China con paraguas y a la espera del diluvio

Aunque el factor político está llevando la voz cantante en las actuales y masivas protestas en Hong Kong, los intereses económicos y financieros del enclave podrían propiciar un viraje definitivo al diferendo.

por Isidro Estrada  (desde Pekín)

Protesta en Hong Kong. Foto: mashable.com

HAVANA TIMES — El pasado 1 de octubre fue Día Nacional en China. El feriado de una semana de este año marcó el 65º aniversario de la fundación de república popular. También coincidió con una racha descomunal de lluvias, que cubrió desde las semiáridas y gélidas planicies del norte hasta los exuberantes valles subtropicales del sur.

Sin embargo, los mares de paraguas que se abrieron durante la jornada, tanto en el norteño Pekín como en el meridional Hong Kong, respondieron a distintas motivaciones. Mientras los primeros sólo servían para detener los efectos del chaparrón, los segundos devenían defensas precarias contra un posible aluvión de gases lacrimógenos y gas pimienta. Apenas dos días antes, ambas sustancias había servido a la policía hongkonesa para expulsar a las malas a unos 150 manifestantes que se proponían tomar la sede del Gobierno de esa región administrativa especial de China.

Desde entonces, los paraguas han devenido símbolo gráfico de las protestas hongkonesas, que en esencia demandan el derecho de sus cinco millones y pico de electores a escoger a sus candidatos a jefe ejecutivo de la región por sufragio universal – tal como estipula la Ley Básica de HK y con lo cual concuerda Pekín -, pero sin que dichos individuos pasen previamente por el tamiz que impone la Asamblea Popular Nacional (APN), máxima autoridad legislativa china, con el apoyo irrestricto del Gobierno Central. Y aquí, justamente, es donde se traba el paraguas.

Las multitudinarias protestas en el sur y la postura hasta ahora irreductible en el norte, marcan los extremos de un angustioso compás de espera. Nadie puede predecir a ciencia cierta cómo y cuándo concluirá esta pulsada entre dos perspectivas chinas distintas sobre la aplicación del recurso democrático.

¿Sólo problema de velocidad?  

A juicio de los manifestantes, estudiantes en su mayoría, permitir que un comité de 1.200 personas vinculadas a las autoridades centrales den el visto bueno a los candidatos a gobernadores, resulta poco menos que inaceptable. Así ha sido al menos hasta ahora. Para el Gobierno Central, por otra parte, queda claro que la Ley Básica, cuyo sustento ideológico se enraíza en el concepto de “Un país, dos sistemas”, define claramente que HK – con sus particularidades y libertades incluidas -, es parte de y se debe al resto de China. Y China, insisten desde la oficialidad, sólo tiene una APN, que según la Constitución vigente es el organismo rector y máxima expresión de la voluntad popular de todo el país.

Las multitudinarias protestas en el sur y la postura hasta ahora irreductible en el norte, marcan los extremos de un angustioso compás de espera. Nadie puede predecir a ciencia cierta cómo y cuándo concluirá esta pulsada entre dos perspectivas chinas distintas sobre la aplicación del recurso democrático.

Para entender el actual conflicto en todas sus ramificaciones es preciso calibrar las propuestas y respuestas de cada parte. El Gobierno reitera una y otra vez que a pesar de los tropiezos, continúa inclaudicable la marcha de su reforma política, como parte de la cual se han ido eliminando los puntos que en el pasado reciente permitieron el ascenso de fenómenos tan funestos para China como el ultra-izquierdismo maoísta y el culto a la personalidad, entre otras joyas. En ese sentido, el Ejecutivo central cita transformaciones en vigor desde hace algún tiempo, como el caso de que ningún líder político puede asumir mandatos por más de diez años, divididos en términos de cinco años. Y que al llegar a la edad de 68 años deberá acogerse al retiro. No habrá más “timoneles” en la política china, parece ser el mensaje.

A la par, el Gobierno consolida su colaboración con y delega cada vez más responsabilidades en los denominados Ocho Partidos Democráticos y Personalidades sin Partido, los que a la sombra de la Asamblea Política Consultiva del Pueblo Chino (ACPPCh), sugieren una especie de contrapeso a cualquier posible desatino o exceso del Ejecutivo, y complementan a la APN, al menos en el plano teórico. Con ello proponen la nueva tónica de que la autoridad se somete gustosa al escrutinio público y se abstiene de adoptar políticas sin antes propiciar amplia consulta con diversos sectores.

Para sustentar sus intenciones de aplicar una “democratización” gradual y adaptada a la idiosincrasia local, Gobierno y Partido citan asimismo las asambleas de aldeas y comunidades, a las que previamente ambas entidades políticas imponían sin remilgos liderazgos y modos de vida, y con las cuales hoy se experimenta una gradual liberalización, de modo que sean campesinos y ciudadanos los que elijan a sus dirigentes de modo directo, como paso previo – aducen las autoridades centrales – a la aplicación de similares mecanismos a niveles superiores de la vida política nacional.

Pasito a pasito… ¿y después?

Empeñado en implementar – e incluso superar -, estos y otros pormenores de los referidos cambios, el Gobierno apuesta por la gradualidad. Antes, afirman, será menester atajar otros temas más acuciantes, como la creciente desigualdad de ingresos, la reforma agrícola, la lucha sin cuartel contra el flagelo de la corrupción y el reposicionamiento de la economía china, liberalizando aún más las fuerzas productivas, eliminando monopolios estatales y separando cada vez más a gobierno de mercado. En fin, una apuesta sin ambages a una mayor apertura, que en buen castellano implica la consolidación del socialismo con características chinas, o dicho de modo más sugerente, del “capitalismo rojo”. Para lograrlo aspiran a contar con la premisa de un ambiente general de paz, armonía social, estabilidad y unidad.

Estas dos últimos términos – y aquí toco un aspecto sobre el que pocos analistas se detienen – resultan esenciales para el Gobierno central, pues al asumir el tema de HK, lo que se teme a plazo mediato es que un gobierno local totalmente desvinculado de la autoridad central – e incluso contestatario -, dé paso a una tendencia separatista en la antigua colonia británica, tal como ocurre hoy entre ciertos sectores de Taiwán, del Xinjiang y de forma esporádica, pero latente, en el Tíbet. Más que la zambullida total de HK en una democracia formal, o de corte occidental, el verdadero temor de Pekín se enfoca en evitar a como dé lugar la posible escisión del territorio hongkonés del resto de China. Y en este aspecto, aclaran, no habrá concesiones.

Considero todo lo expuesto hasta aquí – a grandes rasgos – como preámbulo imprescindible para tratar de entender y vislumbrar lo complejo de la situación china. Desconocer el programa oficial chino, como se hace con demasiada frecuencia, no ayuda a arrojar claridad sobre el tema.

¿Qué dijo el Sr. Deng?

Sólo que al menos 800 mil de residentes en la ciudad – los que participaron en el referendo no reconocido del pasado 30 de junio – no lo ven así. Son los que no se resignan a permitir influencia alguna de la autoridad superior en su ejercicio del voto. Perciben asimismo un retroceso respecto del compromiso que hiciera en los años ochenta el extinto líder Deng Xiaoping, cuando aseveró que “Hong Kong sería gobernado por los hongkoneses”. En resumen, son los que no están dispuestos a esperar por los efectos de la “gradualidad” expuesta por Pekín. Lo quieren todo y lo quieren ahora. Este desfasaje entre las expectativas de cada parte condiciona una brecha difícil de cerrar.

Es imposible ignorar que la actual élite hongkonesa, y buena parte de su comunidad empresarial, se sienten totalmente ajenas a las reivindicaciones de “Ocupar el Centro”. Es más, las impugnan y hasta las detestan.

Para complicar las cosas aún más, HK hoy tiene un jefe ejecutivo, Leung Chun-ying, cuyo respaldo popular ha ido en franca caída, incluso desde antes de ocupar el puesto. No es de extrañar entonces que los manifestantes hicieran de su renuncia una de sus banderas reivindicativas, a la vez que le culpaban de excesiva aquiescencia ante el poder central y le reclamaban por la constante caída en los indicadores de vida de la clases media y baja y el creciente abismo entre ricos y pobres, al cual contribuye en buena medida el éxodo permanente de grandes fortunas desde la parte continental. Los nuevos ricos del continente, con sus inversiones fastuosas y constante manipulación inmobiliaria en HK, han colocado por los cielos los precios de la vivienda. De ahí que el resentimiento de muchos de los protagonistas de “Ocupar el Centro”, tenga su caldo de cultivo en el flujo millonario – en dinero y población – que les llega desde el otro lado de la frontera.   Estos factores sociales y la complicada carga subjetiva que acompaña a las relaciones entre chinos continentales y hongkoneses, tienen una incidencia en los actuales acontecimientos que muchos observadores están pasando por alto.

 

Empresarios y millonarios, adalides de la contramarcha

Imposible ignorar asimismo que la actual élite hongkonesa, y buena parte de su comunidad empresarial, se sienten totalmente ajenas a las reivindicaciones de “Ocupar el Centro”. Es más, las impugnan y hasta las detestan. Saben que cada día de protestas se traduce en millonarias pérdidas para la economía local. Muestra de ello fue la contramarcha del viernes, en la que un millar de ciudadanos arremetieron contra parte de los manifestantes, lo que requirió de una nueva intervención de la policía, pero esta vez para separar a los dos bandos. A la comunidad de negocios hongkonesa en general no le convienen los diferendos con el Gobierno – ya sea el central o el local- , ni las protestas que dañen la normalidad de sus transacciones. Al idealismo de los cientos de miles de estudiantes y otros sectores que se han volcado a las calles, estos otros contraponen la demoledora realidad de que la economía del enclave está en sus manos. Y están dispuestos a defenderla con uñas y dientes. HK depende ya demasiado del “oro” que llega del norte de su frontera.

No en balde Pekín asevera que con toda confianza deja en manos de las autoridades locales la solución de la actual crisis. Los editoriales e informaciones aparecidas a partir del 2 de octubre en los medios oficiales continentales, han colocado el énfasis en la inutilidad de las protestas, presagiándoles un pronto fin. Y no son meras palabras. Justo a esas horas, 70 de los más pujantes hombres de negocios y principales fortunas de HK, se encontraban en la capital china, reunidos con funcionarios del Gobierno central.

Así las cosas, es poco probable que en HK se repita el trágico capítulo de Tiananmen en junio de 1989. Tomando en cuenta las vueltas de noria acontecidas desde entonces y la actual dependencia económica de la ex colonia británica respecto al continente, es posible apostar por que todo quedará en casa, sin que se movilicen las guarniciones de que dispone el Ejército Popular de Liberación (EPL) en HK, y mucho menos tanques al estilo de los que estremecieron las calles pequinesas y las conciencias de medio mundo, un cuarto de siglo atrás.

Las tropas chinas más efectivas de la actualidad se movilizan en BMW, Mercedes Benz y Bentley, despiden aroma a Burberry y disponen de su arsenal de ataque más efectivo en forma de jugosas cuentas bancarias.

La pelea en última instancia es de pragmatismo con olor a billetera contra ideales políticos al viento.

¿Quién da más?

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