, con platos hondos y llanos. Tiene un valor sentimental para mí así que espero que quien la compre la cuide mucho».