Cabaiguán aguanta por los emigrantes canarios y la cebolla
Muchos reciben remesas de España y los guajiros venden sus productos a Katapulk o Supermarket23
HAVANA TIMES – Los que viven en Cabaiguán, antaño uno de los municipios más prósperos de Sancti Spíritus, aseguran que el pueblo está dividido en dos. Dependiendo del bolsillo y de si se tiene o no un familiar en el extranjero, se puede vivir en la parte rica –de “casas buenas”, enrejadas y con aire acondicionado– o en la pobre, con hogares de tabla de palma, calles mugrientas y fachadas sin pintar.
En realidad, una caminata por el pueblo basta para comprender que las diferencias no son abismales y que, en mayor o menor grado, todos los cabaiguanenses pasan trabajo. Factores comunes: los largos apagones, la dificultad para conseguir comida y los precios exorbitantes.
Gracias al aluvión de emigrantes canarios que recaló en el pueblo desde el siglo XIX, muchas familias han podido abandonar Cabaiguán e instalarse en España. Desde allí mantienen a los que se quedaron con remesas y compras de comida, que los mensajeros de empresas como Katapulk y Supermarket 23 reparten por la ciudad.
“Es un pueblo de gente con dinero”, admite Jesús, un cabaiguanense de 53 años, “sobre todo por la cantidad de gente que está afuera”. Aprovechando la nacionalidad española, y antes de que Washington exigiera visado a los ciudadanos del país europeo, muchos descendientes de canarios “aprovecharon”, añade, y viajaron a Estados Unidos.
El municipio también se enriqueció con el tabaco –es una de las mejores tierras de Cuba para el cultivo de la hoja para la tripa del puro– y, más recientemente, con la venta particular a todo el país de cebolla blanca, morada y otros productos agrícolas que se siembran en Banao, donde los guajiros de Cabaiguán poseen tierras, pese a la distancia de 70 kilómetros entre estos dos puntos de la provincia de Sancti Spíritus.
Sin embargo, la cebolla es casi tan cara en Cabaiguán que en La Habana. La explicación, dice Jesús, es que el guajiro tiene que vender a través de intermediarios –entre ellos, empresas como Katapulk o Supermarket23– que revenden el producto local y suben su costo. Lo mismo ocurre con otros muchos artículos. “Antes la cosa no era así”, lamenta el hombre, “se podían conseguir alimentos más baratos. Ya eso se acabó y todo es astronómico”.
Poncheros, carpinteros, torneros, campesinos. Los cabaiguanenses más pobres se ocupan de estos oficios, que abundan en el pueblo, pero muchos intentan trabajar para una mipyme. Los dueños de las pequeñas y medianas empresas, en un municipio tan afín al régimen –valora Jesús–, suelen ser gente fiel al Gobierno.
Es el caso, muy conocido en la zona, de Yoan Brito, dueño de la paladar El Biscuit y a quien se le atribuye una estrecha relación con las autoridades, alega Jesús. La mayoría de las mipymes, como El Biscuit o El Patrón –otro negocio concurrido–, son cafeterías o restaurantes.
“Este es un pueblo de carneros”, comenta Jesús, argumentando que nadie salió a protestar el 11 de julio de 2021 (11J), cuando en todo el país se produjeron manifestaciones multitudinarias. “Solo una mujer pintó ‘Patria y Vida’ en la fachada de su casa, y le hicieron un acto de repudio”. Se trata de Sandra Hernández, una arquitecta y madre de una niña pequeña que, junto a su esposo, fue acosada por una turba en esos días. Se hizo viral un video de Hernández en el que denunciaba que varios agentes habían arrojado amoniaco bajo la puerta de su casa para que la asfixia los obligara a salir.
La joven arquitecta mostró también cómo, durante el acto de repudio y mientras la familia permanecía encerrada para protegerse, los agentes habían tachado con petróleo la palabra “vida” y, en su lugar, habían escrito consignas revolucionarias. Meses después, mientras Hernández mostraba –a través de una grabación a todo volumen– su voluntad de participar en la Marcha Cívica por el Cambio convocada para el 15 de noviembre, un contingente de la Empresa Eléctrica le cortó la luz.
“Les hicieron la vida un yogur”, lamenta Jesús.