Delirio Rojo

Por Amrit

Foto: Jorge Luis Baños/IPS

HAVANA TIMES, 22 abril — Lo primero que veo en mi mente al escuchar la palabra “socialismo” es una marea de soldados portando orgullosos sus armas.

Esto es raro, ¿no? Cuando, de niña me inicié sin elegirlo como “socialista”. Lo que me atraía no era la guerra que parecía pender sobre nosotros como una amenaza eterna, sino ese mundo donde pobres y ricos desfilarían como hermanos en una misma plaza.

Lloraba de emoción al escuchar: “la Tierra será el paraíso bello de la humanidad…” y cuando en la escuela ganaba concursos en la asignatura Fundamento de los Conocimientos Políticos, no era porque conociera mucho los postulados marxistas, simplemente escribía sobre ese mismo sueño.

El tiempo pasó, y para la fecha en que un tsunami de realidad sacudía a los países de la Europa socialista, ya en mi mente no quedaba ni rastro de esperanza sobre aquella plaza común para pobres y ricos, de aquel mundo sin oprimidos.

Por eso confieso que me asombra escuchar que el socialismo es (todavía) la única oportunidad para un mundo más justo. Los que se autodefinen “de izquierda.” igual se asombran de que no me identifique con este discurso.

Palabras cansadas

Hace un tiempo, un amigo me dijo que cuando las palabras se vician por el abuso es preciso dejarlas reposar y esperar a que llegue el momento de redescubrirlas. Para él, que es poeta, esa espera consiste en dejar que la palabra recupere su peso interior, el significado real arrancado a fuerza de manipulación egoísta.

Hoy, cuando escucho el adjetivo “revolucionario.” reacciono igual que con “socialista.” o “cristiano.” Siento que tratan de cortarme con un cuchillo, hacer un molde muy rígido donde me asfixio. “Si no eres de la izquierda, eres de la derecha.” me han dicho, como si el mundo fuera a partirse en dos y yo debiera elegir bien rápido adónde saltar antes de caer en el abismo.

Pero confesaré todavía más de mi ignorancia, y es que me confunden ambos términos. Hasta donde sé, el hemisferio derecho del cerebro es la zona de la intuición, de la conciencia espiritual, y el hemisferio izquierdo es la expresión de la razón, de la lógica fría.

¿Será por eso que en el socialismo se ha atacado tanto a los religiosos? Sin embargo, por lo poco que sé de los que defienden “la derecha.” no son nada espirituales. Así que todo se torna aún más confuso.

Foto: Caridad

El color rojo

Tampoco entiendo que el rojo sea el color con que se represente un mundo donde todos seremos hermanos, porque no es un color que describa la paz, el rojo recuerda la sangre, la exaltación, (el ego), la violencia.

Y parece que en todos los países donde triunfó el socialismo no fue precisamente por métodos no violentos, ni esta premisa ha sido una prioridad en esta ideología. Y por supuesto que el despertar de este “sueño rojo” no fue tampoco pacífico.

Como hace muy poco me repitieron con énfasis la necesidad de defender el socialismo, llena de dudas y a falta de otra fuente busqué el significado en un diccionario filosófico. La acepción abarca varias páginas así que la sintetizo: régimen social que surge como resultado de la supresión del modo burgués de producción y de la instauración de la dictadura del proletariado. Está basado en la propiedad social (de todo el pueblo) sobre los medios de producción, ésta determina la inexistencia de las clases explotadoras (…) las relaciones entre los trabajadores son de colaboración amistosa y ayuda mutua (…) las relaciones de todos los grupos sociales se caracterizan por la unidad política-social e ideológica…

Aún desde mi pobre experiencia, me atrevo a decir que esa visión del mundo excluye mucho de la verdadera naturaleza humana. No creo que un decreto externo pueda lograr la aceptación interna y plena de ningún principio o derecho, no creo que ningún sistema pueda determinar relaciones “amistosas.”

Incluso por lo que he vivido, la propiedad social, al ser “del pueblo” no inspira sentido de pertenencia y la mayoría no se siente responsable de cuidarla. La ley establece un equilibrio a través de la coacción (necesaria) pero esto no implica un salto de conciencia.

La conciencia humana

Ahora recuerdo que cuando San Francisco de Asís, el místico italiano, escribió las reglas de su orden, suscribía que los frailes debían abstenerse de tener toda propiedad excepto el hábito y el modesto calzado, pero es remarcable que este sistema no se aplicaba a un país entero, sino a un grupo de personas que entraban a la orden voluntariamente, y permanecían en ella o no, de acuerdo a su vocación sincera.

En cuanto a una unidad política-social e ideológica, observando el estándar de conciencia de la humanidad, la de ahora mismo, no la creo posible, especialmente porque es obvio que la evolución de la conciencia no ocurre igual en todos los seres humanos.

Foto: Elio Delgado

Sistemas filosóficos tan antiguos como los Vedas, que contemplan la reencarnación de las almas como una realidad en la experiencia humana, plantean que las personas son más o menos evolucionadas como conciencia según el número de encarnaciones que hayan vivido, por lo que esa igualdad es impensable si se tiene en cuenta que el viaje de la existencia abarca siglos enteros y nosotros nos limitamos a enfocar años del presente.

Pero casi todos los socialistas que conozco son ateos: no creen en Dios y menos aún en la reencarnación.

Supongo que los que defienden el socialismo, tanto como cualquier religioso que defiende su credo, están seguros de que el mundo que proponen es el mejor posible y aspiran a convencer a todos de luchar por él.

Eso lo entiendo, pero toda propuesta social que no contemple a la oposición como una parte de sí misma, no extraña sino propia, consanguínea, una parte además vital para intentar cualquier paraíso en esta Tierra, está auto-condenándose.

Por mi parte, coincido con una persona a la que le oí decir que la humanidad está atrapada entre las palabras socialismo y capitalismo, como si la experiencia de estos dos sistemas no pudiera conducir a otra alternativa, como si no fuésemos los seres humanos los que formamos las sociedades (y las palabras). Como si la saturación de uno y otro no pudiera derivar en otra cosa, que sin duda ya estamos viviendo, aunque nos resistamos a ponerle un nombre.