Los yumas son nice

Erasmo Calzadilla

Tío Matt el Viajero

HAVANA TIMES — En el post pasado decía que no le hallaba sentido a escribir, pero BINGO, creo que lo encontré; voy a dedicar el espacio para contar sobre mis impresiones cotidianas en este extraño mundo, siguiendo la obra de mi predecesor, el Tío Matt el Viajero.

Una de las cosas que más me impresionó desde que puse un pie en la yuma es la suavidad de la gente. En Cuba, y en La Habana particularmente, es como si todo el mundo estuviera cada vez más huraño. Se han ido perdiendo las normas que regulan la interacción humana y el hombre se ha ido tornando el lobo del hombre.

Ya lo decía una canción popular: “Aquí no hay vida para los mareaos”. ¿Y quiénes son esos? Pues todos aquellos que no queremos o no podemos ascender al próximo nivel de agresividad en la jungla de asfalto.

¿Qué está pasando? ¿Será que he envejecido y no me adapto a la hegemonía del ambiente reguetonero, solariego y presidiario? Luego de vivir a diario situaciones tensas y desagradables -y no precisamente por cuestiones políticas- uno llega a sentir que no pertenece.

En aserelandia el ser humano en cuanto tal ha ido descendiendo en el estatus social. Si no portas un atributo de poder muchos creen que pueden pisarte, y lo intentan. Los guagüeros te insultan, los dependientes te maltratan o roban a la cara, los funcionarios te ningunean y hasta tus propios vecinos te sofocan, sometiéndote a la dictadura de la chusma.

En esa expansión del bajo mundo los muchachos de barrio se afanan en ser reconocidos como hijos de Changó, una de las más violentas (contra sus pares, no contra la autoridad) de las deidades Yoruba. No se trata solo de una cuestión simbólica, muchos centros recreativos han tenido que cerrar por el alto nivel de hechos sangrientos que tienen lugar al son de la música.

Yo sé, nuestra situación no es grave en comparación con la América “pobre”, pero no deja de ser triste y desgastante. ¿Cómo lidias con todo lo anterior sin convertirte en otro tipo agresivo?

Fue un alivio aterrizar en yumalandia y encontrarme en todas partes un ambiente social relajado. Qué sensación más linda la primera vez que la chofer de un bus me recibió con un “Good morning“. Pero no solo los empleados públicos, el roce diario en las calles suele ser gentil. Me recuerda a los pueblos intrincados de Cuba donde el ambiente social no ha degradado tanto.

La primera vez que escribí sobre el tema -llegando a Cuba desde San Diego, California- varios comentaristas sugirieron que mi mirada había sido de turista. La vida diaria es otra cosa, me decían.  Luego de seis meses viviendo en las entrañas del monstruo, confirmo mi impresión primera: el nivel de agresividad interpersonal aquí es mucho más bajo que en La Perla del Caribe. Un alivio para un pacífico como soy.

En la Yuma –no te dejes guiar por las películas del sábado- es difícil ver alguien en actitud ofensiva o de irrespeto con otras personas. Hasta los malcriados y conflictivos que emigran desde Cuba bajan la parada cuando llegan al “país de las oportunidades”, porque saben que aquí las malcriadeces cuestan caro.

Respecto a los nativos -negros o red-necks– he trabajado codo a codo con expresidiarios y tipos rudos, pero nunca he visto en un rostro esas expresiones y mueca de odio tan común en La Habana, ese rictus de: “Te voy a partir como a un lápiz porque tú eres un punto, un pelagato, tú no eres nadie…”; ni ese repudio visceral al diferente, tan común hoy en nuestra islita.

Un amigo al que le comentaba del asunto me decía que el ascenso de conflictividad social (por llamarlo de algún modo) podría deberse a las dificultades de la vida diaria. Echando un vistazo a la evolución histórica de esas dos variables (incivilidad y pobreza) no creo que exista una relación tan determinista entre ellas.

Los disidentes afirman que esta situación es un síntoma del daño antropológico generado por más de medio siglo de dictadura, con todo lo que trae convoyado. A lo anterior añadiría el declinar de la utopía socialista y la crisis civilizatoria asociada al poscapitalismo. O en otras palabras, los dos sistemas que garantizaron de una u otra forma la estabilidad social y mantenían al redil atado a una esperanza van en picada.

Entonces, amigos cubanos que no han logrado montarse en el avión, qué les diría. Que por esa parte la Yuma no está mal. Hay barrios malos y gente fula como en todos lados, pero en sentido general el escaso roce cotidiano face to face suele ser nice, al menos cuando tienes a La Habana de referencia. En el próximo post contaré la cara fea de esa misma moneda.

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