La Navidad que no se prohíbe

Verónica Vega

Foto: Caridad

HAVANA TIMES — Recuerdo el impacto que me causó al final de los 90s ver los primeros arbolitos plásticos con sus chispeantes adornos que parecen salir de un cuento de hadas prometiendo un mundo de calor familiar, amor y tolerancia… con precios en divisas.

En esas navidades despenalizadas gracias a la visita del Papa Juan Pablo II, conocí a una mujer que pasaba por una dura situación de pobreza y soñaba con tener también un arbolito navideño.

Al arbusto de pino que le trajeron sus hijos, le colocó adornos hechos por ella donde volcó toda su fantasía: cajitas de fósforo envueltas en papel de caramelo recogidos de la calle, muñequitos vestidos con telas brillantes que salvó de los retazos de una costurera, miniaturas de animales sacados de los juguetes de sus nietos que salpicaba con el polvo plateado de un barniz de uñas, bolitas de poliesmuma remedando la nieve…

Para el aguinaldo, con sus luces parpadeantes y su musiquita, toda la familia cooperó reuniendo centavo a centavo de aquellos dólares no hacía tanto también penalizados.

Quizás muchos no éramos conscientes pero estábamos asistiendo a la reivindicación de un símbolo: la navidad como espacio de esperanza y conciliación. Después de décadas de diciembres sin luces ni promesas divinas, separados de un ritual que ilumina las noches de casi todos los países, por primera vez éramos parte del mundo.

Ya en el 94, con la medicina alternativa china y el Hatha Yoga, habían entrado al país vertientes de diferentes caminos espirituales, así que aquella Navidad despenalizada completaba una apertura mucho más profunda de lo que se veía a simple vista.

Era una alternativa a la miseria material que constituía quizás una válvula de escape para el gobierno, pero para los cubanos era ante nada la oportunidad de recuperar la fe.

No en las religiones, los sistemas sociales o en las ideologías, la fe en la voluntad individual del ser humano, en su capacidad de elegir entre el bien y el mal, en la infinitud inalienable de su pensamiento.

Y aunque el mercado haya comprado también la Navidad como un jugoso producto más, y Cuba se hace eco, aunque el mensaje subliminal (y no tan subliminal) es la prosperidad como meta y sentido de la vida, Jesús fue un hombre que vivió humildemente porque era realmente libre, un hombre que instaba a buscar la verdad y a practicar valores, que, de ser sostenidos en masa, acabarían con los conflictos que atormentan a la humanidad entera.

Es lo que pienso cuando paso por las calles de la Habana y veo las luces multicolores titilar en comercios, casas y hasta jardines: es muy difícil cambiar el mundo, siquiera con revoluciones sociales, pero el hombre nunca ha perdido el derecho de cambiarse a sí mismo.

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