La Habana en ruinas

Por Martín Guevara

HAVANA TIMES – Cuando uno piensa en la calidad, riqueza, creatividad y progreso que caracterizaban a La Habana y como está ahora, salta como una evidencia que tuvo que intervenir cierta voluntad de deteriorarla, de presentarla como una ruina. Esa Habana de los colonialistas españoles y después de los capitalistas criollos sumado a los estadounidenses, debía quedar corroída, no pulverizada, destruida, como lo haría una bomba o toneladas de dinamita, sino como lo consigue el paso de milenios, como si fuese Agrigento, el Partenón o el Foro Romano, pero con gente viviendo en su interior, para que pueda apreciarse la degradación, el vacío, la ropa interior sucia y derroída del glamour.

Con el paso del tiempo y el conocimiento de la psique de algunos de los principales dirigentes, nos asiste el derecho a preguntarnos si habría habido una voluntad expresa de apresurar tal deterioro a merced de una inquina consciente o inconsciente de parte de Fidel Guarapo Castro, por su condición de “guajirito” en La Habana en sus años púberes de estudiante.

Una capital siempre despectiva con el inmigrante del interior, aun con mayor ahínco a los naturales de la provincia de Oriente, por la competencia histórica de si el derecho a ser capital, atendiendo a los méritos, le correspondería más a La Habana o a Santiago de Cuba, ciudad que por ejemplo, a razón de la riña del sentido estético colectivista con el refinamiento clasista, tampoco fue agraciada con nuevos barrios o edificios coquetos, pero ni de cerca padeció el abandono extremo con que se ensañó la abulia revolucionaria en la capital.

No fue producto exclusivo de la desidia burocrática, la haraganería socialista, o el bloqueo económico, ya que el exclusivo Biltmore, actual barrio Siboney, donde se mudaron los dirigentes revolucionarios de máximo rango y de menor escrúpulos, no sólo no se deterioró sino que se ha visto incrementado en cuidados y servicios. Cabe pensar que Camilo Cienfuegos no habría permitido que se llegase a tal nivel de degradación.

De otra manera es imposible entender semejante éxito en el atentado a una de las ciudades más bellas e incomprensibles no sólo en el Caribe, sino en toda América incluyendo el norte y el cono sur.

Inaudito, pero no inédito en la historia de la humanidad, que por un rencor remoto que puede tener origen en abusos del pasado, en ocasiones, de manera obtusa, los sectores marginados de esa opulencia se han tomado la venganza con las obras de arte arquitectónicas. Como cuando Marx advertía que los incipientes obreros de la industria solucionaban sus diferencias con el patrón atentando contra las máquinas, en lugar de utilizarlas en su favor.

Esta decrepitud está quedando inmortalizada en fotografías en blanco y negro que la presentan como la belleza de la decadencia, como las de Richard Avedon de los rednecks estadounidenses o las de los “garimpeiros” en las minas de oro de Sebastiao Salgado. La mayoría de estos fotografos son turistas o profesionales, simpatizantes de la revolución a distancia, que la defienden en sus países a voz en cuello, en la sobremesa de un asado que reúne la cantidad de carne que diez numerosas familias cubanas no llegarán a ver, ni siquiera a imaginar, a lo largo de su vida.

Creo que aun sin tenerlo muy claro, Fidel Guarapo sentía una gran atracción por esa capital bella y rica, tan profunda como el rencor que profesaba hacia ella, por la poca correspondencia en el amor que le había mostrado en el pasado.

Más o menos lo mismo que le pasaba con los Estados Unidos.

Foto: El Toque

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