La “cultura” de la violencia y su tibio enfrentamiento

Osmel Ramírez Alvarez

HAVANA TIMES – Nuestra sociedad es muy violenta, de diversas formas. Es penoso reconocerlo, pero es la realidad, y nada ganamos con minimizarlo o negarlo. Si aquí hubiera comercio legal de armas, Cuba fuese un oeste.

Hay muchas formas de violencia: en las calles, cuando hay fiestas populares, en las colas o hasta en las guaguas. Muchas veces es física, pero la verbal es permanentemente.

Un ejemplo gráfico: en el P-12 que cogí el 19 de noviembre pasado en La Habana, luego que me impidieron viajar a Perú, un hombre casi mata a otro por empujarlo al bajar. La víctima también fue empujada por la multitud. Su esposa e hijos lloraban mientras era pateado en el suelo por el iracundo pasajero. Alguien lo libró de morir de un mal golpe y volvió a montar. Su gesto fue humano, pero lo curioso es que lamentaba no haber traído un cuchillo “para matar a aquel tipo abusador”. ¡Imaginen ustedes!

Pero la forma de maltrato más recurrente y lacerante en nuestra sociedad es la doméstica, principalmente contra las mujeres y las niñas. Desde hace semanas hay en el país una gran campaña para visibilizar ese flagelo, lo cual es una excelente idea.

El machismo persiste como una mala herencia exacerbada en el crítico escenario socioeconómico. Nuestras mujeres emanciparon su mente, pero se hallan desfasadas con su realidad social más adversa.

Por ejemplo, permanecen muchas veces atadas a matrimonios disfuncionales por la incapacidad de independencia. Influye decisivamente la carga de los hijos y la vivienda. Pero ambos están condicionados por los míseros salarios que hacen de sus vidas una odisea. Y ello es caldo de cultivo para la violencia doméstica.

Ningún hombre enamora a una mujer diciendo que si algo no le agrada la golpeará o le hablará con ofensas. Los violentos son los que mejor se venden, pues casi siempre son manipuladores innatos, que engañan a todos a su alrededor y se victimizan.

Y se crea un enramado psicosocial muy complejo que muy pocas mujeres solas tienen la capacidad de deshacer. Por eso es importante la ayuda de la sociedad a través de instituciones y leyes efectivas.

El primer problema lo tenemos con la policía, pues en esa entidad predominan los hombres y por consiguiente la solidaridad machista. Es muy difícil para una mujer decidir hacer la denuncia, pero muchas veces es todavía más difícil convencer a la policía de que la reciban. Principalmente en los municipios donde casi todos tienen un pariente o un amigo uniformado. Siempre se cree que la víctima exagera hasta que ocurre una desgracia.

Hace seis meses aproximadamente, en el Cocal, Mayarí, un exmarido aferrado se bajó de un coche y macheteó en plena plaza a la que fue su mujer, porque ella no quería retomar la relación. Dejó con el crimen tres hijos huérfanos. Según su hermano, que andaba con él y perdió algunos dedos aguantándolo, solo pretendía intimidarla para que recapacitara. Cuando el violento apasionado vio lo que hizo, se degolló y murió luego en el quirófano.

Se sabe que esa joven madre, menor de 30 años, había ido a la policía a denunciarlo poco tiempo antes. Pero no se conoce por qué no procedió, si allí ella se retractó voluntariamente o hubo tibieza. Luego de que una mujer acusa, el presunto amenazador debe ser detenido para evitar represalias y si se escabulle se deja detenida por cuestiones de seguridad a la mujer.

Pero comúnmente comienza una gran presión familiar y social para que retire la acusación, en lo cual la policía coopera por detrás del telón (no oponiéndose ni explicando los peligros ni estadísticas de las consecuencias). Lo aceptan y ya, previo acuerdo.

La FMC tiene un programa de ayuda a la mujer y el niño, pero no tiene casi ningún impacto social. Poquísimas mujeres saben que existe, pues no divulgan mucho su existencia, ni establecen contactos con la policía para acompañar a las víctimas que concurren, ni hacen trabajo comunitario. La FMC funciona menos que los CDR, lo cual es lamentable porque aunque no es una organización espontánea, es la única en el país que agrupa a mujeres.

Cuando en Cuba haya democracia promoveremos desde la ciudadanía una ley que prohiba que las mujeres puedan retirar acusaciones de violencia doméstica o de género, para evitar la impunidad por la presión familiar y social. Debería también incluir la habilitación de oficiales especializados en ese tema y que sea la presunta víctima la que se proteja si se siente en peligro. Porque es injusto encarcelar al acusado sin probarse su culpabilidad.

Se necesita avanzar en la conquista de la mayor justicia social posible y la batalla contra esos tipos de violencia es fundamental. Sin embargo, querer participar dentro del modelo político actual es muy difícil y peligroso, pues, aunque existe legalmente la posibilidad, la recogida de firmas está en la práctica prohibida y se enfrenta como un acto de disidencia política.

Visibilizar, crear conciencia, sembrar ideas y romper mitos, es lo que podemos hacer por ahora. Y no es poca cosa.