Peligro: Decir lo que muchos piensan

Yusimí Rodríguez

El Barrio Chino de La Habana. Foto: Caridad

HAVANA TIMES, Jan. 19 — En los días posteriores a la Asamblea de Rendición de Cuentas de la circunscripción de Alamar, interrumpida por el delegado, Pedro notó que los vecinos evitaban interactuar con él, no se detenían a conversar con él y lo saludaban de lejos.  Y era lógico, tenían que protegerse.

Es lo que se recomienda contra el virus de influenza AH1N1: Evite besos y abrazos con personas infestadas; de hecho el virus es transmisible incluso por los pasamanos de las guaguas y el teléfono, porque en estos quedan gérmenes.

Pedro había sido acusado por el delegado de hacer campaña, calificado como contrarrevolucionario, lo que es equivalente a convertirse en una especie de infestado.

En nuestro país, un revolucionario es, al parecer, únicamente, aquella persona que esté de acuerdo con el discurso oficial todo el tiempo.  El concepto de revolución no es aquel que refleja el diccionario de la lengua española, sino aquel acuñado por el discurso oficial. Hemos perdido el concepto de lo que es una actitud revolucionaria.

La Habana, Foto: Roger Humbert

Pocos días después de conocer la anécdota sobre lo sucedido en estas dos asambleas de rendición de cuentas de la localidad de Alamar, leí en la página de cartas a la dirección del Periódico Granma, Órgano Oficial del Partido Comunista de Cuba, una carta titulada “La opinión contraria”.

Luego de sumarse a la opinión de que la gastronomía pequeña debe pasar al sector cooperativo, e incluir toda la actividad económica pequeña, el autor propone un debate en torno a la diferencia, a la opinión contraria; y pregunta qué pasó con los que se opusieron a la intervención de todos los negocios privados, inclusive los llamados “timbiriches”, qué pasó con aquellos que no siguieron el “fervor revolucionario” con el que muchos apoyaron aquella llamada “Ofensiva Revolucionaria” de 1968?

Yo me atrevería también a preguntar qué pasó con quienes afirmaron que la idea de sembrar Café Caturra, a finales de la década del 60, no iba a fructificar y las consecuencias del intento podían ser desastrosas para el país; qué pasó con los que aseguraron que no se alcanzarían los 10 millones en la zafra del 70 y que la idea era descabellada.  ¿O es que esas decisiones fueron absolutamente unánimes y no tuvieron ninguna oposición?

El autor de la carta al periódico Granma pregunta: “¿Cuántas veces no nos hemos sumado a la falsa unanimidad, contra la que tanto lucha Raúl, por no buscarnos problemas con nuestra opinión contraria?”

¿Qué problemas puede buscarse alguien por expresar una opinión contraria?  Ser tachado de contrarrevolucionario y acusado de hacer campaña.  Al menos eso es lo que demuestra lo sucedido con Pedro.  Ser calificado como un contrarrevolucionario implica correr el riesgo de recibir insultos e incluso agresiones físicas por parte de las llamadas Brigadas de Respuesta Rápida.  Recientemente han ocurrido casos de este tipo.

Pero también hay riesgos más serios como el de perder el empleo, en dependencia del lugar donde la persona trabaje y la función que desempeñe.  O tal vez no suceda nada, pero siempre existirá la incertidumbre, el miedo a lo que pueda pasar, la paranoia y la sensación de estar aislado.

Lo interesante de la historia de Pedro, es que días después los vecinos se le acercaban en espacios más privados y le decían cosas como: “Tú tienes razón, pero no vale la pena meterse en problemas”; “Total, no vamos a resolver nada, ellos (¿el gobierno?) se ríen de eso”, “Lo que tú dices es lo que piensa todo el mundo, pero nadie tiene los cojones de decirlo”.  “Llevamos 50 años así y no lo vamos a arreglar”.