El futuro pertenece por entero al cataclismo

Ilustración: Brady

Por Eduardo Del Llano (Joven Cuba)

HAVANA TIMES – Una idea bastante extendida es que la ciencia ficción se empeña en adivinar lo que vendrá. Julio Verne y H.G. Wells acertaron a menudo, al menos en líneas generales, en vaticinar avances tecnológicos y eventos que hoy resultan corrientes. Otros autores, como Isaac Asimov, con todo y el extraordinario volumen (y calidad) de su obra, apenas si pusieron una.

En realidad, no se trata de eso. Avizorar las coordenadas del porvenir es irrelevante y no demuestra nada; lo que interesa a los escritores, en cambio, es trasladar al futuro (o a otro planeta, a un universo alternativo, etcétera) conflictos y tendencias que ya se verifican en el presente, y mostrarnos adónde podrían llevarnos. Sintetizar dichas tendencias y llevarlas a un punto que parezca tal vez exagerado pero posible, es el pollo del arroz con pollo. Ninguna historia de ciencia ficción es tan fantástica que no tenga referencias a lo cotidiano; ninguna se abstiene de indagar en los vericuetos de la sociedad, en los complicados algoritmos del alma. Uf, sufre, Goethe…

Bueno, desde ese punto de vista es más fácil entender por qué hay últimamente tantas historias distópicas, tantos escenarios postapocalípticos. Por muy panglosiano que uno sea, a estas alturas casi nadie duda que el mundo vaya a joderse pronto, aunque no nos ponemos de acuerdo ni siquiera en cuándo y cómo.

La franco-belga-lituana Vesper (2022), de Kristina Buozyte y Bruno Samper, y la británico-norteamericana The creator (2023), de Gareth Edwards, son dos películas recientes que nos presentan sendos futuros, a cuál más sombrío. En la primera, el ecosistema planetario, harto de maltratos, ha enloquecido, pero ni siquiera así los seres humanos aprenden a convivir en paz: los escasos recursos son controlados por una casta que incluso ha manipulado genéticamente las semillas de plantas comestibles, para que los desventurados que no medran en sus ruinosas ciudadelas carezcan de medios de subsistencia. Vesper es una chica que debe cuidar de su padre, herido y postrado, y encontrar alimentos cada día; tiene además un tío tenebroso, una especie de gángster que trafica con sangre de niños. A primera vista es difícil concebir algo más frágil que ella. Su punto fuerte es que conoce como nadie el bosque y sus criaturas; tanto, que crea algunas especies nuevas en su laboratorio casero…

Sin contar con los elefantiásicos presupuestos de Hollywood, Vesper se sostiene con verosimilitud y elegancia. Para empezar, el diseño del mundo futuro es exquisito hasta en los menores detalles: si los animales han devenido meras leyendas, la flora no deja de experimentar espectaculares mutaciones (hay una planta que dispara sus semillas, a guisa de balas, a los merodeadores). Los efectos digitales no te saltan encima, sino que se integran a la narración como es debido. A menudo violenta, no tanto por lo que se ve como por lo que se esconde, la película ofrece no obstante una salida a través de la humanidad y la bondad, y no, como proponen tantos otros audiovisuales de parecido corte, a través de más violencia.

¿Podemos llegar a semejante estado de cosas? Desde luego. El daño infligido a la naturaleza y el clima de nuestra maltrecha canica azul es en algunos aspectos irreversible. ¿Sirven de algo las advertencias? Todo parece indicar que no, lo que no es sin embargo motivo para renunciar a hacerlas.

The creator presupone un mundo que no es exactamente el nuestro, pues en él los robots son ampliamente utilizados, desde hace décadas, en fábricas y hogares (lo que nos lleva a evocar la pesadilla de Asimov, o más exactamente, de los personajes de Asimov: la ciudadanía teme a los androides, a pesar de que estos tienen integradas las Tres Leyes de la Robótica —palabra esta, por cierto, inventada por el escritor— y salvo contadísimas excepciones, los ha destinado a exploración y minería en otros planetas). Bueno, pues la Humanidad del británico Edwards no les temía, hasta que las máquinas provocan una explosión atómica en Los Ángeles, y entonces el gobierno decreta la aniquilación de la Inteligencia Artificial. Todo el mundo obedece, excepto el Sudeste Asiático… y allá va el buen comando norteamericano a hacer cumplir su ley a esos campesinos desobedientes.

Supongo que nadie desconoce el meme que muestra cómo ven nuestro planeta los extraterrestres; esto es, Estados Unidos como una gran isla en medio del océano planetario. The creator no se desvía de esa tradición: fuera de USA todo es territorio impreciso, que en este caso parece sacado de un documental sobre la guerra de Viet Nam. Allí van los yumas a salvarnos… pero claro, resulta que los pobres androides no eran malos nada, y hay una criatura encantadora, una robot-niña tierna hasta la ñoñería, y el valiente muchacho de la película se encapricha con ella y cambia de bando y empieza a proteger a las máquinas de los feroces humanos. La moraleja final es que debemos aprender a convivir con la Inteligencia Artificial. O que, si eres el héroe, traicionar está justificado. O también que, si los robots hubieran sido todos feos, merecerían morir.

La película de Edwards ha tenido una buena recepción de público y crítica. A mí me parece una obra menor, visualmente impactante pero llena de situaciones manidas, de estereotipos dramáticos. Lo importante, sin embargo, es que rompe una lanza a favor de la IA, que ha irrumpido en nuestras vidas y ciertamente ya despierta recelos. ¿Es irracional temer que los robots acaben enfrentándonos y venciéndonos? ¿Se trata del viejo miedo al Golem, al monstruo de Frankenstein, la suspicacia sin sentido descrita por Asimov? ¿O es una preocupación real ante la posibilidad de que estemos cavando nuestra propia tumba?

Si Vesper vaticina una hecatombe ecológica y climática, The creator nos habla de un futuro en el que coexistimos con máquinas autoconscientes, sensibles, temerosas de la muerte. Más allá de los valores artísticos de una u otra pieza, estamos ante dos desarrollos posibles —¿probables?— de nuestra civilización. Puede haber más (guerras mundiales, pandemias, meteoritos zangandongos, etcétera); en todo caso, cada día parece más claro que lo que está en juego no es si nos salvamos o no, sino quién tendrá el mérito de exterminarnos.

¿Alguien quiere apostar?

Lea más desde Cuba aquí en Havana Times