Aquellos sueños

Por Pedro P Morejón

El personaje Tom Hagen de la pelicula El Padrino.

HAVANA TIMES – Era una noche de julio de 1994. Mi amigo Tomasito y yo teníamos 19 años y pasábamos el Servicio Militar obligatorio. Fue una extraña coincidencia encontrarnos, éramos de unidades diferentes. Él cayó peor. Estaba en un lugar conocido como La Paloma, cortando caña como un esclavo del siglo XVIII y pasando hambre.

“Estoy “ostinao”. Agarra ese palo que está ahí y méteme duro por el brazo, quiero que me lo fractures a ver si cojo unos días de descanso-me había pedido esa tarde”, señalando un pedazo de madera.

Obviamente no tuve valor. No era tan audaz como mi amigo, que no hubiera dudado un momento para hacerlo. De hecho, lo hizo a uno de sus compañeros, a petición de este.

Nos sentamos frente a su casa a divagar sobre el futuro. Yo, que era menos inteligente, pero sí más lector, estaba imbuido de un espíritu de grandeza, sobre todo, porque había acabado de leer El Padrino, de Mario Puzo, que narraba la vida de Vito Andolini, el conocido capo de la mafia italiana Don Corleone, con unos conceptos radicales de la vida y el poder.

Recuerdo que pactamos no dejar de luchar por ser grandes, llegar a la cima del mundo.

“Si uno de los dos llega a la cima, garantizará que el otro también triunfe”, le propuse, y lo acordamos con solemnidad.

Yo lo intentaría estudiando Derecho, convirtiéndome en un ilustre abogado, algo así como el Tom Hagen de la familia Corleone, el Consiglieri del capo de capos, pero eso sí, un mafioso bueno y justo, como supuestamente era el Don, que no hacía daño a nadie, a menos que la persona lo mereciera, según insinuaba el escritor de la novela.

Él se convertiría en un emprendedor, un gran hombre de negocios.

En nuestra mente aun adolescente lo encontrábamos viable. El país atravesaba por lo más oscuro del Período Especial y creíamos estar justo antes del amanecer, que es cuando más oscura se pone la noche, además, el fin estaba a la vuelta de la esquina, los días del final estaban contados, al menos eso repetían los “expertos” del otro lado de la orilla.

Me prestó su vieja bicicleta y nos despedimos. Sería alrededor de la medianoche.

No he conocido a nadie más inteligente que Tomasito. Sabe hacer cualquier cosa, y si no lo sabe en 5 minutos lo aprende: albañilería, plomería, electricidad, lo que sea. En la escuela primaria teníamos la sana competencia de ver quién era el primero del escalafón. Con todo, éramos malos estudiantes. Yo era más instruido, pero él, más inteligente. Sin embargo, tiene un gran defecto: la inconstancia, y ese estilo heterodoxo de no aferrarse ni enamorarse de nada.

Hoy vive como un simple obrero en Miami, mientras yo sobrevivo en Cuba. De aquellos sueños solo queda el recuerdo. Éramos tan idealistas…

 

Pedro Morejón

Soy un hombre que lucha por sus metas, que asume las consecuencias de sus actos, que no se detiene ante los obstáculos. Podría decir que la adversidad siempre ha sido una compañera inseparable, nunca he tenido nada fácil, pero en algún sentido ha beneficiado mi carácter. Valoro aquello que está en desuso, como la honestidad, la justicia, el honor. Durante mucho tiempo estuve atado a ideas y falsos paradigmas que me sofocaban, pero poco a poco logré liberarme y crecer por mí mismo. Hoy soy el que dicta mi moral, y defiendo mi libertad contra viento y marea. Y esa libertad también la construyo escribiendo, porque ser escritor me define.

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3 thoughts on “Aquellos sueños

  • Hermosa anécdota de tu vida en aquellos años de Período Infernal. Sueños truncados de muchos. Pero seguimos aferrados a esta isla hermosa donde nacimos y tratando de luchar con nuestras propias armas. Todo cambió, también nosotros dejamos de ser candorosos. Somos más realistas, aunque no perdimos nuestros sentimientos más genuinos, porque conocemos la historia de un antes y un después.

  • Así es querida Irina. Describes exactamente mi sentir

  • Amigo cuantos hemos tenido sueños y no lo hemos podido cumplir, por vivir en la sociedad más justa del planeta, donde soñar es divisionismo ideológico, que vergüenza

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