Erasmo Calzadilla
HAVANA TIMES — En casi todas las panaderías donde se despacha el pancito nuestro de cada día los dependientes manosean el “producto” con las mismas manos con que manipulan los billetes y las monedas. Incluso en tiempos como estos, de epidemias diarreicas y escasez de medicamentos, la práctica resiste.
Hace poco, en la panadería que me corresponde, una vendedora de rudo carácter estornudó sobre sus palmas; se limpió luego en la ropa y con la misma siguió despachando.
Y es normal que eso pase en pueblos que no conocen de microbios patógenos ni de medidas higiénicas elementales; lo “extraño” es que también suceda en Cuba.
La gente aquí sabe que eso es una cochiná. A nadie le gusta que le manoseen la comida pero nadie protesta. ¿Por qué razón?
Parece que la resignación se ha instalado como “valor” cultural de nuestro pueblo. Eso, y una especie de populismo totalitario que juzga mal a los que se distinguen de la masa.
Si un yuma nos regala un jabón, o se nos impide la entrada a un hotel, todavía puede que vibre una fibra de orgullo nacional, pero el maltrato propinado por las instituciones estatales se asume como un inevitable fenómeno de la naturaleza. Estamos tan acostumbrados a que nos pisoteen que a menudo ni cuenta nos damos.
La aniquilación del orgullo y la dignidad personal es un arma clave de dominación en este y en cualquier sistema. Su recuperación será pues la señal de que las cosas están realmente cambiando.
En otras palabras: el día que usted vea a la gente en la panadería reclamando, como lo más natural del mundo, que no le manoseen el pan, ese día usted podrá decir que a esta moringa le queda bien poco.
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