El aborto: ¿derecho o alternativa?

Verónica Vega

Jovenes cubanos. Foto: Juan Suárez

HAVANA TIMES — En un reciente post, la colega Dariela Aquique sugiere comentar sobre un tema tan peliagudo como el aborto.

Lo primero que yo veo errado en el modo de abordar este asunto es el enfoque. Se habla más del derecho a abortar que de la responsabilidad de evitar un embarazo indeseado, que debería ser la primera premisa. Porque es el orden natural en que ocurren las cosas y porque ese detalle fortalece una larga tradición de irresponsabilidad.

Informar sobre variantes de contracepción no es lo único importante. Desde hace décadas, los medios abundan en materiales donde se incita al sexo, se recrean las relaciones sexuales como un mero delirio emocional (o un mero disfrute físico), sin insinuar que la acción incluye el riesgo de otras consecuencias.

Esto quizás cumpla con los requerimientos dramatúrgicos de una película, sea eficaz al explotar la imagen de un sex symbol o para enganchar al espectador, sin duda acrecienta los ingresos en taquillas y ventas, pero como mensaje (subliminal o no), además de contraproducente, es falso. Para rematar, en culturas machistas como la nuestra se exonera al hombre de la responsabilidad de la contracepción.

El embarazo ocurre en el cuerpo de la mujer, luego es ella quien padece la transformación biológica, los riesgos físicos de una interrupción o un parto y casi el total de la carga si elige esperar al nacimiento de la criatura, así que tiene la posibilidad inmediata de elegir entre abortar o parir.

Pero esta posibilidad, o alternativa, no significa un derecho. Es la libertad de actuar, como se puede matar o dejar vivir también a una persona que de algún modo nos perjudica y no está creciendo dentro de nuestro cuerpo.

Y así como el hombre tiene total responsabilidad en ese germen que inocula (voluntaria o involuntariamente) tiene también derechos sobre su desarrollo o mutilación.

Ahora, que este ser cuyo destino se decide sea totalmente indefenso para proteger su supervivencia, no hace justa ninguna ley que apruebe el aborto ni honra a los padres que lo utilizan.

Mi experiencia

Cuando tenía 28 años salí embarazada involuntariamente. Los inconvenientes de este imprevisto eran varios: mi pareja estaba a punto de emigrar (solo) y no quería hijos, yo tampoco, no tenía ingresos económicos fijos y ni siquiera tenía casa. Pero sobre todo, en la autonomía con que experimentaba mi derecho a la vida, sentía esa concepción como un gran estorbo, así que opté por la interrupción.

Siempre he sido muy sensible a los procesos que ocurren en mi cuerpo y percibí enseguida que algo nuevo ocurría en mi organismo: una hipersensibilidad ante olores, sabores, sensaciones. Inflamación en los senos, náuseas, pero más que nada, una presencia silenciosa se iba estableciendo en mí, e iba ganando terreno en mi cuerpo y en mi mente.

El médico opinaba que no estaba encinta pero yo sabía que sí, por lo que insistí en repetir el diagnóstico hasta que lo confirmó, casi a las ocho semanas.

La regulación menstrual arrancó los tejidos que se estaban enraizando en mi vientre, y fue bien doloroso, pero lo peor fue lidiar con la parte de mí que se había aliado a esa extensión de mi existencia. Que miles de jóvenes recurran a este método para solucionar sus vidas y hablen de él como de sacarse una muela, sólo muestra que viven, aún a nivel físico, superficialmente.

La información de lo que ocurre en nuestro cuerpo se procesa en el cerebro, el embrión se gesta compartiendo sangre, sustancias, impulsos de vida.

Después de la regulación tuve sangramiento por semanas, decaimiento, asma. Pero lo que más recuerdo es mi tristeza. En la amalgama de sentimientos y sensaciones que forman al ser femenino, la identidad del niño en estado embrionario puede ser muy confusa. No obstante, es un hecho que un ser está formándose, nutriéndose de nuestros alimentos, reacciones y pensamientos.

Mi experiencia devino en la resolución de no volver a pasar jamás por algo así. En mis relaciones posteriores, puntualizaba que no quería hijos por el momento pero si llegaba a ocurrir por accidente, el aborto no sería una alternativa.

De la religión y otras perspectivas

Insisto en que al hablar del aborto hay que partir del hecho indiscutible de que el ser cuyo derecho o no a la vida se discute, está ahí porque ambos: hombre y mujer, en un acto voluntario, lo convocaron. No es un tumor. Ignorar las leyes de la vida es tan fatal como ignorar las del tránsito. Que la mujer corra riesgos al abortar (incluso el de la muerte si la gestación es avanzada), prueba que se está luchando contra las fuerzas de la naturaleza.

Esto es válido para centrarse en las causas del embarazo, en una sexualidad consciente y evitar en lo posible problemas tan graves como infecciones post aborto o complicaciones peores, infertilidad posterior, traumas, enfermedades venéreas, hijos no deseados, niños que crecen disfuncionalmente… en fin: infelicidad a todos los niveles.

Acato esto justo porque ese puede ser el saldo de aquel rapto inicial de amor que, remedando las malas películas, pasó por alto que la vida es mucho más compleja.

No se puede hablar de sanear la televisión o el cine ya que hay involucrados intereses de empresas millonarias. Mas, ni siquiera la medicina aborda el asunto con imparcialidad. Que se pueda poner fin a un embarazo involuntario con una aspiradora o un bisturí, no significa que sea legal en términos naturales.

El materialismo ha condicionado a tal punto nuestra visión de la existencia que ignoramos leyes invisibles, profundas. La religión ha perpetuado ritos y dogmas, anquilosando un conocimiento vivo. El catolicismo se proclama en contra del aborto y hasta de los métodos anticonceptivos pero ignora que reprimir el deseo sexual ha provocado abortos improvisados, muertes, violaciones a niños, asesinatos de recién nacidos… Las historias de esa lucha por la castidad en una mente que no está preparada, que no la desea, sólo las conocen bien los muros de conventos y monasterios.

El misticismo plantea que la represión genera neurosis e involución espiritual. No se trata de forzar nada. El ser humano explora en el reino de maya (ilusión) a través de los sentidos físicos, cognoscitivos y desarrolla si quiere a plenitud las capacidades más elevadas del intelecto.

Una vez saciada su curiosidad viene el proceso de hastío, la angustiosa búsqueda interior a través de prácticas (sadhanas) que toman también años, pues se trata de revertir la atención de lo externo a lo interno, hasta que la conciencia ascienda a dimensiones sutiles y se apegue a ellas, por propia voluntad, tanto como se apegó en el pasado al placer físico. Entonces ocurre el encuentro que San Juan de la Cruz describe incomparablemente: “Oh, noche que guiaste, oh, noche amable más que la alborada, oh, noche que juntaste, Amado con amada…”

Se dice que el nacimiento humano es un raro privilegio, en un viaje que recorre todas las formas de vida: inconsciente, semiconsciente, consciente, hasta la autoconsciente. De modo que interrumpir un embarazo priva a un alma que está ya lista para encarnar, luego de un complicado ajuste en la red de relaciones kármicas. Es un retraso en su evolución individual y un karma adicional para los que impiden que se realice.

Los científicos pueden creer esto o no, también los futuros padres, sin embargo, en el turbulento camino trazado por el materialismo, las consecuencias visibles del aborto denotan que no es una solución ni fácil, ni sana.

Pienso que lo más objetivo es hacer énfasis en presentar la sexualidad tal cual es: un acto que debe ser estrictamente voluntario y con pleno conocimiento de sus efectos. Que el éxtasis de la pasión no se convierta en punzadas de dolor y en lágrimas. Esto es posible.

Los abortos por causa de violación o los terapéuticos son casos extremos que requieren soluciones específicas. No son la regla, y recurrir a ellos no lo convierte en un derecho sino en un recurso de emergencia.

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