El Papa Juan Pablo II y la NBC

Isbel Díaz Torres

En su despedida los periodistas y técnicos de la NBC me regalaron muchas de las cosas que no se llevarían de vuelta, incluida esta jarrita.

HAVANA TIMES, 12 marzo — Cuando el Papa anterior vino a Cuba pude ganar 750 dólares americanos. Eso fue en el año 1998, así que imagínense lo que significó aquel dinero para un estudiante de Biología becado en la residencia estudiantil de 12 y Malecón en el Vedado habanero.

Trabajé, junto con otros dos amigos, como traductor y asistente para la NBC, pero en aquel entonces desconocía que se trataba de una gigantesca compañía de telecomunicaciones, propiedad de la General Electric Company.

Aunque yo era miembro de la Unión de Jóvenes Comunistas, no me detuve ni un instante a averiguar cuál se suponía que fuera mi relación con el Papa (personaje que nunca me había pasado por la mente) y con una compañía capitalista de la envergadura de la NBC.

El grupito que me rodeaba en la universidad era bien “apático” para los temas políticos, por lo que aquellas semanas nos concentramos en fuertes debates acerca de qué destino daríamos a aquel dinero, con el que finalmente me compré mi primera computadora.

Pero ciertamente fue una experiencia inolvidable. Pude conocer de primera mano la calidad técnica del equipamiento y los profesionales de los medios norteamericanos, y a la vez la liviandad y falta de ética en su trabajo. Pondré solo dos ejemplos.

Un día un reducido grupo subimos a filmar un pase en vivo desde el techo del hotel Santa Isabel, en la Habana Vieja. El periodista que haría el reporte al ver la estatua del Cristo de La Habana y algunas personas que caminaban hacia el lugar, me pregunta por la estatua.

Le di los pocos elementos que conocía sobre la escultura y de inmediato se viró a la cámara y dijo algo como “por primera vez en casi cuarenta años, a los cubanos se les permite acceder al Cristo de La Habana…”

Me quedé atónito al ver como aquel anciano reportero, de nombre Ike, podía tergiversar de ese modo la realidad.

El otro caso fue con una joven periodista, muy preocupada por su glamoroso pelo. Sus padres eran cubanos emigrados en la Florida, y por eso había colgado en la habitación que ocupaba un gran cartel que decía “no pararemos hasta liberar al pueblo cubano.”

Aquello me daba mucha gracia, pues con tanta laca en su cabellera no me parecía dispuesta a mucho. El asunto es que como hablaba español, no requería de mis servicios y ella misma traducía a sus entrevistados.

Uno de ellos le contaba las malas condiciones de su vivienda: “nosotros nos conformamos con un albergue,” decía el hombre. La señorita equivocó la palabra “albergue” con “hamberguer,” y de ahí sacó toda una historia de hambre y desamparo.

Yo, simple asalariado, no tenía derecho a opinar, así que dejé aquella instructiva experiencia para mi consumo, y hoy la puedo agregar a las malas prácticas que periodistas dentro y fuera de Cuba ejercen a diario.

Del Papa se ocuparon bien poco. Fuimos a la Plaza y filmamos lo que pudimos de la misa, pero el momento más cercano fue cuando vino a la Catedral de La Habana. Todos los periodistas de la NBC en una esquina gritaban emocionados ante la vista del Santo Padre.

Lo verdaderamente absurdo fue descubrirme a mí mismo, rodeado de toda esa gente, gritando “Oh, my God… it’s the Pope, it’s the Pope!,” cuando lo único que veía era el “papamóvil.”

Comprobé que la histeria colectiva es contagiosa y es recomendable permanecer atentos, no sea que la corriente nos arrastre demasiado lejos de nosotros mismos.

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