La miseria característica
Osmel Almaguer
HAVANA TIMES — Vivir a la orilla de la Vía Blanca es ser testigo del flujo de gente que a diario pasa en guaguas, autos, motos, bicicletas, o simplemente a pié, en busca de sus sueños.
Van a las turísticas playas del Este, o a los centros de trabajo que pululan en las arterias de La Habana, o hacia los brazos de un ser querido, o a los lugares menos sospechados. Otros, pasan con intenciones de robar o abandonar a su mascota.
Mi casa, como ya he dicho en otras ocasiones, se encuentra aledaña a esta carretera, en un punto inexacto de la misma; zona que no es exactamente rural, tampoco urbana. Allí me crié, convirtiéndome en un ser no exactamente rural, tampoco urbano.
Mi padre, fornido militar de origen campesino y voluntad de concreto, sin saber mucho del tema le “metió mano” y construyó nuestra casa. Era la época en que yo crecía educado al calor de la moral de los ochenta. Se cimentaba así mi personalidad.
Como toda esa gente que a diario pasan por mi casa, yo también tengo sueños y necesidades económicas que salgo a resolver casi todos los días. Voy a la ciudad y allí pongo en juego mi personalidad ochentista y escrúpulos campesinos. Luego vuelvo a la casa y comparto con mi gente lo logrado.
Lo logrado muchas veces no me alcanza para resolver tantos problemas que se presentan. Los cimientos de la casa comienzan a ceder por las vibraciones de esos camiones, cuyos choferes los guían por la Vía Blanca, también en busca de sus sueños.
Hay rachas en las que todo parece romperse al unísono; las paredes, las puertas, las ventanas, los espejos, los muebles y los pocos equipos que aún quedan. Para todas esas rupturas, no hay repuesto.
Hay pedazos del alma que parecieran irse cuarteando junto con la casa, cimientos de la personalidad que ceden bajo la presión de los tiempos, y lo logrado, me repito, no alcanza.
Aunque me diga que el espíritu es eterno y la materia perecedera, que esta sociedad te engaña con banalidades y que podría irme a vivir al desierto como asceta de la India, tengo miedo de no ser más que un perro de los que a veces abandonan muy cerca de la casa, especie evolucionada para depender de la raza humana y su miseria característica.
Muy buen post Osmel, has logrado trasladar en muy pocas palabras un testimonio valioso de lo que significa la vida cotidiana en Cuba.
Mis felicitaciones.
Marlene.
gracias, marlene