El papa y Crisitina: ¿Tomaron mate y comieron bife?

Por Manuel Alberto Ramy (Progreso Semanal)

cristina y papa
El papa la recibió con un beso en la mejilla.

HAVANA TIMES —  En 1540, Ignacio de Loyola (santo) fundó la Compañía de Jesús, la orden religiosa de los jesuitas. Uno de los 4 votos que deben hacer los miembros de esta orden es la obediencia al papa y mantener una actitud esquiva hacia la aceptación de posiciones de jerarquía en la vertical religión católica.

Pienso que su fundador jamás imaginó que más de cuatro siglos después uno de sus miembros llegaría al papado. Jorge Mario Bergoglio, el argentino jesuita de 76 años, recibió hoy el anillo del Pescador –que para romper la tradición no es de oro sino de plata dorada–, símbolo de la máxima autoridad de la iglesia católica. Ya es el papa Francisco, sin número detrás.

Ayer, previo a su entronización, el argentino papa y la presidenta de su país, Cristina Fernández, sostuvieron un almuerzo privado, el primero con una personalidad política. El papa la recibió con un beso en la mejilla, nada más cristiano y a la vez excepcional en el mundo vaticano. Tan así que, según agencias, Cristina comentó que nunca un papa la había besado en la mejilla. Si hubo puchero y bife, lo desconozco.

Pero el mate no podía faltar y fue el obsequio de la presidenta de su país natal. Si bien en el cono sur, el mate es bebida predilecta, este presente lleva valor de pasado y muy especial para los jesuitas de esa zona pues les devuelve al siglo XVII cuando al desarrollar las comunidades o reducciones que fundaron en territorios que abarcan zonas argentinas, paraguayas y al sur del Brasil, el mate fue uno de los motivos, no el único, de la guerra (llamada del mate) que les hicieron los ricos portugueses radicados en Brasil y los terratenientes españoles en los territorios argentinos, paraguayos y uruguayos.

Almorzar con una compatriota con la que ha tenido desencuentros e incluso se negó a recibirlo en varias oportunidades –por demás viuda de un ex-presidente que le trató duro cuando Francisco era Jorge Mario Bergoglio, Arzobispo de Buenos Aíres–; poner mantel y cubiertos sobre artículos publicados cuestionadores de cierta actitud durante la dictadura militar, que por cierto han sido desmentidos por personalidades importantes de la izquierda latinoamericana y del progresismo intraeclesial, como Leonardo Boff (Teología de la Liberación) y Adolfo Pérez Esquivel, militante católico perseguido por la dictadura militar y Premio Nobel de La Paz; romper el protocolo cuando al final de la misa hizo como cualquier cura pueblerino: salir al pórtico para despedir a los fieles; o desdeñar la limosina y subirse en un auto normal y pagar la habitación en la que estuvo hospedado, son señales de un cambio de estilo. ¿Quedará en eso solamente? Puede que sí, puede que no. Desconozco si a los papas se les otorgan 100 días de gracia para después analizar su comportamiento.

Cercanos al papa Francisco dicen que es bastante cerrado en temas vitales como el celibato sacerdotal, el matrimonio gay o la ordenación de mujeres al sacerdocio, aunque más progresista de lo que muestra en lo económico-social y poseedor de una irrefrenable predilección por los pobres, que parece anteceder a un documento papal publicado en la ciudad mexicana de Puebla a finales de la década de los 70 del pasado siglo.

Para esta opción tiene raíces personales: padre obrero de ferrocarriles, hogar modesto y, según sus cercanos colaboradores y gente de los barrios, siempre lo tuvieron a la mano. No había que ir al palacio arzobispal, sencillamente dirigirse a la vivienda de él, que estaba a un costado donde, por cierto, gustaba cocinar su cena, escuchar tangos y quizás recordara a aquella jovencita que le turbó un tanto su vocación sacerdotal.

Del almuerzo se sabe públicamente que Cristina Fernández le solicitó mediara en el diferendo por las Islas Malvinas, ocupadas por los ingleses en el siglo 19. ¿Respuesta papal? Si la hubo quedó entre ambos. Solo un dato flota en el ambiente: en el año 2011, Jorge Mario Bergoglio, entonces Arzobispo, declaró: “Las Malvinas son nuestras”.

Pero ahora es papa, líder de fieles que habitan las cuatro esquinas del planeta y su estructura administrativa, como jefe de estado, anda enmarañada en el complejo tejido de la curia vaticana; y en medio de un mundo en el cual políticos llamados cristianos y católicos actúan muy diferente a la práctica del Francisco de Asís o del jesuita Francisco Javier, uno de los primeros seguidores de Ignacio de Loyola y que aplicó el accionar internacionalista de la orden a finales del siglo XVI.

Lo que me estimula a escribir estas líneas es pensar que en esta reunión-cena entre dos argentinos, la América latina profunda pudo estar presente en la mesa. Bajo el vestido negro de la mandataria estaba la joven rebelde de los años duros de la Argentina de los asesinados y desparecidos y de los niños entregados a no padres, crímenes comunes a gran parte del Sur de nuestra región; y bajo la sotana blanca del papa hay una vieja historia de los jesuitas y sus reducciones y comunidades establecidos en un triángulo resbaladizo que borraba fronteras entre los hoy Paraguay, Argentina y el sur de Brasil.

Esa región guarda historia y restos físicos en la que la orden sacerdotal del papa Francisco defendió los intereses de las culturas autóctonas, ayudó a la creación de relaciones económicas donde coexistían la producción para la comunidad y las pequeñas parcelas familiares; respetaron sus creencias, apoyaron los poderes de los indígenas, sus jerarquías políticas, administrativas y religiosas, hasta el surgimiento de lo que algunos historiadores llaman la República Guaraní, cuyo idioma aprendieron y con el cual se comunicaban salvándolo hasta nuestros tiempos.

Esa región y toda nuestra América, que hoy busca nuevos y propios caminos económicos y de formas de relación política y control de los poderes elegidos de la manera que entendamos más apropiada, pudieran encontrar en Francisco, el controversial, un fuerte apoyo a dichas aspiraciones y ante los enfrentamientos inevitables para concretarlos. Ese es mi deseo.

No me atrevo a pronosticar. Solo a pedir que Francisco, el papa, recuerde a sus fundadores que murieron junto a miles de indios gracias a la coalición de los cuatro grandes reinos e imperios cristiano-católicos que decidieron las masacres de aquellos tiempos. ¿Aquéllos? No estamos ante historia antigua. Ayer es hoy.