El miedo al vacío

Por Amrit

Cuadro por Vincent Van Gogh. Foto: Wikimedia.commons

HAVANA TIMES, 8 marzo — Cuando era niña, recuerdo haber visto a mi madre más de una vez parada en la puerta de la cocina con aspecto abatido, y al preguntarle qué le pasaba, responder: “Es que no sé qué voy a cocinar hoy.” Entonces yo solía encogerme de hombros y correr a mis juegos. No era una preocupación seria para mí, ella de algún modo lo resolvería.

Ahora soy yo la que me paro en la puerta de la cocina, con la misma expresión y la misma pregunta. Quisiera que mi esposo, que dejó atrás el sueño de acumular trabajos para una exposición y pinta cuadros de pequeño formato buscando fórmulas que atraigan a los turistas (quién sabe cuáles fórmulas, ¡son tan misteriosas, tan caprichosas las leyes del mercado!), no se percate de mi angustia.

Quisiera que mi hijo se encogiera de hombros y corriera a jugar en la computadora donde reina en un mundo con leyes menos rígidas, menos voraces, así que contengo la advertencia cuando estoy a punto de gritarle que ahorre corriente, que no sé ni cómo pagaremos la luz.

Por no tener cómo imprimir mis guiones para el programa de radio donde trabajo, una vez más no podré cobrar mi salario, (que por supuesto, ni siquiera cuando lo recibo íntegro me es posible estirarlo hasta fin de mes).

¿Cómo llegamos hasta aquí? –me pregunto. Hace semanas siento que cada tramo de suelo que piso aparece, como por milagro, justo cuando creo que vamos a rodar hacia el abismo. En las noches tengo pesadillas y despierto con asma. Me acuerdo de Van Gogh, que gastó una vez el dinero enviado por su hermano para comida, en marcos para ver lucir sus pinturas, mientras algo roía implacable sus entrañas y veía todo el mundo de un solo color: amarillo.

Me acuerdo de Isadora Duncan, la bailarina norteamericana que pasó días comiendo, junto a su madre, sólo tomates con sal… me acuerdo de San Francisco de Asís que predicaba amor y compasión mientras recorría las calles descalzo y el estómago jamás satisfecho, porque dejaba un espacio para ese vacío, ese azar de vivir al día, sin acumular, como viven los pájaros.

Auto retrato por Vincent van Gogh. Foto: wikimedia.commons

Entonces, eso por lo que trabajan las personas en el mundo, un trabajo estable cuyo salario les permita alimentarse, vestirse, educar a sus hijos, y hasta ahorrar un poco para disfrutar de un ocasional viaje, ¿está tan mal?

En los ochenta tuve el privilegio de ir de vacaciones a Varadero y hospedarme en un hotel pagando con mis propios ahorros, fruto de mi trabajo como telefonista. En aquel tiempo el mundo parecía más lógico, pero ¡hace tanto! Ya ni recuerdo cómo era aquella plenitud de pagar un taxi sabiendo que no estás arriesgando la comida.

Ya no recuerdo qué es combinar la ropa con los zapatos pues hace años sólo puedo “darme el lujo” de tener un par. El otro día una amiga me contaba sobre su primer viaje al exterior, hace muchos años: “Fue cuando descubrí que las medias tenían tallas” -me dijo de pronto.

“¿Cómo?” –pregunté, asombrada. “Pero claro, -exclamó riendo-, yo siempre pensé que las medias eran de una sola talla, si te quedaban grandes las doblabas para abajo, si te quedaban chiquitas dejabas el calcañal donde cayera… ¡en Venezuela me enteré de que podías comprarlas según el tamaño de los pies!”

Qué puede saber mi hijo (nacido en pleno Período Especial) de esos detalles distintos a la eterna abstinencia, la eterna meta de soportar, de esperar, con algún escape esporádico al deleite (un helado Nestlé que la larga imposibilidad nos hace glorificar y que jamás he podido comprar con mi salario).

Hasta Bernardo de Quintival, discípulo de San Francisco, decía que sólo se hace abstinencia de lo que conscientemente se ha probado. Y de pronto entiendo a esos ancianos que tanto hablan de comida y hasta esconden dinero –propio o robado– para degustar, también a escondidas una golosina, entiendo su incertidumbre por el próximo paso, que puede ser el vacío.

Entiendo su voracidad por tanta dulzura que se negaron mientras trabajaban duro, muy duro, por un mañana mejor. Para mi madre, ese mañana estaba en aquella línea azul lejana que nos mostraba, desde la azotea del edificio, la línea que pasaríamos con el avión y nos llevaría a los dulces, a los juguetes, a la ropa con olor a “afuera.” (tan parecido a ese olor de algunas tiendas de hoy donde venden en divisas, aunque éstas estén “adentro” de la isla).

El círculo se cierra cuando mi propio hijo me dice que no vivirá en Cuba, que tiene todo pensado para vivir en un país “con futuro.” me pregunta si falta mucho para la comida y regresa a su reino que sólo necesita de un código binario, (y electricidad) mientras yo no he resuelto qué voy a cocinar y él tiene todavía la felicidad de ignorar mi miedo, el de no ver el suelo bajo el próximo paso.

2 thoughts on “El miedo al vacío

  • Brillante artículo. Quizá tenga un regalo para Ud: “El deseo es la raíz del sufrimiento” Siddhartha Gautama.

  • me encantan tus artículos, lo sabias?

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