Sexo y canciones

Ariel Glaria Enríquez

HAVANA TIMES – Como todo el mundo, entre las cosas más frecuentes que he oído hablar y de las que, también, he aprendido algo, están las relacionadas con el sexo.  Algunas se remontan a los días de mi niñez.

Por ejemplo, aquella ocasión que Rebeca se lo enseñó todo a Armandito y él salió corriendo a contármelo. Yo andaba por los nueve o diez años,  jugaba a las bolas y, creo recordar, solo pensaba ganar muchas ese día. Él, como aún debe serlo, era dos años mayor.

La muchacha, que tendría la edad de Armandito, le pidió ver lo suyo. Mi amiguito ni corto ni perezoso le dijo que también ella se lo enseñara. Al final, me explicó que no se lo tocó, porque había oído decir que las mujeres se orinaban.

Hasta ese momento yo solo sabía que Rebeca vivía en la esquina y tenía varios perros pequineses, los primeros que vi en mi vida de esa raza.

Otro amigo de la infancia solía explicarme cómo descubría en los gestos de las mujeres toda la variedad de reflejos sexuales posibles. Su obsesión mayor era verlas tomar helados en barquillo. Las que atacaban a mordidas le parecían voraces y amantes del sexo furtivo. Las que no derramaban ni una gota y solo con la lengua la crema, le resultaban contemplativas, serenas y sensuales, “a veces hasta ponen los ojos en blanco mientras toman helado”, me dijo una vez.

Ya en la secundaria otro me expuso toda una teoría de cómo identificar a un tarruo. Lo primero, para él, eran las apariencias. Los tarruos siempre andan apurados, se sofocan por todo y todo lo preguntan, por eso, decía mi amigo, “detrás de un hombre chismoso o un chivatón hay siempre un tarruo” y agregaba su frase más lapidaria, “a cualquiera lo engañan compadre, pero un chivatón se lo busca”, decía.

Corriendo los años las cosas que escuchaba se volvían más específicas  y, en ocasiones, hasta líricas, como a una vecina que le gustaba, decía, se la metieran con maldad y se la sacaran con poesía. Sin dudas menos poéticas, pero igual de explícitas eran las parodias a canciones, como aquella que servía de presentación a un muñequito muy popular por las décadas del setenta e inicio del ochenta en Cuba que los muchachos cambiaron por “quisiera ser tu amigo y podértela meter” o la traducción a una vieja canción de Queen que los jóvenes, hembras y barones, cantaban a coro y con envidiable sentido del ritmo diciendo “abre las pata y goza”…

En fin, me pregunto ¿Para qué me he referido a algo con lo que todos hemos aprendido a ser un tanto más felices, ver mejor la vida y un poco a sonreír?

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