La historia de una manisera

Osmel Almaguer

Vendiendo mani. foto: Caridad

Teresita vende maní en la parada de la guagua.  Ella y su único nieto dependen de las ganancias para poder sobrevivir.

Ella, en su condición de jubilada cuya chequera no alcanza para nada.  Su nieto, porque nada más puede contar con ella en esta vida, después de que su madre falleciera en un accidente de tránsito y su padre lo abandonara para montarse en una balsa.

A sus 77 años, Teresita sufre de graves problemas de circulación sanguínea.  Las piernas se le inflaman a menudo, por lo que suele vender su producto sentada en una piedra, pregonando a viva voz.

Ella sabe que tiene que ser fuerte.  Su objetivo es educar a su nieto y hacer de él un hombre fuerte y de bien.  Por eso se levanta todos los días muy temprano y se acuesta bien tarde.  Le dedica gran parte de su tiempo al negocio.  Comprar la materia prima.  Hojas blancas robadas de almacenes y centros de trabajo, y el maní a 20 pesos la libra.

Tostar, envasar y salir a vender le dejan poco tiempo para atender la casa.  Lavar, cocinar y resolver todos los problemas que suelen presentarse.

En las tardes, se sienta religiosamente en su piedra para vender “maní, maní, vamos, su maní calientico aquí.”  Sin embargo su mente se encuentra lejos.  Planificando lo que hará de comida, la hora en que tiene que recoger a su nieto de la escuela, etc.

La gente le compra el cucurucho, ignorante de su drama cotidiano.  Claro, sería mucho pedir que se detuvieran un momento a para hablar con ella.  Ellos también tienen sus problemas.   Conflictos que nadie resolverá, porque solo a ellos les importa.

Así, puede que Teresita termine sus días en su afán de ayudar al prójimo.  Primero a su nieto, que es quien más la necesita, y luego a todos aquellos que le compran el grano para poder aguantar el hambre mientras llegan a casa.

Un cucurucho de maní vale tan solo un peso y aporta al organismo algo de cantidad de calorías.  Estas, estás tan escasas, porque cualquier alimento en la calle cuesta lo mismo que uno o dos días de trabajo para un obrero promedio.

osmel

Osmel Almaguer: Hace poco solía identificarme como poeta, promotor cultural y estudiante universitario. Ahora que mis nociones sobre la poesía se han modificado un poco, que cambié de labor y que he culminado mis estudios ¿soy otra persona? Es usual acudir al status social en nuestras presentaciones, en lugar de buscar en nosotros mismos las características que nos hacen únicos y especiales. Que le temo a los arácnidos, que nunca he podido aprender a bailar, que me ponen nervioso las cosas más simples y me excitan los momentos cumbres, que soy perfeccionista, flemático pero impulsivo, infantil y anticuado, son pistas para llegar a quien verdaderamente soy.

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