Agricultura orgánica cumple 40 años en Nicaragua
Gerd Schnepel y su esposa Elba Rivera fundaron, en marzo de 1984, la finca “La Esperanzita”, el primer lugar de agricultura orgánica de Nicaragua
HAVANA TIMES – Todo empezó con la llegada de un “internacionalista” de Alemania Federal en enero de 1982, que quería conocer la realidad de la revolución, la cual había acabado con Somoza, en Alemania muy conocido como un tristemente célebre dictador, y que quería trabajar en la agricultura orgánica para aportar su “grano de arena” a la construcción de la nueva Nicaragua. Pero no había agricultura ecológica.
El 15 de marzo de 1984, Gerd Schnepel y su esposa Elba Rivera Urbina, hija de una familia campesina de Nueva Guinea, fundaron la finca “La Esperanzita”, el primer lugar de agricultura orgánica de Nicaragua.
El ministro de agricultura, Jaime Wheelock Román, vino a Nueva Guinea, habló en la pista de aterrizaje frente a cientos de campesinos y dijo, entre otras cosas: “¡Si seguís con vuestro tipo de agricultura, convertiréis esta región en un desierto!”.
Un estudio conjunto, de gran enjundia, de la Unión Europea con el Midinra analizaba ya en 1981 los suelos, las aguas, la vegetación y el clima del sureste tropical húmedo y llegaba a la conclusión de que una región de selva como esta tenía una cosa por encima de todo: ¡una “vocación forestal”! Siguió explicando lo que sería inadaptado, inadecuado, imprudente para un lugar en el trópico húmedo. ¡Pero entonces se pusieron en práctica todas las cosas equivocadas!
El número de colonos en Nueva Guinea había aumentado desde 1965, se habían fundado más colonias, Río Plata, El Campamento, La Angostura, Punta Gorda, La Fonseca, El Paraíso de Aguas Zarcas, Atlanta, La Unión, La Providencia y muchas más. Y como todos venían de la región del Pacífico, del centro y del norte, hicieron lo de siempre: quemar, deforestar, cultivar arroz, maíz, quequisque, yuca y frijoles. Y luego vino la carga más pesada para la naturaleza en el trópico húmedo: el ganado. Nadie tenia un papá que le enseñara a trabajar en el trópico húmedo, no existía tradición agrícola, o sea: sólo una equivocada.
En 1967, el suegro de don Gerardo, como le llamaban al “Chele” Gerd, Orlando Rivera, cosechaba unos 40 quintales por manzana en la exselva, ahora “libres” para la agricultura de los “campesinos libres”, sin ninguna ayuda agroquímica. Cuando en 1988 se le preguntó cuánto producía actualmente, su respuesta, un tanto mansa, fue: “ocho o cinco, o ni eso”.
Por supuesto, los indígenas de la zona llevaban siglos practicando la agricultura ecológica, en su forma tradicional de “cultivo itinerante” y en cultivos mixtos (por ejemplo, maíz, frijoles, calabazas), pero ahora llegaba la nueva era. Y para que los agricultores se dieran cuenta de que la revolución había llegado, les trajo maquinaria pesada de Europa del Este, una tortura para los sensibles suelos de los trópicos húmedos y, sobre todo, ¡agroquímicos!
Comenzó el envenenamiento a largo plazo de productores y consumidores, comenzó la compactación de los suelos, con la alteración considerable del equilibrio hídrico. Delante de casi todas las chozas campesinas estaba el barril vacío de veneno de la RDA, ahora superficialmente limpiado y utilizado como barril de agua para la familia, y económicamente, el famoso “cortoplacismo” estaba a la orden del día: ¡cómo ganar dinero rápidamente! Agricultura por contrato para los suelos, carne de res de enormes potreros sin arboles, y estaba el sueño loco de ser “granero” no solo para Nicaragua, para Centroamérica. Incluso en este siglo, Arnoldo Alemán, que no tenía ni idea, salvo tal vez del café en las montañas del norte, seguía parloteando al respecto.
La manera de cultivar en “La Esperanzita”
Finca “La Esperanzita” tuvo que responder, tuvo que hacer las cosas de otra manera, la sostenibilidad se convirtió poco a poco en un concepto. Los principios eran: nada de maquinaria pesada, casi nada de labranza, absolutamente nada de abonos químicos, nada de plaguicidas y pesticidas, nada de monocultivos, nada de transgénicos, nada de semilla mejorada (la favorita de Enrique Bolaños), sino variedades locales probadas que los agricultores guardaban cada año para la siguiente siembra.
La agricultura debe trabajar con la Madre Naturaleza, no luchar contra ella, era el principio rector. Así pues, abono de origen natural, compost de estiércol, lombrihumus, rotación de cultivos, cultivos mixtos de todo tipo, abono verde con frijoles terciopelo, kudzú y otras, vinagre de madera, extractos de cebolla, chile y ajo para combatir las plagas si aparecían, ovejas pelibuey en lugar de ganado vacuno. “La Esperanzita” probó todo esto y lo introdujo en sus tierras.
Hasta la medicina veterinaria orgánica se enseñaba y practicaba en la finca “La Esperanzita”, bajo la dirección del apasionado veterinario ecológico Carlos Sáenz Scott.
Pero lo mejor fue y es la respuesta a la vocación forestal: agroforestería diversificada y ecológica. Producción agrícola basada en árboles, arbustos y plantas trepadoras, imitando a la selva, que produce enormes cantidades de biomasa desde hace miles de años, sin “completos” y sin Bayer, Monsanto y compañía.
Los más valientes plantaron —inteligentemente asociadas— en sus una o dos manzanas agroforestales achiote, aguacate, albahaca, arazá, ayote, banano, bejuco de la mujer, borojó, cacao, café robusta, caimito, canavalia, canela, carambola, castaña, chile congo, cocona, cúrcuma, flor de jamaica, fruta de pan, gandul, granadilla, guanábana, guapinol, guayaba, jengibre, limón, mamón chino, mangostán, marañón, naranja, níspero, palma de coco, papa del aire, papaya, pejibaye, pimienta brava, pimienta dulce, piña, plátano, raicilla, toronja, uña de gato, vainilla, vétiver, yaca, zacate limón y más.
El reto del productor y de la productora: Manejo de sombra, poda sofisticada. La ventaja en el lote agroforestal: pocas enfermedades, pocas plagas en el cultivo mixto, pocas malas hierbas porque todo está ya cubierto con plantas y a menudo sombreado.
Para las más importantes de estas especies existe un mercado ecológico en constante crecimiento, en el mercado campesino independiente a nivel local, en el campo y sus ciudades, y a precios elevados en el extranjero, una vez certificada la producción ecológica. Cada uno o una tal vez no produce grandes cantidades, por eso se forman asociaciones, cooperativas u otros colectivos. Y se cosecha todo el año.
Los cultivos arbóreos son fuente de salud, fuente de ingresos, son una contribución enormemente importante contra la crisis climática, a nivel local y mundial. La finca “La Esperanzita” sigue enseñando esto, practicando y experimentando y, como escuela campesina de agricultura ecológica en el trópico húmedo, ha tenido en sus talleres a cientos, si no unos cuantos miles, de familias campesinas para difundir la buena nueva. También está tratando de ganarse a las mujeres y a los jóvenes en particular, para que todos juntos encuentren soluciones y construyan una práctica agrícola que pueda responder al famoso ecologista y cosmólogo nicaragüense, el doctor Jaime Incer Barquero, quien señaló que hoy no somos los últimos en Nicaragua, sino que “después de nosotros nacerán millones de nicaragüenses que quieren y necesitan vivir con y de la misma tierra, suelo, agua, aire, plantas y animales, ¡como nosotros”.
Las ideas y sugerencias de “La Esperanzita” se han extendido ahora a Cerro Silva, Bluefields, Rama Cay y otras comunidades rama-kriol, a Punta Gorda, El Rama, Santa Isabel del Pajarito y otros lugares en el departamento Río San Juan, a Kukra Hill, Laguna de Perlas y el Triángulo Sur.