Exento de pagos… y garantías

Francisco Castro

Entrada del cuerpo de guardia del Hospital Calixto García.

HAVANA TIMES — Una de las primeras cosas que se pueden ver cuando se llega al Cuerpo de Guardia del Hospital Universitario Clínico Quirúrgico “Manuel Fajardo”, es un enorme cartel que reza: “Tu servicio de salud es gratis, pero cuesta…”, y a continuación, una lista con algunos de los servicios que se nos brinda de forma gratuita, con el precio al lado.

Llegué a este lugar luego de haber vomitado un par de veces, y haber estado todo el día con fiebre entre 38 y 39 grados. Aquí, las doctoras internas que me atendieron, luego del examen físico e indicarme un Rayos X, decidieron mi ingreso inmediato por neumonía.

Antes de llegar a este hospital, pasé por su homólogo, el “Calixto García”, del que salí huyendo, porque me indicaron un hemograma completo de urgencia, y que me midieran la temperatura en la enfermería, pues si la tenía por encima de 38 grados, había que inyectarme duralgina.

El caso es que en la enfermería, el termómetro estaba roto, y en el laboratorio clínico había una enorme fila de personas irritadas, mientras la técnica del laboratorio sostenía una animada charla telefónica, indiferente a todo reclamo.

En el “Fajardo”, la atención fue algo mejor en la etapa primaria, pero todo volvió a la normalidad cuando comenzaron los trámites del ingreso. Para resumir, estuve tirado en la sala de espera, temblando de fiebre, con una vena del brazo derecho canalizada, cerca de hora y media, solo porque nadie había confirmado que mi cama estuviera preparada.

Cuando encontré al camillero, le dije que yo tenía sábanas para preparar mi cama, así que me llevó a mi sala. Eran las 9:45 de la noche.

El Hospital Calixto García.

Uno de los derechos del paciente ingresado que se violó de inmediato conmigo, fue el de ser recibido por el personal de enfermería de asistencia. Después que el camillero me indicó cuál era mi cama, nadie más se preocupó por mí.

Muerto del cansancio por la fiebre, atiné a arreglar mi cama, a duras penas comer algo de lo que un amigo me había traído, y caí en un sueño entrecortado por los temblores febriles y la preocupación porque el aparatico de la vena no se saliera.

Fui sacado bruscamente de ese estado seminconsciente por el enfermero de guardia, que tiró de mi brazo canalizado para ponerme un medicamento. Ni buenas noches, ni por favor, y menos  el nombre del medicamento que me estaba poniendo. Eso fue cerca de la media noche.

En la mañana fue igual. El enfermero, después de ponerme el medicamento, me quitó aquella cosa incómoda del brazo, sin decir palabras.

Allí estaba yo perdido, sin saber horarios de comida, sin conocer las rutinas diarias, cada una de las cuales fui descubriendo al preguntarlas a mis compañeros de habitación.

Cuando llegaron los doctores el trato cambió. Como también cambió el diagnóstico. Tres estudiantes y dos profesores me atendieron en esa ronda, y todos estuvieron de acuerdo en que yo no tenía neumonía.

En la placa de Rayos X sí pudieron observar algunas manchitas en los pulmones, que había que estudiar haciendo un TAC (Tomografía axial computarizada). Pero sin ningún síntoma respiratorio externo, y ante una visible rubicundez en todo mi cuerpo, más los síntomas por los que me presenté al hospital el día anterior, decidieron que estaban ante un caso de intoxicación por alimentos, causa por la cual no se indica hospitalización.

El Hospital Fajardo

Me preguntaron si me había hecho recientemente algún chequeo, y ante mi respuesta negativa, decidieron hacerme uno completo, TAC incluido. Era viernes.

Así que tendría que quedarme todo el fin de semana ingresado, a la espera de que el equipo del TAC, que estaba roto, fuera arreglado.

Resumen: un susto padre; una cama de hospital innecesariamente ocupada; mi equipo de trabajo desequilibrado, asumiendo mis tareas; mis amigos movilizados, haciéndome compañía y llevándome comida (ya sabemos cómo puede ser la comida de hospital en Cuba); miles de trabajos para usar un baño sin ducha, con el inodoro tupido, y con cucarachitas merodeando; rodeado de personas con infecciones respiratorias que tosen dolorosamente y expectoran constantemente; a expensas de contagiarme…

Todo por un nuevo mal diagnóstico.

¿Cuál es el objetivo, entonces, de los carteles que rezan: “Tu servicio de salud es gratis, pero cuesta…”, que también vemos como spots en la televisión? ¿Será que el hecho de que no nos cueste nada a nosotros, pero sí al estado, como nos lo hacen saber, justifica el maltrato, y los diagnósticos equivocados?

A veces pienso cómo sería la vida en Cuba si no existieran las subvenciones. Sé que muchísimas personas  –incluido yo-  se podrían ver afectadas, pero, ¿por cuánto tiempo? ¿Sería diferente la atención al público? ¿Podría el dinero garantizar un trato como a seres humanos?

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