Encontrar un Manzano el poeta

Isbel Díaz Torres

Roberto Manzano, un verdadero poeta

Cuando conocí a Roberto Manzano, supe de inmediato que había estado en contacto con un verdadero poeta.  No obstante, fue una decepción.

Un verdadero poeta –por supuesto– le hablaría a un joven aprendiz de 25 años con voz grave, un tanto desdeñosa. Le perdonaría sus versos apurados. Le pondría la mano “perdonavidas” en el hombro y le señalaría su vasta biblioteca. Perdería la vista en la profundidad de sus pensamientos, y emergería de su garganta alguna sentencia con tono aforístico.

Pero nada de eso sucedió.

Cuando conocí a Manzano, él acababa de llegar a La Habana y vivía en un estrecho apartamento alquilado. En chancletas nos recibió al poeta que me acompañaba y a mí, y me convirtió en su amigo desde ese mismo instante. Fue una conversación que duró milésimas de segundo, sin palabras, de una frente a la otra frente. Era ese “te conozco” que se intercambian las almas cuando se enamoran.

Para quiénes no lo conozcan, quiero presentarlo con uno de sus poemas:

Synergos

(21)

Cuando estés sentado solo en la oscuridad final del pasillo no olvides que eres absolutamente indispensable;

no olvides que tú tendiste los jardines colgantes sobre los altos muros, un año tras otro, con tu dedicación solemne;

no olvides que tú has creado la increíble posibilidad anilladora del ojal del botón, esa divina sencillez;

no olvides que tú erigiste la rebelión simétrica de la pirámide, acarreando quién sabe cómo y desde dónde;

no olvides que tú sumaste ciertas sustancias y las apretaste dentro del portento restaurador de la píldora;

no olvides que tú fuiste probablemente quien aró a Fobos, o quien edificó los tronos que reposan en lo inasible;

y que si no estás allí sentado es porque tú mismo, dentro de la coherencia entre la verdad y el deseo, no lo has querido;

porque si lo hubieras deseado con mayor tesón allí estuvieras, de seguro, sentado en los tronos de lo inasible;

pero tú sabes que no lo necesitas, porque allí el aire es inmóvil como en la asfixia de la inmortalidad;

ah, fuiste tú mismo el hacedor, y eres tú mismo el decididor, y ahílas tus días construyendo y escogiendo;

y sólo hacen falta algunas añadiduras, algunos auspicios disponibles, para poder poner en órbita los gestos propios;

pero tu corazón ha estado lleno de enjundia y sorpresa, de mucílago y adobe, y en tus entregas te fuiste recibiendo;

y el camino halló tus pies, la distancia halló tus ojos, la gravitación del mundo halló tus hombros, oh Atlante;

sé que eres, aunque tú no lo consideres, absolutamente indispensable, que el mundo te reclama, urgido de ti;

porque podemos irnos, pero no podemos irnos, quedarnos es nuestro verdadero destino de hombres sobre la tierra;

aunque ahora estés sentado en lo postrero del pasillo, con la cabeza hundida en las manos, mientras cae diciembre en silencio.

Synergos. Poemas escogidos de Roberto Manzano

¡Qué versos!  Y pensar que el autor es el guajiro que está parado frente a mí, es una verdadera conmoción. Pero ya Manzano nos ha advertido que justamente en nuestras “conciencias estéticas, [es] donde están las raíces [de nuestras] actitudes excluyentes.” Es por eso que, lo que pensamos sea “decepción,” es en realidad “maravilla.”

Pocos han entrado en los campos cubanos como lo hace Manzano. Su libro “Canto a la Sabana” es una de las piezas más trascendentales de la poesía cubana. Increíblemente, fue escrito en la década del 70, y debió esperar hasta 1996 para su publicación. Entrar de la mano de Manzano en nuestras yerbas, nuestros bueyes, nuestras lagunas, nuestros abuelos, es entrar en la patria. Esa es nuestra Cuba cruda y vegetal.

Canto a la sabana

(10)

Lo que de cuerpo muero

voy naciendo de alma.

A cada celaje que pasa

un muerto me nutre,

un vivo me palmea el ímpetu.

Una tardecita llego y digo:

Este camino de bienvestidos

lo sembré yo.

Llego una tardecita y digo:

Caballo, mancha cerril de la tierra parda,

que galopas como la vida

de la noche al porvenir.

Voy por el surco.

Columbro bateyes transcurridos.

Oteo la senda del horizonte.

En la guardarraya polvorienta y roja

me detengo y digo:

Caramba, qué de raíces caminantes.

Qué cosechas para la luz.

Me detengo en el ateje,

árbol de las uñas labradoras, y digo:

Orgullo,

compromiso de mi suerte,

que sé de dónde vengo y a dónde voy.

Tengo a la distancia de un gesto

el agua,

el lucero,

el jugo de la yerba.

Jinete de mí mismo,

he roto los zarcillos antiguos.

Martiano hasta la médula, Roberto Manzano viene de maestro de escuela y ha derivado en maestro de poetas. Nada más coherente. El magisterio se da en él cómo la mariposa blanca en los ríos de las montañas del Escambray: abundante y olorosa.

Me convirtió en su amigo

Su poesía, fuerte y conmovedora, ha tenido la inmensa suerte de aparecer publicada recientemente en un tomo bilingüe. La editorial Etruscan Press, de la Universidad de Wilkes, ha recopilado, bajo el título de “Synergos,” algunos de los mejores textos del escritor cubano. El español y el inglés –lenguas de Martí y Whitman, respectivamente, dos de las principales influencias de Manzano– fueron los idiomas escogidos.

Traducidos por Steven Reese, es esta una oportunidad única para el acercamiento de los lectores de habla inglesa a la poesía de un importante poeta cubano contemporáneo.

Como valor añadido, el volumen presenta en su última sección una reveladora entrevista al autor. La iniciativa de producir este libro parte de una lectura realizada por el poeta en la Universidad Estatal de Youngstown, en el año 2002. Según nos cuenta Reese en la introducción, la acogida por la audiencia fue asombrosa, y Manzano fue aplaudido de pie por todos los presentes.

Si solo se tratara de eso, estaría muy bien; pero se trata de más. Los versos que ahora entran al habla inglesa son poemas altos, poemas no sobre Cuba, sino acerca del espíritu humano. Serán una sorpresa, como fue para mí un día encontrar un Manzano sembrado en mi tierra.