La maldición del sucedáneo

Foto: El Toque

Por Anónimo (El Toque)

HAVANA TIMES – Mi amiga de Holguín ha largado literalmente la suela de los zapatos en busca de quien le arregle su olla arrocera. Me cuenta que en el barrio había un señor mayor que lo hacía bien y no cobraba mucho, pero falleció hace unos meses. Otro jovencito que despuntaba de maravilla se fue del país. Quienes quedan están en barrios lejanos o cobran carísimo o no saben o no tienen piezas. Conclusión: desastre en la cocina.

Un veterano profesor de Pinar del Río se queja de que no encuentra albañiles para recomponer su baño. Quien se lo fabricó hace una década —verdadero artista del diseño y el azulejo—partió “a ver los volcanes”. Otros que le han hecho trabajos en la casa, lo mismo; y en el barrio se han quedado, tristemente, los más chapuceros. Me da más trabajo irles rectificando lo que hacen que hacerlo yo mismo, aunque no tenga las herramientas necesarias, se duele el maestro.

En La Habana, narra otra amiga, el optometrista que le medía la vista cada cierto tiempo y que era un amor en el trato con los pacientes, dejó la plaza y se metió en un puesto de ayudante menor en una mipyme. Nada tiene que ver con su anterior desempeño, pero gana más y su familia llena mejor el plato. Han puesto en el hospital a una muchachita recién graduada que se esfuerza, pero nada, no logra hacerlo bien, los pacientes se molestan, ella también… todos pierden, cuenta la necesitada. Conclusión: demora, angustia y más oscuridad para ver el dramático rostro del día a día en la isla.

Cualquiera de nosotros, en cada provincia o municipio de Cuba, podría ampliar lo que cuentan mis amigos con otras historias, que seguramente llevaron a similares dolores de cabeza. Los datos, puros y duros, refuerzan las anécdotas. De acuerdo con el más reciente Anuario Estadístico de la ONEI publicado en 2023, de 2021 a 2022 el país perdió más de 31 000 profesionales de la Salud, lo cual, obviamente, redunda en menos consultas, peores atenciones, más larga espera. En el documento, en el acápite relativo a Educación, se aprecia que en la educación superior la cifra de personal docente frente al aula decreció en más de 1 300 personas entre un año y otro. De forma parecida, la matrícula en dicho nivel de enseñanza. 

Los puestos que quedan vacíos, en muchas ocasiones, son llenados por un “sucedáneo”, para emplear la casi humorística frase con que el Ministerio de Comercio Interior timbraba los paqueticos de café “Hola” durante una época, “Mezclado con un sucedáneo al 50 por ciento”. Fuera lo que fuera lo que le echaban —presumiblemente chícharo—, eso no era café, no era lo ideal o natural y, en definitiva, redundaba en algo peor.

Obviamente, el “sucedáneo” no es el villano de la película; en todo caso sería una especie de héroe que, a veces sin estar capacitado para un puesto o responsabilidad, lo asume con valentía o disciplina o resignación; o una mezcla indescriptible de todas ellas; y trata de hacerlo lo mejor posible. Pero hay cosas que no se pueden madurar con químicos instantáneos, pues simplemente requieren un proceso. El “debido proceso”, tomándoles prestado el término a los juristas.

Así, en una disciplina académica no se transita por arte de magia de licenciado a doctor ni de profesor instructor a profesor titular. Ni en un centro médico un recién graduado puede asumir con buenos resultados la tarea que correspondería a un especialista. Se da el caso, incluso, en el que las plantillas de instituciones cuentan con consagrados muy ancianos —que no pueden desempeñar cargas laborales excesivas— y recién incorporados bisoños que tampoco pueden ni deben hacerlo, aunque los fuercen a “asumir”. Allí, los profesionales maduros, de edad intermedia, que conjugaban la necesaria juventud con la aleccionadora experiencia, sencillamente desaparecieron. Se fueron a otros trabajos, a otros países, o a la “lucha” del trapicheo ilegal. Se esfumaron. En el hueco, tantas veces, cayó un sucedáneo.

Por otra parte, también habría que ver qué podrían hacer los idóneos (quienes se marcharon, se cansaron, se obstinaron o se murieron) en un país y unas condiciones de vida y trabajo más paupérrimas, con una crisis que se torna casi eterna tras 34 años de economía desastrosa. Quizá ellos, con todo y reunir las condiciones intelectuales para ser exitosos y brindar los mejores servicios, derivarían hacia la chapucería, el maltrato o la rampante ineficiencia. El ser humano piensa y actúa como vive, salvo las excepciones de los extraordinarios; esos “animales de galaxia”.

Lo real, lo que duele muchísimo, es que el país sucedáneo, poco a poco —sin remedio inmediato a la vista— va reemplazando al país que debería ser; lo cual, como es lógico, no parece conducir a algo edificante. Cuando podamos cambiar a los sucedáneos gobernantes —que son en verdad dictadores consumados— por los reales, los que hacen y piensan, en mínima democracia y justicia, bajo las reglas que consensua el soberano, quizá comience a enrumbarse el entuerto. Pero nos quedan, al parecer, muchos tragos amargos de “Hola”, brebaje infame que, para colmo, perdió hasta el timbre en sus bolsas de plástico. 

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