Nos mantiene en forma

Yusimí Rodríguez

Nuestro transporte urbano en la capital. Foto: Caridad

HAVANA TIMES, April 20 — Si hay algo que realmente debemos agradecerle a nuestro transporte público es que nos mantiene en forma.

Siempre he sido una persona delgada a pesar de que como muchísimo.  Me encantan los dulces, el pan, la pizza, el helado y casi todo lo que hace que una engorde, pero me las he arreglado para mantenerme delgada.  Cuando era una niña, mi familia y mis amigos me decían que iba a empezar a engordar en la adolescencia.  Eso iba a ser en los años noventa.

Pero en los noventa era imposible que eso ocurriera, casi tan imposible como coger una guagua.  No estuve entre los que iban a cualquier parte en bicicleta, sin importar lo lejos que fuera, ni lo poco que comían en aquellos años del llamado Período Especial, ni lo que adelgazaran, al menos sabían que llegarían a su destino.  Yo no sabía montar bicicleta en aquella época.

Así que estaba entre los que esperaban en las paradas de guagua o simplemente caminaban, lo que me ayudaba a estar casi en tan buena forma como los que montaban bicicleta.  Incluso recuerdo haberme montado en guaguas por la ventanilla en aquella época, cuando era adolescente, y son recuerdos agradables.  Una siempre al pasado con cierta nostalgia; esos fueron los años de la adolescencia, no importa lo malos que puedan haber sido.

Los noventa pasaron, pero los inicios del siglo 21 no fueron mucho mejores. A veces, muchas veces, todavía tenía que esperar una guagua por horas, o caminar, o correr para cogerla, lo que todavía podía hacer, afortunadamente.  Todavía era muy delgada.  Ahora la gente me decía que iba a engordar cuando llegara a los treinta.  Eso fue en el 2006. La misma película.  Esperar o caminar, he ahí el dilema.

Hubo veces en las que me puse a reflexionar (algo para lo que tenía mucho tiempo en las paradas de guagua), y llegué a la conclusión de que había pasado la mayor parte de mi vida esperando en las paradas; allí había visto las cosas más interesantes, había tenido los más interesantes pensamientos, y había conocido a las personas más interesantes o las más poco interesantes de mi vida.

Pero las cosas parecieron cambiar en el 2008. Nuestros “camellos” desaparecieron para ser sustituidos por largos ómnibus.  Aparecieron nuevas rutas.  Y pasaban cada cinc o seis minutos; no tenías tiempo de conocer extraños en la parada y hacerse cómplices o compañeros de desgracia durante una larga espera.  No tenías ni siquiera tiempo de que te tentara un taxi de diez pesos, que por supuesto no podías costear a menos que estuvieras de verdad muy apurado.  Y sí, empecé a temer que finalmente iba a engordar.

Gracias a los choferes de guaguas mi miedo no duró.

Ahora, cuando voy a la parada de la guagua, en realidad no llego; me quedo unas cuadras antes, lo más lejos posible, sabiendo que existe un noventa por ciento de posibilidades de que la guagua pare casi frente a mí.

Un Metrobus de La Habana. Foto: Caridad

Entonces el chofer me recuerda el otro diez por ciento de posibilidades y para en la parada, así es que tengo que correr junto a las otras doce o quince personas que esperaban la guagua fuera de la parada.

Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que esto es lo que hacemos los cubanos, simplemente nos adaptamos.  Esperar la guagua fuera de la parada o correr para cogerla se ha convertido en lo normal. Cuando decides esperar la guagua en la parada, ella para tres o cuatro cuadras antes, o después.  Nunca sabes y eso es lo bueno del asunto, que permaneces alerta, con los músculos tensos, lista para correr.

Y cada vez que tengo que hacerlo me doy cuenta de que todavía corro rápido, al menos lo suficientemente rápido como para coger la guagua antes de que arranque.  Sí, estoy en forma.  Estoy entre los fuertes afortunados que pueden montarse en la guagua. Todavía estoy entre los ganadores.  Todavía puedo mirar atrás, hacia la parada, y sentir lástima de aquellos que tuvieron que quedarse allí, derrotados, esperando, rezando, para que la próxima guagua para en la parada.

Entonces me pregunto qué pasará de aquí a unos años.  Tengo en la cabeza esta imagen de mí corriendo para coger la guagua, como de costumbre, y percatándome entonces de que el año 2010 ha quedado atrás hace rato y que las cosas han cambiado.

Pero en realidad es solo mi cuerpo lo que habrá cambiado.  El resto de las cosas seguirá igual.  Todavía la misma película.  Tendré cincuenta o sesenta años y estaré todavía corriendo para coger la guagua; tratando de correr, en realidad.  Y entonces no tendré otra opción que esperar, porque eso es lo que hemos hecho durante toda nuestra vida: cuando ya no podemos correr, simplemente esperamos.