Del Muro, del miedo; y del carajo, 34 años después

Foto: thoughtco.com

HAVANA TIMES – Se han cumplido 34 años de aquel noviembre de gloria para la libertad, cuando los berlineses apartaron, por fin, el miedo que amenazaba con hacerse secular, derribando el muro. Como suele suceder en tales casos, el detonante fue un acto individual, casi puede decirse que una opinión equivocada sobre lo que venía aconteciendo, sin embargo, expresaba el sentimiento, el deseo mayoritario del momento.

Les digo porque en Cuba también necesitamos, por fin, perder el miedo aunque el muro no se vea en un lugar concreto de La Habana.

Tal y como tuvimos un 11 de julio en 2021, en la Alemania comunista, el llamado lado Este, hubo una gran manifestación, la prensa hablaba de 50 mil personas, un mes antes de que el muro fuera derribado mano a mano, sin disparar un tiro.

Así lo contaba El País, de España, 10 de octubre de 1989:

“No menos de 50.000 personas se reunieron ayer en torno a la iglesia de San Nicolás, en la ciudad germano oriental de Leipzig, en la mayor concentración de protesta política que se recuerda en el Estado alemán del Este desde los tumultuosos días de la revuelta antiestalinista de 1953. Pese a la aglomeración, la manifestación se desarrolló en absoluta calma, y la policía no intervino, lo que demuestra las discrepancias en el seno de las autoridades de la RDA acerca de la necesidad o no de aplicar una dura represión contra los disidentes”.

Sabemos que en Cuba no han existido discrepancias por parte de los represores, cuyo resultado actual son 1052 presos políticos, mayormente jóvenes, documentados caso a caso por Prisoners Defenders, sin contar miles de personas reprimidas de las muchas otras formas que usualmente utiliza el sistema estatal implantado por el desaparecido Fidel Castro.

Aunque el reporte citado sobre Alemania no habla de las causas, junto al descontento generalizado por razones muy similares a las cubanas, salvando las distancias entre una sociedad europea y una latinoamericana, el tema caliente era, al igual que lo es entre los cubanos, la libre circulación de personas.

En este aspecto una Isla tiene sus desventajas, que hacen aún más difícil la situación, al no existir las fronteras terrestres. Se dice que el gobierno de la desaparecida República Democrática Alemana (RDA), por favor no guiarse por los nombres porque en esto los comunistas son especialistas en escamotear el significado real de las palabras, pues, se estaba discutiendo una ley para “flexibilizar” el tránsito entre alemanes, que aquel muro construido por los comunistas impedía.

Alguien, un periodista del lado occidental, habló a la ligera, tal vez expresaba su deseo más que una nota oficial, diciendo que el libre tránsito era un hecho o lo sería ese mismo día. Fue más que suficiente, el rumor corrió de boca en boca, aún no existía la Internet de hoy, y la gente se desbordó del Este hacia el Oeste. De la noche a la mañana, entre el 9 y el 10 de noviembre, un muro de 160 kilómetros literalmente desapareció. Y se acabó el Comunismo.

La explicación es sencilla: los alemanes perdieron el miedo. No hay policía capaz de aguantar una avalancha de cien mil personas. Los represores apuestan al miedo del contrario. Nadie desea ser el primero en inmolarse, tampoco ser el segundo o el tercero de los caídos, sin embargo, mientras el miedo paraliza, día a día van sumándose más y más víctimas, selectiva e implacablemente.

Hoy en Cuba, repito, hay 1052 personas encarceladas por el hecho de manifestarse públicamente aquel 11 de julio y durante los días siguientes hasta hoy, clamando por un mejor gobierno ante la incapacidad del actual para resolver las necesidades básicas de la población.

Si hacemos historia, un millar es poca cosa, debemos sumar los fusilados sin juicio justo, los criminalizados lentamente en las cárceles, los disparados escapando, junto a los devorados en el mar, cuya cifra total requiere de ceros adicionales.

Pero así y todo, la paradoja es que también los victimarios son cubanos, por poco digo, iguales que ustedes, los reprimidos, pero en mucho si somos todos iguales, aunque las circunstancias, el lugar que ocupamos en la sociedad, nos separe. Tales diferencias suelen borrarse precisamente cuando una mayoría anula la paralización que impone el miedo.

De cómo los cubanos lograremos el inevitable resultado final, que es derribar el muro invisible, tan largo como la isla entera, que hoy nos impide ser libres en tierra propia, no se aprecia que alguien lo sepa exactamente.

A favor nuestro tenemos la internet: Facebook, Twitter, Instagram, YouTube, y hasta el WhatsApp que no puede ser interferido. Hablando de bloqueo nos seguirán bloqueando las comunicaciones, pero, parafraseando a Lincoln, no pueden hacerlo ni a todo el mundo ni todo el tiempo.

Hay que estar atento a las señales, que siempre llegarán. Entonces no habrá ni policía, ni avispas negras con sus mastines, ni siquiera tanques, capaces de parar a una multitud.

Como sucedió antes en la Plaza Roja de Moscú, en la nuestra, la de la desaparecida idea de una pretendida Revolución, las madres se subirán a los tanques, preguntándoles a los tanquistas, de seguro muchachos que pueden ser sus hijos, si tienen testículos para disparar contra ellas.

Y entonces el muro de Cuba se irá al diablo, mejor en buen cubano, se irá al Carajo, una frase de moda en estos días, asociada a la palabra Libertad.

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