Ataques sónicos: todos somos afectados

Verónica Vega

El último misterio. Ilustración: Yasser Castellanos

HAVANA TIMES – El artículo publicado en Havana Times  Ataques sónicos: los cubanos no los toma sentados, de Michael Ritchie, me hizo recordar una noticia que leí hace dos días:  Un disfraz de Ana Frank para Halloween causa revuelo en Internet.

En la foto posaba una niña sonriente con su traje sencillo y la boina que identifica a la protagonista de una historia terrible. Recordé un libro que vi hace años. Una compilación de textos y dibujos hechos por niños mientras estaban en campos de concentración. Todos los versos y las imágenes expresaban un terror asfixiante mezclado con el candor propio de la infancia. No pude pasar de las primeras páginas. ¿Esa niña “disfrazada” de Ana, -me preguntaba-, sabe lo que es el fascismo?

El post sobre los ataques sónicos me produjo un efecto parecido. Tuve la seria duda de si el autor sabe lo que implica: “Pérdida permanente de la audición, migrañas, fatiga, insomnio, deficiencias cognitivas, entre otros daños…”  A cualquiera que de golpe y sin explicación experimente algo así, no le quedarán ganas de mezclar el asunto con inodoros, con o sin tapas, y el Che incluido.

Incluso para negar culpabilidad o solo negligencia por parte del Gobierno cubano, no es necesario ridiculizar los daños de las víctimas médicamente confirmadas, o siquiera de las probables.

No es necesario ridiculizar que, en medio de esta nueva y extraña guerra, una vez más estemos los cubanos. Padeciendo las consecuencias de lo que se decide sin nuestra opinión y menos nuestro consentimiento.

El cubano de a pie, indiferente a cualquier cosa que no implique un alivio a su carrera de supervivencia, apenas comenta de este asunto escabroso del que se le ha dado una versión parcial y salpicada de extremismos. Si el Gobierno lo convoca a vociferar su supuesta inocencia frente a la embajada, sin duda lo hará, aunque sabotee las consignas, como hacían estudiantes obligados a reclamar por el niño Elián González y amparados por la algarabía gritaban: ¡Elián, llévame pal Yuma! , eligiendo olvidar que junto a ese mar se despedazan las familias y hasta los cuerpos extraviados en ese abismo de agua que una política ineficaz ha tornado insalvable.

Aquí se confronta el mal con guarapachanga. Y esa es la causa de que tengamos una sociedad tan disfuncional. Los chistes disfrazan la frustración y el miedo, reemplazan las protestas y las soluciones.

Quién duda que la historia de los ataques sónicos parezca salida de una obra de ciencia ficción. Intrigante, rayana en el absurdo, subyugante. Y una trama nebulosa no podía contar con un escenario más intrincado: las relaciones de países en larguísima tensión, con peligrosa cercanía y animadversiones de ambos lados.

Pero deberíamos ponernos serios y reconocer que, aunque los motivos y el arma de los supuestos “incidentes”, no se hayan identificado, las afectaciones a la salud y los lugares en que desató la “anormalidad” de las víctimas, son reales. Que, al sufrir 22 funcionarios lesiones en territorio nacional, (incluso hay cinco canadienses y sus familiares también afectados), el Gobierno cubano incumplió con la Convención de Viena, el tratado internacional que regula las relaciones entre los países y la inmunidad del personal diplomático.

Ahora la terquedad mutua, la ambigüedad y el oscurantismo desataron la plaga. Un turista de Carolina del Sur se pregunta si también debería ser incluido en la lista. Él interrumpió su viaje a Cuba al sufrir una repentina pérdida de sensibilidad de sus cuatro extremidades minutos después de ir a la cama en el hotel Capri. El mismo inmueble donde se alojaban los empleados de Washington. Su rara enfermedad se prolongó por meses desconcertando a una docena de neurólogos. Al difundirse la noticia de los “ataques sónicos”, sus propios amigos le telefoneaban preguntándose si él no sería también una víctima.

Cuba niega insistentemente su participación en los presuntos ataques. Pero de inicio se ofreció a colaborar con la investigación. ¿Eso no significa que reconoce los hechos? Y si es así, ¿significa que acepta, al menos, ser vulnerable a la acción de un tercer país, que admite tácitamente su deficiencia en proteger al personal diplomático?

¿Por qué, entonces, la información que se le da al pueblo es la gastada retórica de patrañas del imperialismo, manipulación y represalias? ¿Por qué no hay un discurso único y coherente?

Por qué no tratar un asunto delicado de forma objetiva, por primera vez en la historia admite haber prevaricado con su deber y da pasos concretos para que ese edificio junto al mar no siga siendo un fantasma aterrador, lo mismo para cubanos que esperan la aprobación de una visa definitiva o de no inmigrante, que para funcionarios, sus familiares, o turistas que aspiran a algo tan simple como no sufrir futuras secuelas neurológicas por pisar esta isla surrealista.

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