Cuba con dinero

Verónica Vega

Farolero. Foto: Caridad

HAVANA TIMES — Si existe un “sueño cubano”, es poder aspirar al “sueño americano”.

Con la inocuidad que brindan las referencias indirectas (películas, comentarios de amigos o familiares emigrados) el cubano endiosa al estadounidense, a pesar de las enormes diferencias de geografía, cultura, política.

Con la misma inocuidad, después del aclamado y oscilante acercamiento entre los dos países enemistados por décadas, sigue soñando con que la solución al disfuncionamiento social, provenga de un empujón del norte, un jalón de pelos al gobierno cubano, un milagro externo.

En una conversación con una realizadora canadiense mencioné ese componente de ingenuidad del cubano que se lanza a las aguas en una embarcación frágil con la esperanza como motor y la gloria como meta.

“But that’s despair!”,ripostó ella.

Sin embargo, hay mucho más que desesperación en esa tendencia a reaccionar simplificando, ignorando la complejidad del panorama.

La generación que experimentó directamente el triunfo revolucionario, confió el andamiaje de toda una nación al carisma y la improvisación de un solo hombre, entre el éxtasis de la victoria, la efervescencia del optimismo y el centelleo de las promesas.

Fidel conocía muy bien esa cualidad del nativo de esta emblemática tierra, esa mezcla de petulancia y confianza fundada no en el poder del espíritu ni en la fuerza de la virtud ni de la voluntad o en el mérito de la organización a conciencia o en el trabajo. Sino en el derecho a lo mejor por nacimiento, la convicción de ser predestinados, únicos, especiales.

Solo así podíamos creer que éramos objeto inconfesado de una invasión siempre en estado latente. “¡Cuba es la llave del golfo!”, exclamó un joven, convencido de la mirada rapaz del gran imperio sobre nuestra islita.

Hasta donde he sabido, el éxito de la accidentada negociación para el país norteño se resumió a una fábrica de tractores en el Mariel, la administración de dos hoteles desdeñados por los europeos, servicios de telecomunicaciones con dos firmas, autorización a las aerolíneas estadounidenses a volar a la Isla, comprar sin límites tabacos, ron, artesanía y medicinas homeopáticas, como el veneno de alacrán.

Del lado de acá, ni el levantamiento del embargo ni la altísima cifra de indemnización por sus daños o el cese de la Ley Helms-Burton ni la devolución de la Base Naval de Guantánamo. Tampoco libertad de asociación, de expresión, mucho menos reconocimiento de la disidencia como interlocutor válido.

Pero menos en lo secreta y colectivamente ansiado: nada del despliegue de comercios sobreabastecidos, donde la multiplicidad implicaría variedad en la calidad y opciones en los precios.

Esa “Cuba, pero con dinero”, como me dijo mi hermana para definir a Miami, que se esperaba ver reflejada en esta orilla, como a golpe de fotoshop. Un impulso que nos devolvería al esplendor del pasado, el que evocan con nostalgia muchos de los que apostaron su futuro a la Revolución. Una Habana con trasiego comercial, empresarial.

Y sí, se percibe cierto movimiento, cierto aire de cambio. No solo por el simbolismo de la bandera estadounidense desplegada, por la oleada de turistas, por las nubes de polvo de las construcciones.

Cubanos emigrados se repatrian y abren negocios. Se venden y compran casas. Se alzan nuevos comercios. Pero las oportunidades, no son como me dijo alguien “para el cubano emprendedor”, sino para los que tienen con qué emprender la aventura.

La Cuba con dinero resplandece a flashazos, es intermitente y esquiva. Al igual que las costas de la Florida para los que se lanzan al mar, los que llegan, son una minoría.

Pero como dejar de soñar es dejar de vivir, ya oí decir que seguro este Trump, de mirada perspicaz y fría, que ha logrado en su propia vida llegar al tope, (no importa si con manos o con garras), importará a su vecino caribeño una dosis de la prosperidad que le sobra. Claro que con mano dura, ya que “con esta gente no se puede ser flojo” y el simpático Obama cedió demasiado (según especulan), en su afán egoísta de pasar a la historia.

No he oído una sola palabra de lo que podríamos hacer, lo que deberíamos, lo que nos toca. Si tan solo dejásemos de creer que el futuro está en el mar. Si dejáramos de esperar un milagro. Si admitiésemos la incompatibilidad de un sueño importado. Si aceptáramos que despertar y actuar es más seguro que cualquier sueño.

 

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