Toda la gloria del mundo…

Fernando Ravsberg

Jóvenes jugando en un parque. Foto: Raquel Pérez

HAVANA TIMES, 13 Oct. — Hace pocos días, paseando por la Habana Vieja, vi cómo la policía intentaba impedir que los chicos del barrio jugaran fútbol en un parque, donde cinco partidos simultáneos impedían casi completamente el tránsito de personas.

Una señora, de un grupo de Tai Chi, se quejaba de que no les dejan espacio para hacer los ejercicios, mientras los abuelos protestaban por el riesgo de que un pelotazo lastime a sus pequeños nietos que pasean en bici.

Hablé con algunos de los muchachos futbolistas. Me cuentan que no tienen dónde jugar y que la policía los multa si pisan el césped del parque, por lo que la única posibilidad es utilizar los paseos cementados para hacer deporte.

Todos tienen razón, el problema no está en quienes quieren hacer ejercicio sino en la falta de espacio. Durante décadas el gobierno promovió el deporte pero las campañas educativas fueron más eficientes que sus brigadas de construcción.

Cuando aún no ha amanecido miles de cubanos salen a correr, después los parques se llenan de personas haciendo Tai Chi, durante el día funcionan los gimnasios particulares y por las tardes los jóvenes lo invaden todo con el fútbol y el béisbol.

La inversión en canchas o en pistas para la gente común no debería ser considerada un lujo de países ricos porque implica un fuerte ahorro para la salud pública. Resulta más barato habilitar espacios deportivos que ampliar salas de fisioterapia en los policlínicos y hospitales.

El deporte es además una forma natural de canalizar energía para los jóvenes, de suma importancia en aquellas zonas más conflictivas. Todo el dinero que se gaste en instalaciones deportivas en esos barrios repercutirá en un mejor ambiente social.

Es un contrasentido ver a la policía que cuida el Capitolio perseguir a los chicos que juegan fútbol o pelota mientras los que venden clandestinamente habanos a los turistas se pasean por el lugar sin que nadie los moleste.

Hace unos días viajó la delegación cubana que participará en los Juegos Panamericanos y hay gran algarabía porque es motivo de orgullo que esta pequeña isla ocupe el segundo lugar en el medallero histórico de este evento.

Desde 1959 el país no miró en gastos para financiar el deporte de alto rendimiento, se abrieron escuelas en todas las provincias y los jóvenes talentos entraban dentro del sistema desde su más tierna edad hasta después de su retiro.

Los logros no se hicieron esperar y las victorias tocaron el alma de la nación. Sin embargo, en aquellos años el dinero alcanzaba también para mantener al deporte popular, ese que no da más medallas que la calidad de vida de la gente.

Las cosas han cambiado bastante desde la crisis de los 90, muchas escuelas no cuentan con áreas deportivas, hay muy pocas pistas para correr y en algunos barrios los chicos no tienen dónde jugar un partido de pelota o de fútbol.

Sin embargo, el país sigue gastando sumas enormes en el deporte de alto rendimiento, ese que práctica una ínfima minoría y, para empeorar las cosas, parte de ese esfuerzo termina en las Grandes Ligas o en el boxeo profesional.

Los “Lineamientos” aprobados por el Partido y el Parlamento orientan “priorizar el fomento y la promoción de la cultura física y el deporte en todas sus manifestaciones como medios para elevar la calidad de vida, la educación y la formación integral de los ciudadanos”.

Si esa es la verdadera prioridad de la nación entonces la mayor parte de los recursos financieros dedicados al rubro tendrían que gastarse en el deporte popular y el Presupuesto del Estado reflejarlo para conocimiento de la ciudadanía.

Nada debería importar tanto como tener una población saludable, ni siquiera la gloria de ganar algunas medallas más. Al fin y al cabo, hace ya más de un siglo José Martí descubrió que “toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”.

Publicado con la autorización de BBC Mundo.