Comenzando mayo en Candelaria

Texto y Fotos por Irina Echarry

HAVANA TIMES, 9 mayo — Cuando salí de la Habana hacia Pinar del Río con mis amig@s no creí que fuera a verme involucrada en alguna actividad que agrupara a muchas personas.

Al contrario, en las guerrillas casi siempre hay poco contacto con “los otros.”   Pero el sol nos sacó bruscamente de Viñales y decidimos pasar por Candelaria, un pueblo que ahora pertenece a la nueva provincia de Artemisa.

Nos levantamos temprano con la esperanza de atrapar algún transporte hacia la montaña, motivados por la visita a dos hermanas que cada sábado recorren 25 km para llegar a la iglesia donde imparten clases de religión a niños y niñas de la comunidad.

De pronto nos dimos cuenta de que estaba comenzando el primer día de mayo cuando sentimos que la voz de Sara González (que solo se escucha en las ceremonias “políticas”) se colaba por todas las grietas de la casa de Amparo (la muchacha que nos acogió en Candelaria).  Atrás quedaron la montaña, las hermanas y la esperanza de transporte.  Era feriado y lo que tocaba era el desfile.

Las calles anunciaban la fecha con carteles y banderas aunque nosotros no nos hubiésemos percatado.  Es tan pródiga en carteles la parte occidental del país que llegan a ser algo muy común las consignas o las vallas patrióticas.

En la iglesia había misa mientras en lo que llaman el Área de Festejo alguien leyó un discurso de tres o cuatro minutos y luego vino la música, la montadera de caballos, la venta de cervezas y comida, en fin la diversión.

El que conducía la festividad se acercó con una grabadora: ¿de dónde son? De La Habana, contestó Erasmo, a lo que el hombre medio confundido respondió: no parecen cubanos.  Luego quiso saber por qué habíamos ido hasta allá a pasar el primero de mayo y ahí los confundidos fuimos nosotros.

Algo balbuceamos y el hombre se fue.

Mi primera reacción fue de protesta: es cierto que no lucimos como la gente del pueblo, pero eso no significa que no parezcamos cubanos.  Dejé de protestar cuando Erasmo me explicó que son muy pocos los cubanos que salen a la calle tan despeinados y mal vestidos como estábamos nosotros.

Apenas nos habíamos levantado de la cama y salimos a recorrer el pueblo.  Claro que teníamos que llamar la atención. Sin embargo nadie nos molestó.  Pasamos un rato mirando y tomando fotos, aquí dejo algunas para los lectores de HT.