A mí me gustan los yumas

Verónica Vega

HAVANA TIMES — El súbito anuncio oficial del acercamiento Cuba-EE.UU. y las reacciones de mucha gente me recuerdan el estribillo de un regguetón que circuló con bastante éxito: “Ay, a mí me gustan los yumas…”

Confieso que al ver la alocución del presidente Raúl Castro mi primera pregunta fue si los que repitieron por décadas (sólo Dios sabe si por convicción o conveniencia), el machacado discurso del enemigo imperialista, se sentirían traicionados. Pero no, muchos de éstos son los más entusiastas y han saltado de un extremo a otro revelando tendencias proyanquis y un voraz apetito consumista.

Cómo se concilian las contradicciones dentro de sus cabezas es para mí un enigma. Tal vez su premisa es aproximadamente “el fin justifica los medios”. Frases como “ahora sí esto se va a poner bueno”, “van a poner una hamburguesera en cada esquina”, denotan la violenta reacción a los años de desabastecimiento y abstinencia.

Para el cubano común, que erigió la ciudad de Miami como meta y quimera, que porta con orgullo en un short, un pullover, una gorra, la bandera “yuma”, la única diferencia es que lo que antes constituía una actitud contestataria ahora está en perfecta armonía con las circunstancias.

Con notable inclusión de programas y películas norteamericanas en la TV oficial y en el cine, con una larga tradición de consumo clandestino de programación de Miami, con tiendas cuentapropistas que ofrecen ropa importada de Estados Unidos y un buen porciento de la ciudadanía sobreviviendo a costa de remesas de “allá”, el pacto de ambos gobiernos no es más que la declaración de una realidad latente.

También hay que admitir que de todos los aliados económicos que hemos tenido (la Unión Soviética, Venezuela o China), el pueblo norteamericano nos es más cercano, tal vez por el pasado de la pseudo república, que muchos recuerdan con nostalgia. Esto es un hecho, como también que los eternos agradecidos a la revolución, una vez más dan el paso al frente.

Pero de la reacción general, lo que más me asombró fue ver lo efectivo del culebrón de “los cinco”. Hasta personas usualmente críticas con el gobierno se contagiaron con el sublime final y el concierto transmitido por la televisión. No se preguntaron por qué no se televisó igual a los presos políticos de la Primavera Negra, cuando fueron liberados gracias a una larga lucha en la que también intervino la iglesia, por qué no se filmó cómo no “regresaron”, sino fueron deportados de su propio país. No se preguntaron por qué no habían oído hablar de Alan Gross, ni si las acciones de éste norteamericano merecían quince años de prisión.

Claro, hay que tener en cuenta que el regreso “de los cinco”, viene acompañado de una promesa de alivio mucho más creíble que todas las anteriores. Y hay que reconocer que fue la decisión más sensata que nos ha tocado vivir a los nacidos con la revolución.

El penoso y largo aislamiento y la refracción de una Cuba exiliada la hemos pagado muchos directa y visceralmente. Es hora de liberarnos de un odio que no nos pertenece, de olvidar la amenaza de una guerra que nunca llegó a ocurrir.

La proximidad geográfica de Cuba y EE.UU. es una ventaja que fue revertida, y aunque las masas apoyaron dócilmente y por años las consignas anti-yanquis, es obvio que las reacciones de ahora son mucho, pero mucho más sinceras.

 

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