Yo sí soy un animal

Erasmo Calzadilla

HAVANA TIMES — Desde una mirada intelectual es común que el reggaetón se asuma como un fenómeno negativo, un retroceso en lo alcanzado musical y culturalmente, un síntoma de degradación del buen gusto y de la moral. No falta quienes sugieren que tantos males tienen su origen en (o son provocados por) el proceso “Revolucionario”.

Sin rechazar de plano las hipótesis anteriores, me gustaría acercarme al asunto desde otra arista.

Voy a presentar una idea que he rescatado de mis lecturas socio históricas.

La grosería, la rudeza, la imprudencia, la simpleza de hábitos (en oposición al refinamiento y a los buenos modales), el gozo simple y libre del cuerpo (vs. la castidad y a la sublimación de los instintos sexuales), suelen ser rasgos típicos de los grupos menos favorecidos y (por tanto) menos cultivados de cualquier sociedad.

Normalmente esos rasgos poseen una carga negativa, son mal vistos; e incluso quienes los detentan intentan por todos los medios imitar a la elite que dicta las normas. Pero cuando un sistema social gesta un cambio en su estructura de poder, entonces esos mismos rasgos comienzan a ascender en la escala de valores.

Algo lógico pues la clase pujante, de origen plebeyo, a menudo necesita de la rudeza y hasta de la crueldad para romper lo establecido e imponerse; y porque dichos rasgos constituyen un factor de distinción social y una herramienta de cohesión contra el grupo desplazado.

Por supuesto que ya ustedes se dieron cuenta de por donde voy. Atendiendo a tal punto de vista sería prudente preguntarnos, antes de juzgar, si el auge del reggaetón es solo un síntoma de decadencia, otro capítulo de la “rebelión de las masas”, o podría en cambio  anunciar el advenimiento de algo que todavía no podemos entender.

Tal vez no una Revolución o un Renacimiento; tal vez sí alguna especie de retorno tras los pasos perdidos.

Y saliendo del ámbito de las especulaciones históricas, ¿nada hay aprovechable en el reggaetón aparte del goce de quienes lo gozan?

No soy el único que ha encontrado cosas positivas en ese movimiento. La Dra. Irene García Rubio, especialista en medios de comunicación de masas, considera que ciertos aspectos del reggaetón promueven la emancipación de la mujer, y yo añadiría que de los niños también.

Los niños suelen ser seres sexuados, se enamoran y les encanta el traqueteo con los genitales tanto o más que a cualquier adulto. Sin embargo lo típico hasta ayer era que las personas mayores reprimieran esos impulsos e impusieran a sus vástagos (sobre todo a las hembritas) un aura de castidad e inocencia. Y a mentir se ha dicho.

Por suerte esa terrible costumbre de castizar a los nenes hoy retrocede a ritmo de Pum Pum.

En los tiempos que corren resulta completamente normal que las primeras canciones y bailes que los padres enseñan a sus hijos (o estos aprenden por su cuenta) tengan una clara y explícita referencia al sexo.

Ya los pioneros no necesitan esconderse de su maestra (como en mi época) para tararear tonadillas soeces, ahora es la propia maestra quien las entona entre clase y clase.

En fin, que la cosa es más compleja de lo que a los burócratas, intelectuales orgánicos y puritanos les parece.

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