Del sentimiento trágico de la filosofía

Erasmo Calzadilla

Universidad de La Habana. Foto: Caridad

…la vida es tragedia, y la tragedia es perpetua lucha, sin victoria ni esperanza de ella; es contradicción.  Miguel de Unamuno

La verdad, como su parienta la musa, es una rara avis imposible de atrapar y menos de enjaular, siquiera pastorearla nos es permitido, como pretendió un pensador del siglo XX, sin que muera de aburrimiento ante la melodía del caramillo.

La verdad nos ronda cuando menos nos importa, pero huye espantada al menor amago de retenerla. Solo traduciendo nuestro anhelo por ella en danza podamos acaso conseguir que nos  conceda una pieza, pero no como bailarina dócil, sino parándose cuando nos agachamos, reclinándose cuando nos paramos, y girando a la derecha cuando lo hacemos a la izquierda, siempre en contradanza.

La filosofía, saber que anda en busca de la verdad, debe partir de la puesta en duda de todos los presupuestos; tan extrema flexibilidad sería la única manera de evitar que la Verdad en sus contornéos le quebrase los miembros.

Ni una indiferente y marginal idea debe quedar exenta de duda, pues al estar todo  conectado con todo, no tardaría la certidumbre en expandirse a las otras ideas implicadas o vecinas de aquella, y es cuestión de tiempo el que derivemos en un ambiente tieso donde apenas quede chance para el pensamiento, tampoco para el amor ni la vida.

Y como una de las tareas de la filosofía ha sido a menudo el estudio de las doctrinas económicas y políticas, considero entonces que el objetivo de una clase de filosofía que se acerque a dichos temas no debe enseñar ni Socialismo, ni Capitalismo, etc., sino crear condiciones para que los que la estudian puedan meditar correcta, amplia y profundamente en los diversos sistemas sociales habidos y por haber, y de esta forma se haga justa y libre la valoración por parte del estudiante.

Otra cosa sería, desde mi punto de vista, además de irrespetuoso, contraproducente.

Si se quiere construir un sistema social más humano, llámesele Socialismo o con cualquier otro nombre, este debería sustentarse epistemológicamente en una sabiduría de la incertidumbre.

La duda no puede ser paralizante, pero sí lo suficientemente árida como para impedir que la pasta de la revolución cristalice, alienando y alienándose de las manos de sus creadores.

Enseñar tal Socialismo humano en una clase de filosofía no sería otra cosa que enseñar a pensar, y sobre todo a dudar, entorno a la pregunta de cómo construir una sociedad que nos permita seguir dudando, construyendo y viviendo de la mejor manera posible, lo mismo el bípedo implume como el resto de los seres que le acompañan en esta nave cósmica de piedras.

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