Viaje a un “islote encantado” del comercio y la gastronomía en La Habana

Es preferible socializar la pobreza que capitalizar la riqueza. (Fidel Castro)

Viciente Morín Aguado

HAVANA TIMES — Como por arte de magia es frecuente la aparición de un islote encantado el último sábado de cada mes en La Habana. Esta vez emergió en la calzada de Zanja, entre Belascoaín y San Francisco, donde una multitud de carpas ofrecían cobertura a lo mejorcito de la gastronomía en moneda nacional, algo de panaderías, varias tiendas de ropas sobrevivientes a la debacle del sector y tal vez una decena de camiones cargados de productos agropecuarios.

Al menos por unas horas los viejos edificios de este segmento habanero se pavoneaban entre las improvisadas tiendas multicolores, destacándose los anuncios identificativos de cada establecimiento presente en la feria sabatina. Sin embargo, tratándose de comida, las cafeterías y restaurantes reproducen sus habituales ofertas, sin opción a cambiar los precios, determinados por el estado: Un señor con pizza y cerveza en sus manos comentó:

“Somos cubanos, nos gusta el aire libre, compartir, llamar a gritos a un amigo que pasa, no es nada nuevo, pero al menos es un cambio, ¡vaya! como el cuento de sacar la mesa para el portal y decirle a la mujer que hoy vamos a comer afuera.”

El reportero constató el trasfondo de las anteriores palabras al corroborar el cierre, ese día, de “El Italiano” y “Las Avenidas”, dos salones presentes en la feria. Un trabajador del primero, de guardia en la sede del local orientaba a los preguntones: “Si desean cualquiera de nuestros productos, váyanse a la feria de Zanja, allí está todo concentrado”.

Sin embargo, el “plato fuerte” para los atribulados cubanos estaba en los camiones, vendiendo al directo sus productos del agro:

“¡Tomates por sólo tres pesos la libra!”, tal era el llamado de un tarimero en tanto otro colega pregonaba frijoles negros a 10 por igual factura. Los mercados agropecuarios habituales nunca bajan de 5 para el tomate y los granos están entre 15 y 18 sin la menor condescendencia por parte de los atrincherados vendedores.

La vestimenta rústica de estos improvisados comerciantes, su presencia en la cama de los transportes junto a la mercancía al por mayor, indicaban a las claras que no eran los despiadados vendedores de nuestros mercados agropecuarios habituales. El hombre de los frijoles negros aclaró que ellos venían desde Matanzas, al preguntarle por qué no repetían la aventura con más frecuencia ripostó:

“Lo hacemos porque es una excepción, lo normal es para nosotros el surco, sembrar y cosechar, no podemos dedicarnos a venir hasta acá, para eso están los compradores, ellos trasladan nuestra producción y se hacen cargo de venderla.”

La propaganda estatal estigmatiza a los intermediarios, eternos culpables a la hora de explicar los altos precios del agromercado, por su parte, los manuales de economía política, especialmente la marxista, explican detalladamente que la ganancia comercial es un desgajamiento necesario del acto productivo, único capaz de crear riquezas.

Carniceria de un mercado.

El socialismo imperante precisa de chivos expiatorios ante el imperativo de reconocer su fracaso. Otra variante es disimular, manipular, como en el islote encantado donde podemos encontrarnos una vez al mes, pensando que algún día será posible extender tal “abundancia” y hacerla realidad cotidiana.

La tarde cae sobre las diez cuadras cerradas por la policía en la calle Zanja, todavía es posible comprar boniatos a un peso la libra y, sorpresa, apareció un mostrador con carne de cerdo a 21, pierna y lomo, eso sí, no hay cortes especializados, es obligación comprarla en trozos, con hueso y grasa incluidos, nada de protestas que bastante es si comparamos las cifras con las prevalecientes más allá de esta tierra prometida a fin de mes.

Para la mayoría de los presentes en la feria será obligado cruzar las improvisadas fronteras de estas diez cuadras, volviendo de súbito a la realidad. Otra vez aparecerán ante los ojos contrariados las tablillas anunciando el bistec de cerdo a 40 pesos la libra, acompañado del rostro indolente de los vendedores.

Bien lo dice el refrán, la felicidad dura poco en casa de los pobres.
—–
Vicente Morín Aguado: morfamily@correodecuba.cu

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