La Habana sin harina

Por Francisco Acevedo
HAVANA TIMES – Prácticamente desde que concluyó la pandemia de Covid-19 el tema del pan forma parte de la agenda diaria de todos los despachos de los dirigentes cubanos desde la punta de Maisí hasta el Cabo de San Antonio.
La profunda crisis económica que azota Cuba provoca que el compromiso estatal de vender un diminuto pancito a cada ciudadano todos los días sea incumplido frecuentemente.
Como en casi todo lo demás, La Habana juega con reglas diferentes, y eran contados con los dedos de las manos los días en que esto no se cumplió…hasta esta semana, donde la capital estuvo cinco días sin recibir el preciado alimento, básico en muchísimos hogares donde la economía no permite acceder a su compra a precios no estatales para entre otras cosas, garantizar la merienda de los niños en la escuela.
La escasez trae aparejado desde hace tiempo una anarquía de precios en los productos panificados, que se pueden encontrar en establecimientos particulares o con vendedores particulares que los ofrecen a viva voz en las calles.
El mismo pan, de dudosa calidad y gramaje, elaborado en las panaderías estatales y sin condiciones higiénicas adecuadas, y que en las bodegas cuesta centavos, un vendedor ambulante los puede comercializar hasta en 30 pesos cada uno en una jaba que puede contener desde ocho hasta diez unidades. En Santiago de Cuba, reportes indican que la cifra puede llegar hasta 50 pesos por unidad.
La excusa habitual de los vendedores es que la harina y los insumos subieron de precio, y la poca fiscalización por parte de las autoridades permite que exista una gran variedad de modalidades, incluyendo galletas, con costos dispares.
Según estadísticas oficiales, la producción estatal de pan en Cuba sufrió un descenso del 34 por ciento en los últimos seis años, y como consecuencia se han visto afectados centros sociales como hospitales, escuelas, hogares de ancianos, círculos infantiles, el Sistema de Atención a las Familias y centros laborales que contaban con acceso a este producto con facilidades de pago.
En septiembre pasado, el régimen cubano anunció la reducción del tamaño del pan de la canasta básica, pasando de 80 a 60 gramos, con una rebaja de precio de un peso a 75 centavos.
En su momento, la medida se justificó por la escasez de harina de trigo y la necesidad de “garantizar el abastecimiento”, pero transcurridos seis meses lejos de mejorar, la situación empeoró drásticamente, con el vacío total de esta semana en La Habana.
Por cierto, este sábado se comenzó de nuevo la producción, pero no se entregaron los panes ausentes durante los días anteriores.
El colapsado sistema de transporte estatal para productos básicos también influye en la entrega tardía de los insumos y del propio producto una vez elaborado, para hacerlo llegar a las bodegas, pues los trabajadores de las panaderías la mayor parte de las veces tienen que pagar ese traslado de sus bolsillos. Evidentemente, lo recuperan con el excedente que producen al restarle ingredientes al pan ordinario para ponérselos al que venden “por la izquierda”.
En estos meses, a cada rato circula algún video filtrado de una reunión, incluso de nivel provincial, en la que se admite que solo se podía garantizar pan para un día; así de tensa está la situación hace rato.
La Empresa Cubana del Pan, principal encargada de garantizar el suministro, lidia desde hace décadas con las críticas a la calidad de su producto estrella, bien distante del que se comercializaba antiguamente en los desaparecidos pesos convertibles, o el que se vende a precios liberados.
Hace poco se hizo viral un video en el que un funcionario intentó explicar en un programa de la televisión estatal por qué el pan olía a cucarachas.
En un programa del telecentro TV Yumurí, de la occidental provincia de Matanzas, el director de producción de la Empresa Provincial de Alimentos, Daniel Yon Aguiar, dijo: “La gente lo compara con cucarachas, pero nadie se ha comido una cucaracha. Es el olor de cereal envejecido”, y lo atribuyó a que la harina se almacena en silos que no cuentan con las condiciones necesarias. Por supuesto, en las redes sociales los comentarios sarcásticos llovieron.
También han circulado en no pocas ocasiones videos de ancianos protagonizando violentas peleas por adquirir el alimento en las nutridas colas, como reflejo del alto nivel de tensión social en el país. Es bueno comentar además que la hora de las colas tampoco es fija, porque si bien en teoría debe ser temprano en la mañana, la panadería puede comenzar la distribución en horas de la tarde, como si nada.
Tan cerca como en el pasado mes de marzo, cuando hubo otra crisis más corta, autoridades de la Industria Alimentaria precisaron que estaba asegurada la harina para marzo y parte de abril, pero evidentemente se produjo un bache.
A raíz de esta situación se informó que en La Habana se inició la descarga de un buque de trigo para comenzar la molienda en la isla y asegurar el pan de la canasta familiar normada, pero la vuelta al gramaje original, que tampoco era el ideal, brilla por su ausencia.
Hace apenas un mes, autoridades de la capital aseguraron que la producción de harina estaba estabilizada en los tres molinos ubicados en el territorio, lo cual aseguraba además el suministro a las provincias orientales y occidentales.
En conjunto, los molinos habaneros deben producir no menos de 360 toneladas diarias de harina con destino a la capital, Pinar del Río, Artemisa, Mayabeque, Matanzas, la Isla de la Juventud, Camagüey y las cinco provincias orientales, pero esa cifra se incumple prácticamente a diario.
Con todas estas vicisitudes es casi imposible asegurar para todo el país el llamado, pan nuestro cada día.