UFF! ¡Qué miedo!
María Matienzo Puerto
Un fantasma recorre las a calles de la ciudad y no es, como en el siglo pasado, el del comunismo.
Fantasma al fin, hace que los pelillos de la nuca se nos ericen, que la carne se nos ponga de gallina, que tengamos la sensación de que nos vigilan y cuando volteamos la cabeza: no hay nadie.
Yo, apasionada al espiritismo, creí reconocerlo en la ola de desempleo que se no avecina, ¿o debiera decir en los que vamos a quedar disponibles? Para utilizar el mismo eufemismo que la oficialidad. Creí, ingenuamente que esa era la sombra que nos acechaba. Pero no.
También creí que podía ser una relacionada con las protestas que suponen, vengan como consecuencia de las reformas del sistema. Esta vez fui más ingenua y me volví a equivocar.
Quítate eso de la cabeza. Nadie va a protestar y si lo hacen quedará como que son un grupúsculo de delincuentes pagados por el enemigo. Eso me dijo una vecina que ha vivido más que yo.
No me di por vencida y continué mi indagación, hasta que ayer, cuando casi desistía, alguien me dio la respuesta.
Me dijo: “Maria ya no me hables más de racismo, ni de machismo. ¿No te das cuenta que los criterios para decantar en los trabajos son otros? ¿Nunca te ha pasado que te comparas con tu jefe diciéndote, cómo este tipo ha llegado tan lejos si no sabe cosas elementales? ¿Nunca te ha pasado que te preguntas cómo fulano o mengano suben tan rápido si lo que tienen en la cabeza es un tenis?”
Y allí, sin poder cerrar la boca, caí de la mata.
Mi amigo también me contó que, como en el quinquenio gris, hay funcionarios de cultura que se cuestionan tus creencias religiosas, tu orientación sexual, tu ideología, sin importar el talento que tenga el artista. Yo no lo podía creer, pero me dijo que él lo había visto y oído personalmente.
Como en un retorno a la década del 60, 70 y 80, cuando por decreto ley se prohibía dar clases o trabajar en cultura, a los homosexuales, religiosos y/o diferentes a las doctrinas revolucionarias, y eran enviados a trabajar en la agricultura (o cosas peores), se estaban levantando de nuevo la falsa moral y el extremismo. Por aquel entonces esa política incluía aceptar un arte o una vida conforme a lo que dictaba el poder.
En eso consistía el llamado quinquenio gris, que en un acto poético alguien redujo a solo cinco años, y que no solo se aplicó después de las tristemente célebres palabras a los intelectuales en el Congreso de educación y cultura, en 1971. Aún viven algunos que podrán dar fe de lo que digo.
Entonces, descubrí de un solo golpe cuál era el fantasma que nos acechaba. Es el fantasma de la mediocridad que le infunde miedo a todos y aliento de triunfo a unos pocos que saben decir que sí muy convenientemente, que están en el momento y detrás del buró preciso para decir que no, siempre que no, a las ideas frescas y renovadoras.
Es para tener miedo aún cuando no se crea en fantasmas, o cuando uno se sienta bien protegido de las malas influencias. Pero ya veremos cómo lo enfrento, si de frente, soñando con una muerte de película; o lo evado y pienso que no hay nada más importante que durar más de cien años.
Muy buen post, preciso y claro, felicito a la autora
Muy buen artículo, felicitaciones.