Jorge Milanés Despaigne
HAVANA TIMES — “Jorge”… escucho la tenue voz de una silueta que se deja ver a través de la ventana; era Lila, de la secundaria y el preuniversitario, que hizo la carrera de economía, mientras que yo decidí estudiar construcción naval; pensé que se había ido para los Estados Unidos.
“Jorge” –me dice abatida-, “¿tienes algún tiempo?”
“Sí, cómo no, pasa y te hago café”, le dije.
“Mi vida es un largometraje. Luego de terminar la carrera de economía, comencé a trabajar en las oficinas de Cuba-Petróleo, distribuyendo el combustible por tarjetas magnética. Allí conocí al padre de mis hijos, tuvimos una hembra y un varón, pero a los tres años las cosas no marchaban bien, me tuve que divorciar.
“Luego en un servicentro conocí a Roberto, buen hombre, era especial con los niños.” Lo que me cuenta Lila, le hace temblar, pero continúa. “Nos mudamos para un cuarto que compramos en Playa; era pequeño, tuvimos que ampliamos buscando privacidad y espacio para los niños.”
Hace una pausa, toma café, casi no atina a poner la taza en el platillo, se lo retiro, me da las gracias y continua.
“Teníamos la quimera de oro, para invertir en la sala-comedor, baño y cuarto, que lo equipamos con: aire acondicionado, muebles, televisión por cable; en la cocina no faltaba nada, y en la sala hasta teníamos una estufa. Construimos la segunda planta y una tercera, donde hicimos una piscina; por último compramos un carro. No te puedes imaginar el nivel de vida que teníamos.”
Asegura con lágrimas, mientras, yo me pregunto: ¿de dónde sacaron ese dinero?
“Luego a mi esposo se le ocurrió irnos del país, y coordina con un amigo peruano que frecuentaba el servicentro. Él salió primero, con una carta de invitación que le hizo el peruano. A los seis meses me casé con el peruano y me fui. Dejé los niños con mi mamá.
“En Lima ya junto a Roberto, íbamos a pagarle al peruano una primera parte y ubicarnos en un apartamento, para luego venir en busca de los niños. Vine a Cuba, a obtener el permiso legal de salida de los niños; pude llevármelos sin contratiempos. Llegamos en taxi hasta los bajos del edificio, allá en Lima, donde vivíamos Roberto y yo, me despedí del peruano y subí al apartamento. Toqué varias veces a la puerta hasta que salió una señora: «aquí no vive ningún Roberto».
“Me fue difícil de creer que ese “hijo de buena madre”, se había largado a Miami dejándome abandonada en la calle y con los niños.”
No todo lo que brilla es oro, le dije. La bondad de Roberto arruinó tu vida, concluí.
Continuará…
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