Educación de Valores

Por Ariel Glaria

Estudiantes de secundaria. Foto: Carol R. Campbell

HAVANA TIMES – En un artículo anterior referí como adecuar la enseñanza a la vida significa un reto para la sociedad. No solo queremos y necesitamos que niños y jóvenes vayan a la escuela; sino una vez en ella qué queremos se les enseñe o más bien que necesita la sociedad que aprendan.

Es casi un lugar común recordar la explosión de conocimiento e información que vivimos actualmente, no lo es su repercusión en la vida espiritual humana. No voy a referirme aquí a todo lo que esto significa sino, únicamente, a la exigencia de tipo social que esto plantea para la educación en Cuba.

Nuestra educación está en crisis (eso ya se ha dicho) pero cuales son las peculiaridades de esa crisis. Cuales los rasgos fundamentales que la definen y distinguen.

Un primer aspecto seria su definición. Sabemos que la educación no es la mera acumulación de saberes ni de estos en forma aislada: es en todo caso una formación. Una heredad, cuyo concepto hemos aprendido en un largo proceso civilizatorio que llamamos nación. Dentro de ella alcanzamos nuestra singularidad y le damos por nombre nacionalidad.

Pero es algo más: es un lenguaje. Ese lenguaje nos define ante el mundo y entre nosotros mismos. Por lo tanto la educación dentro de una cultura nos hace entender que no estamos solos. La educación es la cultura del respeto a lo diferente al otro. Sabemos, sin embargo, que esta no es una peculiaridad nuestra. El mundo entero la afronta. Lo vemos a diario. Esa realidad nos enseña el camino de la tolerancia, su emporio debe guiarnos en cómo queremos se eduquen nuestros jóvenes. Esto lo estamos logrando.

Esta definición apunta hacia una parte del problema y nos pone frente a otro aspecto. El de la calidad de nuestra educación.

Hemos olvidado cómo se educa. Hemos ignorado los aspectos más sutiles de la educación. En la familia, la escuela: convivimos demasiado con el grito y el golpe. Nos hemos habituado a una escala de valores que no mira hacia la singularidad del individuo. No basta con identificar, dentro del aula, quien sabe más en una materia. No se educa cumpliendo una agenda de contenidos teóricos, ello conduce a la memorización, a la invalidez práctica. La enseñanza que necesitamos debe inculcar la duda, debe enseñar y educar la duda; propiciando que el conocimiento teórico del aula entre en la vida que es al final su objetivo. El hábito de la duda nos pone frente a un valor moral, ignorarla es censurarla. Sin ella todo se agota.

Un sistema de valores divergentes propicia una educación deficiente. De esta forma encontramos motivos para decir que “los jóvenes de hoy no creen en nada“ cuando seria honesto pensar que les ha quedado poco en qué creer.

La educación debe sentirse como el orden moral de la conciencia ciudadana que apunta hacia el alma de la nación que es de todos. Estamos ante un nuevo comienzo que pudiera definir nuestro destino. El problema es de todos.

 

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