Guía del autoestopista metafísico

Erasmo Calzadilla

HAVANA TIMES — Este es otro post sobre drogas. No, no levante las cejas ni resople, que yo voy a estar quemando el tema, mínimo, hasta que sean legales y en las librerías y bibliotecas pueda hallarse información decente sobre ellas.

Para variar quiero compartir una aventura que viví montado en la grupa de los honguitos mágicos.

La primera vez que probé un honguito quedé cautivado con las delicias de una lucidez levemente acrecentada.

Obviamente, luego quise más: más disfrute sensual, más autoconocimiento, más sabiduría, menos miedo y más poder en el mejor sentido de la palabra; y fue tanta mi ambición que en varias ocasiones crucé la raya.

Los enteógenos no suelen ser peligrosos para la vida, y pasarse de la raya no significa intoxicar el cuerpo hasta dejarlo moribundo, sino visitar reinos metafísicos para los que no se está preparado.

Evítelo, si no desea comprender en “carne” propia el doloroso sentido de la palabra sacrilegio.

Ocurrió de esa manera poco adecuada por carecer de buenos consejos. La sociedad tiene a las drogas como tema tabú y resulta extremadamente difícil encontrar información no polarizada sobre ellas.

O se las demoniza (por los medios de difusión oficiales) o se las glorifica en determinados ambientes culturales.

Al grano.

El caso es que una de esas pasadas de raya tomé un desvío y fui a dar con… ¿a ver con quién? pues sí, con el mismísimo Dios en persona. Por cierto, nada que ver con como lo pintan.

¿Quieres saber cómo es? Pues lee de aquí en adelante para que nadie más te estafe.

Lo primero a señalar en una descripción del supremo es que no podemos referirnos a él en tercera persona. Dios es uno mismo: soy yo, tú o cualquiera que llegue a ese estado y mientras le dure.

No conversé, pues, con ÉL ni contemplé su divina perfección, más bien encarné su drama, que es serio. Dios está metido en tremendo drama (¿O será una tragedia?).

Su problema es su lucidez. Dios sabe, sin que le quede el menos vestigio de duda, que su destino es estar Solo para Siempre, y eso le resulta sencillamente insoportable.

Preferiría morir si fuese una opción, aceptaría gustosísimo la muerte, pero le está vedada. No obstante, un fútil remedio le queda: el sueño.

Cuando Dios se duerme de su ser brotan desparramados los contrarios danzando el teatro de la vida, y por un rato Dios se olvida de sí y de su soledad.

Pero ni en casa de Dios la felicidad dura mucho, porque de vez en cuando algún ser humano destrozado o iluminado alcanza la lucidez suprema. Y entonces, a través de él Dios despierta, recuerda su destino y renace su agonía.

Conocer a Dios marcó mi vida para bien, pero haré lo imposible por no volver a estar en su pellejo. De ahora en lo adelante solo viajes turísticos aderezados de pequeños sustillos previstos en la guía.

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