Copenhague: Una Cumbre Fatal
Armando Chaguaceda
La pasada semana proyecté en clase el filme “La onceava hora” de Leonardo Di Caprio, estremeciendo a los estudiantes. Lejos de la parafernalia estilo Al Gore y sostenida en testimonios fundamentados, la obra es un grito acusatorio del desastre socio ambiental que padecemos, de un tiempo que parece escaparse en vano y de los egoísmos que conspiran en pro de nuestro suicidio como especie.
Aún así, la película resulta un canto a la esperanza, al apelar a las capacidades de la ciencia y ética para enrumbar esta nave llamada civilización.
Pero las horas finales de la Cumbre de Cambio Climático de Copenhague, la cólera, la frustración y el pesimismo me envuelven. Las potencias se negaron a acotar sus emisiones si los países en desarrollo no hacían otro tanto, la financiación para políticas de reconversión y mitigación llegará a cuentagotas y todos apuestan a medianos plazos.
Varias voces denunciaron la indecencia reinante. Los ecologistas coreaban “si el clima fuera un banco ya lo habrían salvado” recordando los pródigos megarescates aprobados a raíz de la crisis de 2008.
Evo Morales pidió un tribunal de justicia climática para juzgar a emisores incontrados. Cuba rechazó firmar el penoso documento final, cocinado entre unas pocas potencias, y carente de efecto vinculante.
Los amos del planeta mostraron su real talante “democrático.” Miles de activistas de todo el mundo, previamente acreditados, fueron impedidos de ingresar a los foros de discusión. Alrededor del Bella Center, sede de la Conferencia, varios centenares de jóvenes sufrieron el spray y las porras. Al peor estilo totalitario, la seguridad retuvo durante cinco horas a miembros de la organización Amigos de la Tierra, retirando sus credenciales.
Como consecuencia del forcejeo entre países, en Copenhague se han amplificado los desacuerdos y sigue lejano un sólido marco financiero para ayudar a los países en desarrollo en sus políticas de adaptación al cambio climático y de reducción de emisiones. Y otros aspectos clave, como la cooperación tecnológica y la protección de los bosques, no avanzan sustancialmente.
La reducción de emisiones que ofrecen los países ricos significará un aumento de la temperatura de 3º C o más cuando llega el año 2100. Ello obligaría a trasladar a un gran número de personas en islas, zonas costeras bajas y deltas densamente poblados, amenazados por el aumento del nivel del mar.
Mientras, carecemos del necesario “seguro internacional” capaz de ayudar a los países en riesgo de ser destruidos por el cambio climático o para hacer frente a situaciones de emergencia en casos de desastre. En la Cumbre sólo vimos retórica, poca visión y pobres compromisos a futuro.
En mi actual ciudad varios amigos apostamos por caminar en las cortas distancias, ahorrar energía y comprar en mercados locales. Pero en un sistema que antepone el Centro Comercial y las autopistas a la naturaleza y la salud, los precios de un vivir alternativo suelen ser elevados para la media ciudadana y el fomento de la educación ambiental y el activismo comunitario son sólo opciones limitadas.
Pero no son suficientes….si gobiernos y empresas, con la complicidad inducida de la masa de consumidores compulsivos, persisten en esta danza de la muerte. De ahí que rescate una frase de George Gorden (Lord) (1788–1824): “Cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro”.
Comentarios cerrados.