Un pretexto para hablar de racismo

Yusimí Rodríguez

Muchacha en un taxi colectivo. Foto: Juan Suárez

HAVANA TIMES — El sábado 18 de octubre tomé un taxi colectivo para regresar a casa desde El Vedado. Monté junto al chofer, y otras tres personas ocuparon los asientos traseros. En la Ciudad Deportiva, una mujer se sentó junto a mí. Tres cuadras antes de Acosta y Diez de Octubre, pagó al chofer con un dólar, tomó su vuelto y bajó. El chofer iba a poner el taxi en marcha cuando la mujer dio media vuelta y lo detuvo: había dejado el móvil en el taxi. Pero al palpar el asiento, no lo encontró.

El chofer encendió la luz dentro del taxi y yo bajé para que la mujer pudiese hacer una revisión más exhaustiva, que resultó infructífera. Entonces, me “pidió” que le dejara revisar mis cosas. Respondí que aquello era bastante ofensivo y estuvo de acuerdo, pero en su voz sonaba la convicción de que no solo tenía el derecho de revisar mis cosas, sino que encontraría su móvil en mi bolso.

¿Podía negarme? Claro. Y habría reforzado la creencia de la mujer de que yo había robado su móvil. Enseguida la imaginé afirmando que “esa negra” le había robado el celular. Tanto ella como los otros pasajeros y el chofer eran blancos. Abrí mi bolso y la desafié a encontrar su móvil dentro.

Apareció. No en mi bolso, sino en el suelo, casi debajo del taxi. La mujer lo había dejado caer en su apuro por guardar el vuelto. De hecho, había dejado caer un billete de diez pesos y yo se lo había hecho notar cuando bajé del taxi para dejarla buscar su móvil.

Monté otra vez, temblando de rabia, y le grité “Racista comemierda”. Comemierda…, quizás: si tienes el móvil en una mano e intentas guardar dinero en el monedero, es casi seguro que perderás el móvil. Pero… ¿racista? ¿Puedo asegurar que no habría sospechado de mí si fuera blanca? Desgraciadamente, era yo quien viajaba junto a ella; a los de atrás les habría resultado casi imposible robar su móvil.

¿Por qué relacioné su reacción con el color de mi piel? Porque he sido víctima de suficientes incidentes relacionados con mi color. He sido la única negra en un grupo, y la única a la que han pedido carné de identidad. No he olvidado la mañana en que recogía caracoles con la colega Verónica en la playa, y un policía me pidió identificación. A ella no, la tomó por extranjera, y como estábamos juntas, me hizo responsable de lo cualquier cosa que le sucediera.

Dos semanas atrás, presencié una discusión entre una mujer negra y otra blanca, en un P9 repleto, que es el estado natural de nuestros ómnibus. El motivo de la discusión, el que puede esperarse en una guagua atestada de gente con un pasillo estrecho: una había chocado con la otra al pasar, no sé cuál de las dos. Cuando la negra avanzaba hacia el fondo, la blanca rezongó la frase célebre: “Negra tenía que ser”. ¿Y si hubiese sido blanca como ella, no habrían chocado? Después de tantos años de transporte público ineficiente, atiborrado si tienes la suerte de que aparezca y pare en la parada, no hemos aprendido que somos víctimas de las mismas circunstancias y a tratarnos civilizadamente, solo atinamos descargar nuestras frustraciones unos sobre otros y gritar lo primero que venga a la boca: Gorda estúpida, vieja inútil, “palestino” (el término que usamos para ofender a nuestros compatriotas del oriente del país, la versión habanera de la xenofobia), negra de mierda… Pero los negros no estamos exentos de ofender.

Taxi colectivo en La Habana. Foto: Juan Suárez

Estas son las reflexiones que puedo hacer ahora, una vez disipada la ira. No aquella noche, aunque estaba un poco más calmada cuando llegué a casa y le conté a mi madre. Le contagié la rabia. “¿Por qué no le arreaste un pescozón?” Confieso que tuve el impulso. ¿Qué me detuvo? Quisiera decir que la noción de que la violencia solo genera violencia. Pero la triste realidad es que lo que me impidió irle encima a aquella mujer fue imaginar los comentarios que harían ella y los otros, a pesar de mi inocencia en el supuesto robo: “¿Vieron, los negros si no la hacen a la entrada, la hacen a la salida?”

Solía criticar a un amigo, negro como yo, porque todas sus acciones estaban mediadas por el color de su piel. Me encabronaba oírle decir “Voy a hacer esto para que no digan…”, “Me quedé callado para que no dijeran…”. Que tenía que ser el negro. Esa era la frase que intentaba evitar. Lo criticaba entonces, sin pensar que llegaría a sentirme igual, a pesar de saber que no soy inferior (ni superior) por ser negra.

Sin darnos cuenta, empezamos a ver el racismo en todo, y de esa forma también somos víctimas de racismo. Pero, ojo, también nos colocamos al borde del oportunismo. Algunas personas negras asocian cualquier fracaso a esa discriminación, sin detenerse a pensar en sus propias fallas o limitaciones. Algunos usan el tema del racismo para ganar notoriedad.

Pasado el mal momento y la mortificación, me pregunto si no podría haber sido yo quien dejara caer el móvil mientras guardaba el dinero en el monedero. Es bien probable, dado lo despistada que soy. ¿No habría sido mi primera reacción sospechar de quien estuviese más cerca de mí? ¿Me habría detenido a pensar en el color de la piel de la persona?

Quizás, la única diferencia entre esa mujer y yo, es que yo me habría disculpado, al descubrir el error. Ella no lo hizo. Eso no tiene nada que ver con el color de la piel.

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