Los caminos de Jehová en Cuba

Verónica Vega

HAVANA TIMES — Algún que otro domingo, muy temprano, llaman a mi puerta dos de esos testigos de Jehová, que convencidos de su noble labor de salvar almas, van puerta por puerta enfrentando todo tipo de reacciones.

A causa de que mi ritual doméstico es bien complejo, siempre los atiendo con interrupciones, (por un gato que se escapa, algo que se quema en la cocina, mi hijo que me llama desde su cuarto…), pero noto que a pesar de estos reveses, ellos perseveran en su plática.

Con mi mejor expresión les declaro que creo en Dios mas ya elegí mi propio camino, hace casi veinte años. Algunos me piden disculpas y me ofrecen un folleto que acepto dándole las gracias.

He intentado compartirle algo de mi fe pero lo rechazan. Otros me miran con pena y citan aquello de los falsos profetas de que Cristo alertaba. Pero en general desisten, seguros de que soy un caso perdido.

Quizás porque mi visión de Jesús dista mucho de la de cualquier cristiano común (católico o protestante), me pregunto cómo estas religiones llegaron a degenerar tanto que usan estrategias de difusión invasivas causando más rechazo que adhesión.

Cuando mi hijo era niño quiso ir a unas “clases cristianas” que impartían en nuestro mismo edificio. Le di permiso para asistir pero pronto él mismo se decepcionó, por varias causas.

Siendo muy intuitivo desde pequeño y como realmente creía en Dios, la preceptora lo encargó de decir las oraciones en voz alta. Lo elogiaban tanto que se turbaba, él pensaba que orar con sinceridad era natural y que la relación con Dios no busca estimular la vanidad.

También se percató de que no podía expresar sus propias ideas, si no coincidían con las que le enseñaban. Y cuando finalmente dejó de ir a las clases, el amigo que lo había llevado al lugar, dejó de relacionarse con él.

Al preguntarle qué pasaba el niño le respondió: “No puedo jugar contigo porque tú estás con el diablo”. Esa había sido la explicación oficial a su ausencia.

Cuando ya estaba en la secundaria, un colega cristiano lo hostigaba tanto con que tenía que ir a la iglesia y aceptar a Cristo que tuvo que amenazarlo con darle un golpe para que lo dejara en paz.

Por uno de los mercados al que voy con frecuencia, hay una iglesia improvisada en un local que en las mañanas dominicales se llena de cantos y a veces exaltados discursos que llegan a molestar a los vecinos.

La tónica de éstos es muy semejante a una demagogia política, y una vez escuché algo escalofriante: “Lo que no saben esos incrédulos que nos desprecian, ¡es que ha llegado el momento de implantar el reino de Dios por la fuerza…!”Los vítores que le siguieron completaron el efecto de tribuna incendiaria.

La intolerancia a otras fes o al ateísmo, los estímulos materiales, las coacciones para aumentar la asistencia en muchos centros religiosos, son indicios de que no buscan ni ofrecen sinceridad ni libertad.

Es una pena. Porque el verdadero y profundo sentido del cristianismo se pierde, y porque como les digo a los predicadores más insistentes que tocan a mi puerta algún domingo, Dios mismo nos concedió el libre albedrío para buscarlo por cualquiera de sus infinitos caminos, para ignorar que existe, e incluso para negarlo.

Hace años leí una frase que no olvido: “Mirad cuán sencilla es la Verdad que se pasea constantemente ante nuestros ojos, sin preocuparse de pasar inadvertida”.

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