Perdón… ¿para un héroe?

Yusimi Rodríguez                 

Mirian Arocena con un afiche de la campaña solicitando un indulto para Eduardo Arocena. Foto: la-visita-de-miami.blogspot.com

HAVANA TIMES — Recientemente leí, en el boletín de noticias de Diario de Cuba, que activistas cubanos piden al presidente estadounidense Barack Obama la concesión del perdón presidencial para el anticastrista Eduardo Arocena.

Para quienes vemos en el castrismo (imposible denominar de otra forma al régimen impuesto por la dinastía que tomó el poder y lo ha ocupado por más de cinco décadas, escamoteando libertades esenciales al pueblo cubano) la antítesis de la democracia, resulta casi inevitable sentirnos identificados con alguien descrito como anticastrista. ¿Pero basta compartir su deseo de sacar del poder a un dictador, para compartir sus métodos? ¿El fin justifica los medios?

Arocena fue condenado en 1984 a cadena perpetua por atentados perpetrados de 1975 a 1983. Pertenecía a la organización Omega 3, que, según el artículo, atacó el Centro Lincoln de Artes Escénicas, a las misiones diplomáticas de Cuba y la extinta Unión Soviética en la ONU, y a empresas que negociaban con La Habana, entre otros blancos. El FBI lo responsabilizó por más de treinta explosiones en ciudades estadounidenses y, al menos, dos asesinatos. Además, fue acusado del asesinato de Félix García Rodríguez, agregado de la misión cubana ante la ONU, en 1980.

Nada en el artículo permite presumir su inocencia. De hecho, su abogada defensora no alega que lo sea, sino que es “un héroe”, cuyas intenciones entonces eran “las mismas (…) de Estados Unidos, librar a Cuba del comunismo”.

No es solo el fracaso de esos métodos violentos en alcanzar su meta, lo que los invalida. Subordinarlo todo al éxito sería legitimar los métodos de Fidel Castro, quien sí logró librar al país de un dictador… solo para ocupar su lugar.

Para muchos chilenos, Pinochet también era bueno porque los libró del comunismo. ¿Pero a qué precio?

El éxito de Arocena y quienes escogieron el camino de la violencia, no habría compensado las vidas arrancadas de raíz, por el camino. ¿Cuántas personas tenían que morir para salvarnos del comunismo? ¿Y que habría pasado con quienes no quisieran ser salvados, los habrían matado también?

Luís Negrón, director de la Campaña para la Libertad de Eduardo Arocena, pide para él el mismo tratamiento que recibieron “los cinco agentes cubanos que cumplían condena en Estados Unidos por espionaje y que fueron puestos en libertad”. Con esa afirmación, él mismo establece la diferencia: no es lo mismo ser condenados por espionaje (e incluso por conspiración para cometer asesinato, cargo que pesaba sobre Gerardo Hernández) que serlo por asesinato y actos terroristas.

Sin embargo, a los 73 años, con una salud deteriorada por el tiempo, la diabetes y un infarto cerebral sufrido hace cuatro años y que le impide caminar bien, este hombre no puede representar peligro alguno para la sociedad estadounidense. Liberarlo sería un acto humanitario, no hacia un héroe, sino hacia un hombre enfermo, a quien la historia le pasó por encima: la mayor parte la oposición cubana actual desaprueba el terrorismo (venga de donde venga).

Miroslav Djilás plantea en su libro La Nueva Clase que el fin no justifica los medios. “… nada demuestra tanto la justeza de un fin, como el medio empleado para alcanzarlo”.

Es una idea que comparto.

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