Una visita con una santa

Por Emilie Vardaman

HAVANA TIMES – Mi aventura comenzó cuando mi amiga Cinda me envió un pequeño artículo que había encontrado en línea. Se trataba de la popular santa mejicana Teresa Urrea, “La Santa de Caborca”.

Pues me encantan los santos mexicanos populares. Y había leído sobre Santa Teresa en el famoso libro de Luis Urrea La hija de la chuparrosa. Luis es el sobrino nieto de la famosa santa. Soy una gran admiradora de Luis Urrea y he leído varios de sus textos, pero La hija de la chuparrosa es especial para mí.

La historia de Teresa comienza en el estado mexicano de Sinaloa, donde nació en 1873. Continúa con el traslado de la familia hacia Caborca, Sonora, y el desarrollo de ella allí como curandera. La obra literaria termina con ella teniendo que huir para salvar su vida. El libro es una ficción histórica, pero la curación y los milagros de Teresa están bien documentados.

El artículo que me envió Cinda decía que Santa Teresa, a menudo llamada Teresita, fue enterrada en Clifton, Arizona. Eso queda a unas pocas horas de viaje al norte de donde yo vivo. Teresita murió de tuberculosis el 11 de enero de 1906, con solo treinta y dos años.

En realidad, mi cumpleaños se acercaba en unas seis semanas. Yo estaba buscando algo especial que hacer. Cuando cumplí 70 hace unos años, me di cuenta que era muy importante celebrar cada año.

Entonces, ¿qué se hace para celebrar durante la época de Covid?

Fácil. Visitar una tumba. La tumba de la Santa Teresa Urrea.

Teresa y su padre, a finales de 1800

Investigué un poco en Internet y encontré una foto de la tumba. Estaba cubierta con una losa de hormigón y rodeada de una pequeña valla metálica decorativa. Las notas decían que la tumba no estaba marcada, pero con la foto esperaba encontrarla. Guardé la imagen en mi iPad.

Entonces reservé una habitación en el hotel Clifton para dos noches.

Salí el día de mi cumpleaños alrededor de las 9:30. Después de detenerme en el camino para echar gasolina, tomar café, fotos, etc., llegue a Clifton alrededor de la 1:45. Deambulé un poco y llegué a mi hotel a las 2:30.

Después de una comida rápida, me dirigí al cementerio con mi iPad que contenía la fotografía de la tumba.

La imagen mostraba dos altos cipreses italianos, y pensé que podría alinearlos con las montañas al fondo para encontrar la tumba.

Llegué al cementerio y me alegré de descubrir que solo había dos cipreses italianos, los de mi foto. Podía verlos a través de la entrada del camposanto.

No me tomó mucho tiempo dar con la tumba, pero me sorprendió y me complació descubrir que ahora estaba marcada con una simple cruz sobre el concreto. Teresita estaba grabada en un brazo de la cruz, Urrea en el otro.

La cerca estaba decorada con un rosario y había flores de plástico color rosa y amarillo atadas a esta. En la base de la cruz había una vela puesta a la Virgen de Guadalupe y una pequeña tarjeta llamada estampita (un pequeño sello) para la Virgen que yacía en la base de la cruz. La estampita tenía la imagen de la Virgen en el anverso y una oración en el reverso. El borde del hormigón estaba decorado con rocas.

Me senté.

Derramé algunas de mis penas, le conté sobre la Covid-19 y la terrible división en nuestro país. Le pedí que interviniera. Después de todo, ella es una santa.

Charlamos durante unos veinte minutos. A decir verdad, en realidad ella no charlaba. Pero me escuchó.

Cuando me fui, le pedí que viniera a mí en mis sueños.

La visité al día siguiente, dejé en la tumba algunas flores recién cortadas, y me detuve de nuevo cuando salía del pueblo la mañana que me fui.

Cada vez que me iba, le pedía que me visitara.

Aún no lo ha hecho, pero ¿quién puede saberlo? Si han leído mi publicación de hace unas semanas, sabrán que a veces me topo con espíritus.

Teresita, estoy lista para una visita.

Lea más escritos de Emilie Vardaman aquí.